La última aldea feudal: para cualquier obra preguntar a las marquesas
Las viviendas en manos del marquesado local, la falta de suelo urbanizable y las dificultades por ser Bien de Interés Cultural ponen en jaque a Villanueva de Cauche, pedanía con 77 vecinos
A María Jesús Díaz le sorprendieron dos cosas cuando se mudó desde Málaga a Villanueva de Cauche, pequeña aldea de 77 habitantes, en 1985. La primera, que la vivienda en la que iba a residir no tenía baño. “¿Cómo podía ser? Lo primero que le dije a mi marido es que había que construir uno”, recuerda. La segunda, que para la obra tenía que pedir permiso a unas marquesas, Carmen y Teresa de Rojas, entonces propietarias del suelo donde se levanta la vivienda. Luego llegaron más sorpresas, como el pago en especie anual que hacían los vecinos a la familia noble a modo de diezmo: una o dos gallinas anuales en función de si su casa tenía o no patio. Un sistema feudal que acabó de manera definitiva en 2015 y que había anulado hasta entonces las posibilidades de desarrollo de la localidad, que ahora también lo tiene difícil porque carece de suelo urbanizable, prácticamente todo el casco histórico está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y la quincena de viviendas aún en manos del marquesado se caen.
Villanueva de Cauche pertenece al término municipal de Antequera. No hay oficina bancaria, ni tiendas ni farmacia, solo un bar. Tiene tres calles y un edificio que llama mucho la atención, propiedad del Marquesado de Cauche. Es un cortijo del siglo XVII y protegido desde 1985. Incluye una capilla y su torre, coronada por una veleta. La fachada está encalada y el portón marrón de acceso está cerrado desde hace décadas. Por las rendijas de la vieja madera se observa un amplio patio empedrado cubierto de hierbajos, una fuente, vasijas de barro y nidos de golondrinas bajo el tejado con tejas rotas que lo rodea. A su alrededor, poco a poco, se levantaron medio centenar de viviendas para los trabajadores de las tierras de la familia aristocrática.
En los 90 algunos de los descendientes de esos campesinos pudieron comprar, pero otros mantuvieron heredado un contrato de compraventa privado que mantenía en un limbo legal los inmuebles: la casa era de ellos, pero el suelo de las marquesas. Éstas fallecieron hace dos décadas y sus herederos, finalmente, se pusieron de acuerdo con los vecinos para venderles el terreno en 2015 tras una mediación realizada con paciencia y durante años por el alcalde pedáneo, Alejandro Pascual. “Conseguimos el pacto. Hicimos un proyecto de parcelación y por fin se acabó el sistema feudal”, recuerda. Desde entonces este anejo ha ganado una decena de habitantes, de los que varios son protagonistas del documental Feudo, que el gaditano Javier Barón rodó allí durante el verano pasado. La película —ganadora del Festival de Cine Descentralizado Lazos— se centraba inicialmente en el sistema feudal, pero poco a poco evolucionó hasta el éxodo rural, mirando al pasado y futuro del lugar a través de la historia de dos niños: uno apegado a la tierra que quiere ser cabrero y otro que sueña con ser futbolista. “La idea era mirar atrás, pero sobre todo adelante y ver cómo ha cambiado la situación tras el final del sistema feudal”, subraya quien ha sido responsable de producciones como Un país para escucharlo o Guardianes del patrimonio.
Hoy la localidad recibe con calma a cualquiera en cualquier momento del año. Más en verano, cuando las altas temperaturas vacían sus ya tranquilas calles. Solo hay una excepción. Las fiestas populares del 3 de mayo. Es precisamente el día en el que María Jesús Díaz se mudó al pueblo hace 38 años. Entonces la misa por la festividad se celebraba en la capilla de la casa palacio y los propietarios regalaban pan al vecindario. Otros días invitaban a galletas y chocolate. En Semana Santa daban aceite. “Recuerdo a la gente llegando con las gallinas bajo el brazo”, cuenta Esteban Carneros, que vivió en el edificio hasta sus doce años porque su padre era el encargado de la propiedad. “Todo eso empezó a desaparecer en los 90, cuando la familia creó una sociedad”, subraya quien también ejerció de alcalde pedáneo entre 2000 y 2007.
“Es verdad que se portaban bien, pero no siempre. Podían haber solucionado antes lo de la propiedad de las viviendas. No tenía sentido andar pidiendo permiso para cualquier cosa”, dice María Jesús. Cuando la marquesa falleció, un primo heredó sus propiedades y después sus hijos. Son varios propietarios, a quienes los residentes achacan no pasar jamás por el pueblo ni preocuparse por sus propiedades. El palacio tiene ya una parte derruida y la capilla está apuntalada, por lo que la misa de este mayo se celebró en el exterior. Varias empresas privadas y administraciones públicas se interesaron para plantear proyectos en él como una residencia o un hotel, pero nunca alcanzaron acuerdo con los propietarios. Tampoco —dicen los vecinos— se realiza mantenimiento de las 14 viviendas que aún siguen en manos del marquesado. Se caen a pedazos y no están a la venta, pero tendrían salida. “Hay forasteros que preguntan por ellas a diario”, dice la vecina, que cree que su venta podría dar vida a un pueblo donde la mayoría de habitantes son ya mayores.
“A pesar de la protección por ser BIC las están dejando caer. Nadie dice nada a los herederos y es una pena, porque al final esto se quedará vacío”, dice Antonio Navarro, que gestiona el único bar de la localidad y sostiene que las nuevas generaciones tienen que mudarse a Antequera o Málaga porque no tienen dónde levantar una casa. Mientras tanto, los vecinos deben ahora pedir permiso a la Consejería de Cultura para cualquier obra porque la declaración de Bien de Interés Cultural afecta a casi todo el casco urbano. “Todas estas circunstancias hacen que el pueblo no se desarrolle”, se queja Esteban Carneros, que más allá de las primitivas cadenas del marquesado ahora cree que el Ayuntamiento de Antequera, del que depende Villanueva de Cauche, queda tan lejos —a 21 kilómetros— que apenas se interesa en este territorio. Fuentes municipales explican que hay un presupuesto para fiestas que gestiona la propia pedanía, pero que el resto depende del consistorio antequerano. “Está en riesgo de desaparición”, concluye, con tristeza, Carneros.
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