Irún: penúltima etapa de la ruta migratoria canaria
La ciudad fronteriza es el último filtro para centenares de subsaharianos de camino a París tras su paso por las islas
A Sekou y sus amigos les quedan 35 kilómetros, después de recorrer miles, para acariciar su sueño. Ellos son cuatro de las decenas de migrantes que están llegando a la localidad guipuzcoana de Irún desde Costa de Marfil, Malí, Guinea Conakri, o Gambia, tras desembarcar en las islas Canarias. Después de sobrevivir a meses de viaje tienen apenas 35 kilómetros a Bayona donde sus recursos municipales y varias asociaciones de esa localidad francesa les ayudan para llegar al destino de Francia que buscan. “Desde Bayona tienen un 70% de posibilidades de alcanzar París” explica Josune, de la Red de Acogida de Irún, Irungo Harrera Sarea. “En mi vida he tenido tantas posibilidades de éxito”, replica Sekou.
El pórtico de la plaza del Ayuntamiento, convertido en una improvisada oficina de atención a migrantes, les protege del frío y de las insistentes lluvias con viento helado. Varios voluntarios de la red de acogida proporcionan guantes y gorros a los que se acercan y les enseñan el camino a Francia, en una escena que se repite día tras día. Garbiñe, otra de las voluntarias de la red guipuzcoana les describe con fotografías plastificadas y un mapa, las diferentes vías para llegar al albergue de la localidad francesa y el camino que tienen que seguir entre los edificios que se van a encontrar. Han dormido en un albergue que gestiona la Cruz Roja, en la localidad fronteriza de Irún. El viernes sus 50 plazas estaban a rebosar, aunque ha habido días en que algunos tenían que dormir a la intemperie porque no les facilitaban el ingreso.
“Hay una nueva oleada, sobre todo de personas que pasan en pateras a Canarias desde las antiguas colonias de Francia”, resume un policía español que trabaja en la frontera. La BRIC, la brigada contra la inmigración clandestina, lleva ininterrumpidamente desde el 16 de septiembre en Irún, “y está haciendo cuatro o cinco detenciones cada día”, asegura esta fuente.
Sekou nació en Gambia hace 20 años y desde que hace ocho meses comenzara su periplo para llegar a la capital gala, ha pasado por Senegal, Malí, Mauritania, Marruecos y Fuerteventura, donde llegó después de que le rescataran en alta mar cuando su zodiac estaba a punto de hundirse con otras 53 personas a bordo. Después de un mes en Fuerteventura logró llegar a la Península gracias a asociaciones que les echan una mano para evitar un problema humanitario mayor, o a redes ilegales que les sacan el dinero a cambio de proporcionarles un transporte. Sekou llegó a Irún el lunes en autobús, con otros tres migrantes, desde Barcelona, y el martes a las 10.30 de la mañana ya estaba memorizando los edificios que tienen que dejar a derecha e izquierda para llegar al albergue de Bayona si logran salir de la estación de tren.
No quieren esperar ni un minuto más. “Nos rescataron en el mar tras 16 horas de travesía. Salimos de Marruecos a las 23.00 y a las dos de la mañana ya había una vía de agua que estuvo a punto de hundirnos”, explica Sekou. No les rescataron hasta las seis de la tarde. Relata que en Marruecos les secuestraron, a él y varios migrantes más, con el pretexto de darles trabajo. “Nos obligaron a trabajar sin pagar nada durante un mes hasta que pudimos escapar”, relata, mostrando las secuelas que le ha dejado esa experiencia en la pierna derecha. Se la fracturó saltando la valla que rodeaba la casa. Saben que se la juegan y que les pueden devolver a Irún, pero también saben que muchos otros pasan y que cuanto antes empiecen, antes lo conseguirán.
La estación del Topo de Hendaya, que une San Sebastián con esa localidad francesa está a dos paradas del centro de Irún, cinco minutos como máximo. Media docena de agentes de la policía francesa esperan en el andén. Las fronteras están cerradas por la covid y por alerta antiterrorista, y están especialmente vigiladas. Los migrantes lo saben. Todos, policías y subsaharianos empiezan a jugar al ratón y al gato. Los agentes son conscientes de que es la vía más habitual ya que esa estación y la del ferrocarril francés que enlaza con Bayona están unidas y a un paso de la libertad. Unas veces les detienen y les devuelven a Irún, y vuelta a empezar. Otras lo consiguen. “Si esto está pasando en invierno no queremos pensar qué puede ser en primavera o verano, auguran los miembros de la red. “El cuello de botella es Irún”, explica Garbiñe, “todavía no es como el verano de 2018 cuando llegaban cada día 35 o 40 personas migrantes, pero ya estamos en una media de entre cinco y diez personas diarias”, cuenta. “Una vez que llegan a Bayona la mayoría sigue su camino a su destino”, repite.
Sekou no tiene familiares en París, pero intuye que allí puede encontrar trabajo y ganarse la vida, compartir alguna residencia primero y quizás después un piso con algún amigo. Desde luego mejor que en Gambia, sugiere, después de una travesía a cara o cruz en busca de una vida mejor. El lunes él y sus compañeros lo intentaron. Llegaron a la estación de Hendaya pero la policía les devolvió a Irún. Seguro que hoy o mañana, quizás de madrugada, o tal vez en medio de una tormenta volverán a intentarlo. Su sueño empieza a 35 kilómetros y eso no es nada después de haber recorrido medio mundo en la peor de las travesías posibles, sin ningún derecho.
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