¿Qué hacer con Vox?
El PSOE y el PP están obligados a evitar a la vez que la extrema derecha entre en los gobiernos y los bloqueos políticos, lo que requiere altura de miras
La pesadilla para muchos españoles ya está aquí, llamando a las puertas del poder y empezando a girar facturas pendientes. En apenas cuatro años, Vox ha pasado de ser un exótico e irrelevante partido de rebotados del PP, nostálgicos de un pasado imaginario y defensores de un españolismo rancio e identitario, a tener la llave de gobiernos autonómicos. Y aguarda a que llegue la traca final de las elecciones generales y pueda ser decisivo para que la derecha vuelva a La Moncloa.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí y qué hacer ahora con Vox? Lo primero es decir que España no se ha llenado de la noche a la mañana de millones de ultras. Llegar a esta conclusión es simplista y una ofensa innecesaria que retroalimenta a quienes ven a Vox como una alternativa al PP. La impericia y el tacticismo de los dos principales partidos que han conformado el sistema político español en las últimas décadas, el PSOE y el PP, está detrás de un fenómeno que hace poco se veía lejano. Pero no solo. Vox está cabalgando también a lomos de la periódica retórica radical de Podemos en el Gobierno (que no la práctica); de las heridas de la crisis económica y la desigualdad de la recuperación, que han calado en capas sociales en principio lejanas a los postulados del partido de Abascal; de la espiral conspiranoica de la pandemia o de la lógica acción-reacción que responde al irredento movimiento independentista en Cataluña, que comparte con Vox la visión de un nacionalismo excluyente y sectario.
El PSOE y el PP, pese a todo, siguen siendo los dos grandes partidos nacionales y en su mano está todavía que Vox no llegue al poder e intente imponer una agenda que incluye el cuestionamiento del Estado de las autonomías desplegado tras la Constitución; discursos de odio contra la inmigración; la degradación del feminismo (en su versión tradicional y en la 2.0); la impugnación del terreno ganado en la lucha contra la violencia machista o la quiebra de avances en derechos adquiridos por el colectivo LGTBI.
El PP debe dejar claro de una vez por todas que no pactará nunca gobiernos con Vox porque es una fuerza contraria a los más elementales principios liberales y dejar atrás titubeos y escarceos que lanzan mensajes contradictorios al electorado. Superada la competencia que tuvo con Ciudadanos por el centro político gracias al descomunal error de cálculo que cometió Albert Rivera al no pactar con el PSOE tras las elecciones de abril de 2019, Pablo Casado se enfrenta ahora a la incertidumbre de la afección real de Vox entre los votantes de derechas. Y la elección es compleja si piensa solo en su partido y en su futuro personal, pero fácil si piensa en el devenir del país. ¿Es mejor para España que Vox tenga poder o no? La respuesta parece evidente, pese a que ello suponga un sacrificio personal para alguien tan joven que aspira a la presidencia. Casado puede mirarse en el espejo de Annegret Kramp-Karrenbauer, la dirigente de la CDU que quedó relegada de la lucha por la sucesión de Angela Merkel al romper en el Estado de Turingia el cordón sanitario que los grandes partidos alemanes acordaron contra la extrema derecha.
El PSOE, por su parte, debe poner fin a estrategias de vuelo bajo pensadas para mantenerse en La Moncloa. Dejar al PP en manos de Vox para movilizar al electorado de izquierdas no solo es arriesgado (¡ay, los gurús!), sino una irresponsabilidad, de la misma manera que lo es identificar a Casado y Abascal como caras de la misma moneda. Pese a la corrupción que lo ha corroído, las actitudes destructivas que adopta cuando está en la oposición, la soberbia desesperante de Aznar o la indolencia de Rajoy, el PP sigue siendo clave de bóveda para garantizar la estabilidad política en España. Y al igual que Casado debe entender que con Vox no se construye el futuro y que blanquearlo no le va a funcionar ante sus socios europeos, el PSOE debe asumir que depender, aunque sea de forma coyuntural, de ERC o Bildu contribuye a polarizar la sociedad y supone dejar la gobernabilidad de España al albur de formaciones escasamente comprometidas con un proyecto común.
Un primer paso para salir del atolladero sería que el PSOE y el PP se comprometiesen a evitar el bloqueo político en las investiduras y cortocircuitar, con la abstención, cualquier maniobra coactiva de Vox o de otros partidos que, fundamentalmente, aportan incertidumbre. En política, pocas cosas ocurren por azar. Fue Sánchez quien inauguró la política de bloqueo de las investiduras cuando en 2016, temeroso de que Podemos diera el sorpasso al PSOE, se negó a facilitar la de Rajoy, la única viable en aquel momento. Y puede ser él quien ponga el punto final en Castilla y León.
Desde hace cinco años, y debido a la fragmentación política, la formación de gobiernos estables se ha convertido en un suplicio innecesario en el que el PSOE y el PP se han negado el pan y la sal, en una clara elusión de sus responsabilidades. En este tiempo, el ogro de Vox ha crecido, y su impacto, impredecible aún, obliga a tener altura de miras y a olvidar las estrategias cortoplacistas.
Dejar gobernar no significa renunciar a hacer oposición. Es más, los ejecutivos en minoría que salgan con esta fórmula tendrán especial interés en establecer canales de diálogo permanente con la oposición y pueden abrir el camino para que se normalicen las relaciones entre los dos grandes partidos.
Permitir que Vox gobierne, ya sea por acción (el PP) u omisión (el PSOE), es jugar con fuego. No se pide a Sánchez y a Casado que formen una gran coalición al modo de Alemania (afortunadamente todavía estamos lejos de ese escenario de emergencia que requiriese de ese pacto), sino que asuman su responsabilidad para que España sea un país gobernable con opciones que estén dentro del marco constitucional. Puede que esta estrategia falle, que el partido de Abascal desborde todas las previsiones y algún día sea hegemónico en la derecha, pero al menos la historia dirá de ellos que hicieron todo lo posible para que los ultras no llegasen al poder.
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