Muere Esperanza Pérez, la mujer que cogió una pala y cavó hasta exhumar a 150 víctimas del franquismo en Palencia
Esperanza Pérez, fallecida en noviembre a los 87 años, fue una pionera de la memoria histórica y llegó a enfrentarse a alcaldes falangistas tras el franquismo
Dicen quienes conocieron a Esperanza Pérez que vestía bien, que era muy valiente y que tenía un carácter de órdago. Que sorprendía cómo una mujer “muy flamenca”, bien adinerada, siempre con buenos collares y enganchaba una pala para cavar en un cementerio. Que no le temblaba el pulso para soltar cuatro voces y amedrentar a alcaldes falangistas que intentaban detenerla en su empeño de exhumar a decenas de víctimas del franquismo en Palencia. Esperanza murió en noviembre a los 87 años en su Palencia natal, convertida en emblema de la Memoria histórica desde que al morir el dictador Franco se empeñó en desenterrar a sus familiares, asesinados por los falangistas. Tras ellos, encontró a otras 150 personas, cuyos restos localizaba escudriñando entre documentos que se creían perdidos.
El Centro Cultural provincial de Palencia reunió el pasado 16 de diciembre a quienes trataron a Esperanza y a quienes tuvieron constancia de los trabajos de esta militante comunista. El secretario general del Partido Comunista de España (PCE), Enrique Santiago, alabó su compromiso y engrandeció su “dignidad”, esa que “no se pierde por mucho empeño que ponga el fascismo”, dijo. “El trabajo de Memoria Histórica sirve para hacer prevalecer la democracia”, agradeció Santiago, mientras escuchaba a Marina Escudero, de 31 años, que compartió con Pérez una etapa en la que ambas mujeres olvidaron los 56 años que las separaban y se centraron en lo que las unía: conocer la historia y hacer justicia. Escudero, también palentina y ahora embarazada, suspira al hablar de esa octogenaria a quien conoció porque, mientras buscaba inspiración para un proyecto fotográfico, pensó en que no sabía qué había pasado en Palencia durante la Guerra Civil: “Al enterarme aluciné mucho. No podía viajar a países en conflicto, pero aquí quedaban personas que lo conocieron”. Así descubrió la afanosa tarea de Esperanza durante varias décadas y labró una amistad que le permitió fotografiar a aquella enérgica y elegante señora con azadones en cementerios como el de Baltanás o Valdespino, de donde rescató decenas de cadáveres.
Facturas de excavadoras
La fotógrafa también retrató infinidad de viejos papeles que la anciana conservaba en su casa. Entre ellos destacan facturas de excavadoras y maquinaria que Esperanza pagó de su bolsillo en 1976 para que exhumaran a víctimas del franquismo como sus familiares, con quienes comenzó su lucha. Su padre, Juanón, fue fusilado y ella, una mujer que llamaba la atención por su belleza y su carácter, se encargó de tomar de la pechera a su asesino y de obligarlo a mostrarle el terreno donde fue liquidado. Ese fue el origen de una batalla que sufragó con el dinero que hizo en Bélgica, adonde migró en 1960 con su familia para ganarse la vida. Allí limpió casas y montó un negocio de ultramarinos con productos españoles que le permitieron regresar a Castilla y León con un dinero que invirtió en enfrentarse a alcaldes afines al régimen franquista que se oponían a su fijación por excavar en busca de represaliados.
Escudero resopla con emoción al evocar cómo su amiga Esperanza, “tan valiente y que fue siempre hasta el final”, incluso la consolaba a ella cuando se enteró de que estaba enferma: “La semana antes de morir mantenía una entereza…”.
La fotógrafa rememora aquellos días y no puede evitar sonreír al hablar de su temperamento -“tenía para todos, insultaba mucho”-, algo en lo que coincide otro viejo amigo, Tello Mañueco, de 66 años. El palentino loa la “tenacidad de una batalla en solitario” que llevó a Esperanza “a sacar a muchos compañeros con sus propias manos”. Mañueco recuerda que ya en 2004 le advertía que tuviese cuidado, no le fuera “a pasar algo”, pues se ganaba animadversiones entre los contrarios a la Memoria histórica. “Imagínate en los ochenta, encima mujer, era muy guapa y flamenca y cuando tenía que decir ‘me cago en Dios, cabrones’, lo decía”. Todo, guiada por lo que había sufrido: los fascistas mataron a su padre”.
La sobrina de la fallecida, Juncal Ibáñez, lamenta que aún viven enemigos de su tía, pues hace unos meses grupos de izquierda y defensores de la Memoria Histórica propusieron en el Ayuntamiento de Palencia que la nombraran hija adoptiva, ya que ella había nacido en el palentino Cevico de la Torre. Siguen esperando. “Lo han paralizado descaradamente”, se queja la sobrina, de 66 años, que la recuerda “con su pañuelo en la cabeza, delantal y azadón”, siempre solidaria para ayudar económicamente a viudas o huérfanas víctimas de la represión franquista. Su activismo, que la hizo “muy amiga” de Santiago Carrillo [líder comunista en el exilio y secretario general del PCE cuando fue legalizado en 1977] la llevó a escribir cartas desde Bélgica a presos políticos como Julián Grimau, político comunista fusilado en 1963, o Marcelino Camacho, histórico fundador y primer secretario general de Comisiones Obreras.
Aquellas maneras de Esperanza hacen reír a su única sobrina, que se muestra algo compungida por no haber podido acudir al acto por motivos familiares. “Los alcaldes le ponían impedimentos, pero ella hasta podía haberlos amenazado para conseguirlo”, comenta Ibáñez, que recuerda que se acostumbró a ver huesos y calaveras en la mesa de la cocina de su tía mientras aguardaban para recibir sepultura tras ser exhumados. La gallardía de la palentina, que pese a los trabajos con la azada “siempre olía a gloria bendita”, se notó hasta en la tumba: le pusieron sus mejores trajes para que al fin pudiera descansar con la elegancia que a ella le hubiera gustado después de tantos años con las manos llenas de tierra.
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