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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Nueva era europea; vieja desventura española

El acuerdo europeo reduce los riesgos políticos en el sur de Europa pero exige a España acertar con las reformas

Claudi Pérez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene entre aplausos en la sesión plenaria en el Congreso este miércoles.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene entre aplausos en la sesión plenaria en el Congreso este miércoles.EUROPA PRESS/J. Hellín. POOL (Europa Press)

La pandemia es una especie de cisne gris: un acontecimiento altamente probable y con capacidad para poner el mundo patas arriba, pero que aun así genera una enorme sorpresa cuando se produce; es “algo predecible e impensable a la vez”, en palabras del intelectual Ivan Krastev. La historia no tiene libreto, pero los cisnes grises —y en general las crisis mayores— tienen la capacidad de convertir lo imposible en factible, de cambiar reglas que parecían escritas en bronce: Merkel dejó claro durante la Gran Recesión aquello de que “no habrá mutualización de deuda mientras yo viva”, pero la covid ha obligado a la canciller a patrocinar exactamente eso, el embrión de un activo seguro con los primeros mimbres del anatema de la mutualización. Sin algo parecido a un eurobono, el euro está condenado a ser una moneda incompleta, huérfana de madre, y Europa seguirá siendo candidata a de cualquier episodio de inestabilidad. Por eso el acuerdo europeo de esta semana es, en fin, un salto adelante formidable, como aquel de Bob Beamon en México ’68, que ofrece un ancla de estabilidad cuando el mundo está patas arriba.

Las epidemias (y las crisis) infectan de miedo a la sociedad: por eso era tan importante una respuesta de la casa común europea. Bruselas, en fin, acaba de regalar un par de años de paz a las maltrechas economías del Sur. Por el camino de la negociación se han caído algunos de los elementos más ambiciosos, pero la señal política es de primer nivel. A la espera de la letra pequeña, Europa ha dado una lección de cohesión, integración y solidaridad. La UE ha favorecido una rebaja fulminante del riesgo político en todo el continente. Y ha ofrecido una clase magistral en el sinuoso arte de la negociación: se han puesto de acuerdo las familias del centroderecha, los socialistas y los liberales, que han incorporado a la liga de los tacaños (los frugales: Países Bajos y compañía, sumidos en una suerte de ola pospopulista) e incluso a algunos de los socios del Este, como Polonia y Hungría, a pesar del estilo paranoico de sus líderes.

Al Sur de Europa le toca demostrar ahora que puede hacer las cosas bien —y acabar con los apestosos tópicos que le atribuye el Norte— con ese cañonazo de dinero: no hay condicionalidad como la de los rescates de hace 10 años, pero sí vigilancia e incentivos para hacer reformas. En España toca apretar los dientes para que los rebrotes del virus y la crisis catalana no provoquen otro lío, pero sobre todo toca hacer los deberes para concederle a la economía española la posibilidad de romper hacia arriba a partir de la próxima primavera. Hay que ponerle el cascabel al gato a las agendas verde y digital, acometer el mil veces pospuesto cambio de modelo de la economía española, esas cosas. Y hay que intentar hacerlo con un cierto grado de consenso. La clase política tendría que tratar de estar a la altura del desafío que se avecina: una caída del PIB superior al 10% este año con un déficit oceánico.

Ni España ni ningún otro país deberían aplicar ajustes hasta que recupere el nivel de PIB previo a la pandemia: no hay que repetir el error de 2010. Para eso está la red de seguridad del BCE, además del dinero fresco europeo. Con esos mimbres está al alcance de la mano un presupuesto anticrisis como dios manda —que es como decir una legislatura larga—, con medidas para restañar las cicatrices a corto plazo, y con luces largas para sentar las bases del próximo ciclo.

“La nueva era: la vieja desventura”, decía Sánchez Ferlosio. La nueva era europea está delante de nuestras narices; la vieja desventura española se vio ayer en la bronca interminable del Congreso, que una vez más no está a lo que hay que estar. El arte de la política depende de la habilidad para la frenada: el Congreso debería reducir la velocidad, tomar ejemplo de lo ocurrido estos días en Bruselas; discutir de otra manera. De lo contrario esto va a ser como tratar de escalar paredes verticales equipados políticamente con chanclas. La política va de ganar: se trata de ganar, ganar y volver a ganar, que decía Luis Aragonés, y para ello se ha impuesto un modo de hacer política basado en rehuir los líos, evitar mencionar las pensiones, la deuda, la necesidad de subir impuestos y los retos ambientales, y el que venga que espabile. Y sin embargo es el momento de pensar exactamente en eso con el fondo de la UE. Toca poner la casa en orden y sacarle brillo: la ventana de oportunidad está ahí. No abrirla de par en par sería un fracaso mayúsculo para toda una generación de políticos.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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