Farol trumpista de Laura Borràs
La presidenta del Parlament se encuentra en la misma disyuntiva que Roger Torrent con la desobediencia de Quim Torra
El farol trumpista con el que ha amagado Laura Borràs parece que esta vez no colará. A media mañana del martes, tras la reunión de la Mesa, la segunda autoridad del autogobierno catalán amenazaba con la paralización de la actividad del Parlament. En el ecosistema independentista, donde Borràs se ha ido convirtiendo en un personaje carismático, esa decisión podría ser traducida como la demostración inequívoca de un prometido coraje antirrepresivo que, por oposición a su antecesor ―el republicano Roger Torrent―, le permitiría consolidar un liderazgo confrontativo que es seguido con devoción mariana por el sector más nacionalpopulista del movimiento soberanista. El cumplimiento de esa amenaza, vista desde fuera de ese ecosistema, funciona como nota a pie de página de lo argumentado por Ziblatt y Levitsky en Cómo mueren las democracias: un ejemplo perfecto de desmantelamiento de la democracia liberal desde dentro de las propias instituciones e impulsado por los propios políticos.
Rebobinemos. En abril de 2019, atrapados aún en la nefasta dinámica de acción y reacción acelerada por el momentum unilateral del procés, el juzgado número 3 de Lleida admitió a trámite una querella presentada por la fiscalía contra el concejal de la CUP Pau Juvillà. Le acusaba de desobediencia por no haber atendido los requerimientos de la Junta Electoral Central para que retirase los lazos amarillos colocados en las ventanas de su despacho en el Ayuntamiento de Lleida. Que ese episodio, casi tres años después, pueda motivar el cese de un cargo electo por orden de la Junta Electoral Central evidencia que la política catalana sigue paralizada por un nudo que ahoga su funcionamiento. Es muy parecido al caso del expresidente Quim Torra que, en sede judicial, como el tenor de una opereta, proclamó que había desobedecido al no descolgar una pancarta del balcón del Palau de la Generalitat. Y dos o tres días después, la descolgó. Luego, semanas de tensiones, recursos e informes y, finalmente, el President del Parlament Torrent tuvo que retirarle el escaño.
En la misma disyuntiva se encuentra ahora la presidenta Borràs ante la orden de cese de Juvillà, incómoda ante el precedente que prometió esquivar, pero del que no hay manera de escapar. Y ante ese escenario crítico, por ahora, ha pedido a la comisión del Estatuto de los Diputados que se pronuncie sobre el acuerdo de la Junta Electoral Central. Mientras dicha comisión no emita su dictamen “propone” que se desconvoquen las sesiones ordinarias del Parlament. Este martes una comisión presidida por Esquerra se anuló y otra presidida por los socialistas no tuvo quórum suficiente y tuvo que anularse también. ¿Qué ocurre? Otra vez la respuesta desafiante se convierte en una forma de autoinfligido sabotaje institucional. No es que la actividad legislativa del Parlament durante los últimos años haya sido muy intensa, pero interrumpir su funcionamiento equivale a desconectar la democracia de la corriente.
Pero para que este episodio sea un revival del procés, ahora como farsa, solo nos faltaba saber lo que descubría el diario Ara. El viernes pasado la secretaria general de la cámara transmitió a la asesora del diputado Juvillà que ni ella ni él iban a cobrar la nómina del mes de febrero, es decir, que, de facto, ya no era diputado. Como Juvillà es miembro de la Mesa, la CUP ha propuesto a un sustituto. Es decir, mucho paripé discursivo, amago de confrontación infantil y, como resultado, la degradación institucional para mantener la pugna interna de Junts por ERC para situar en un brete al rival y socio de gobierno. Ante disyuntivas críticas, como escribía Josep Ramoneda hace pocos días a propósito de la candidatura de los Juegos de Invierno de 2030, los líderes políticos catalanes no hacen política, sino que juegan a hacer política. Ojalá el farol trumpista de Borràs no vaya a más.
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