La quincena trágica de los padres de Alexandru
La banda Los Koala ha roto el sueño de volver a Rumanía que compartían la víctima y su progenitor
Eugen Ionita se está haciendo a la idea de que no podrá volver a empezar con su hijo en Alba Iulia, Rumanía. Los médicos del Hospital de Cruces les arrancaron el viernes la esperanza al asegurarle, a él y a Ana Claudia, que el hijo de ambos está pendiente de un milagro para sobrevivir. Su hijo es Alexandru Andrei Ionita, Álex, el joven de 23 años vecino de Lemoa (Bizkaia) al que una veintena de pandilleros de la banda Los Hermanos Koala le dieron una paliza en el cercano pueblo de Amorebieta, el pasado 25 de julio, hasta dejarlo en coma con el cráneo abierto.
“Tenían pensado volver a Rumanía en tres o cuatro años y empezar allí de nuevo”, explica Stephan, un amigo de la familia desde que vivían en Rumanía, y que les da cobijo en su casa, cerca de Barakaldo.
El sueño se desvanece. Si sobrevive, los médicos que le atienden pronostican graves secuelas. Eugen y Ana están hundidos, después de los quince días más duros de sus vidas en los que se enfrentan a la posibilidad real de perder a un hijo de esa manera, víctima de una paliza callejera a manos de unos desconocidos que le sentenciaron a muerte por defender a unas amigas a las que el grupo violento estaba molestando en manada.
Eugen y Ana Claudia vivieron en la ciudad transilvana de Alba Iulia hasta que sus caminos se separaron y tomaron diferente rumbo. Eugen y Ana Claudia se han vuelto a unir en Bilbao bajo unas circunstancias que jamás imaginaron.
Cuando Eugen la llamó tras la paliza a su hijo para contarle que Álex estaba en el hospital, no quiso pintarle la situación tan negra. Ella empezó a planificar el viaje a Bilbao mientras resolvía algunos problemas de trabajo inaplazables.
A finales de la primera semana, lo que era inaplazable era viajar a Bilbao si quería volver a ver vivo a su hijo. “El día 31 la llamé yo —recuerda Stephan— por Facebook” para urgirle a que viniera a España. “Le dije que la vida de Álex colgaba de un hilo”.
Cogió un avión y el día uno de agosto por la tarde pudo verle por vez primera desde hacía meses. Como el pasado viernes, cuando los médicos que les arrancaron la esperanza, Ana Claudia se desvaneció.
Desde entonces no dejan de verlo todos los días, mañana y tarde, pese al cansancio, a la rabia, al miedo a perderlo y a las malas noticias que reciben con la imagen de fondo de su hijo monitorizado con varias sondas. De vez en cuando, Álex se mueve, pero según les explicaron este viernes no tiene nada que ver con la posibilidad de despertar del coma, sino más bien con el sufrimiento que le provocan las lesiones cerebrales.
“Ahora estaban trabajando Eugen y Álex en la construcción, y todo empezaba a rodar para poder volver algún día a su país”, relata Stephan, mientras su llanto y el de Ana se cuelan por el auricular. “Están siendo los peores días de sus vidas”.
Eugen y Ana Claudia no pueden articular palabra. “Yo también tengo dos hijos. No me lo puedo creer, ningún padre podría”, dice Stephan.
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