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Congreso de los diputados
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fango y las neveras

Los líderes políticos están empeñados en hacernos creer que la política es cosa de valientes, de coraje, de batirse en duelo cuando les tocan la patria, la Corona, la dignidad y la unidad de España, los convivientes

Congreso de los diputados
Pleno del Congreso de los Diputados, este miércoles.Claudio Álvarez
Ángeles Caballero

Puede parecer que todo va muy rápido. Que todo cambia. Puede parecer que pasan muchas cosas a la vez y en todas partes. Y, sin embargo, entrar en el Congreso de los Diputados implica cierta pausa. Están los de siempre, sus señorías. Pendientes de los móviles, alternando bostezos y susurros al oído. Los aplausos de María Jesús Montero, su escasa contención gestual. Las caras, vicepresidenta, las caras. Están los corrillos donde siempre salen perdiendo las personas de escasa estatura. Los que salen del hemiciclo cuando quien sube al atril no es de su agrado. Están las tribunas de invitados, que este miércoles alternaban la kufiya al cuello con jóvenes vestidos con camisas de Renatta&go y chalequitos de buen ver.

Está un señor que comparece para dar explicaciones. Está otro señor al que nunca le gusta lo que dice. Está otro señor al que le da igual lo que digan sus dos predecesores en el turno de la palabra porque dirá siempre lo mismo, eso que tiene apuntado en sus tarjetas de medio folio. Son Sánchez, Núñez Feijóo y Abascal, uno de los tríos más previsibles del planeta.

Empeñados en hacernos creer que la política es cosa de valientes, de coraje, de batirse en duelo si es preciso —lo de llorar, jamás— cuando les tocan lo que duele: la patria, la Corona, la dignidad y la unidad de España, los convivientes. Cuánto señorío, Dios mío. Esta vez, eso sí, a las 9.13 de la mañana el primero anunció el reconocimiento del Estado palestino. Diecisiete minutos después pronunció las palabras mágicas: “Máquina del fango”. Pasadas las tres y media de la tarde, había repetido el término unas 500 veces. Otras 500, la oposición ultraderechizada, internacional ultraderechista y otras variantes, como las aceitunas.

El presidente del Gobierno, junto a las vicepresidentas, tras la intervención de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso, este miércoles.
El presidente del Gobierno, junto a las vicepresidentas, tras la intervención de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso, este miércoles. Claudio Álvarez

Feijóo lleva dos años visitando el Congreso de los Diputados y aún desconoce que los folios impresos en color, aunque sean en tamaño DIN A-3 e incluyan información relevante, no se ven un carajo. No pasa nada, porque por lo demás, es buen parlamentario. Recupera términos como “pendenciero” para referirse al tono del Gobierno, dice de su oponente que se ha presentado en la Cámara baja en plan “campanudo”, que es un adjetivo cotidiano del léxico de Federico Jorge Jiménez Losantos. Bebe agua cuando espera el aplauso de sus parlamentarios, explica que nada de lo que está pasando en España es normal y se lía un poco con lo del cohete cuando dice que a ver qué padre o qué madre van a la compra en semejante medio de transporte. Termina su primera intervención con el último raca-raca: que él ha venido a este mundo a ocupar la centralidad. El domingo, si a ustedes les parece bien, les espera en la madrileña Puerta de Alcalá para protestar por un montón de cosas.

A Santiago Abascal le parece terrible que el presidente del Gobierno se haya cogido cinco días de asuntos propios porque nadie en este mundo hace tal cosa y encima ha vuelto “lloriqueando como una plañidera”. Las intervenciones del líder de Vox siempre son un enorme entretenimiento para la bancada azul. Apenas unos segundos después de que empezara a hablar, Sánchez y su vicepresidenta primera movían la mandíbula casi a la vez. Una intuye que era cosa de unos caramelillos para suavizar la garganta y porque sacar palomitas sería una falta de decoro. En las palabras de Abascal hay escasa innovación: Agenda 2030 mal, inmigración masiva peor, porque en vez de necesitar 25 millones de migrantes (una barbaridad auspiciada por “la CEOE y el Banco de España”, habráse visto) lo que hacen falta son 25 millones de niños y a poder ser bien parecidos.

Errejón demostró solvencia y recomendó un libro. El orden del día, de Éric Vuillard. Y Gabriel Rufián demostró que se puede ser diputado, portavoz de ERC y convertir su intervención en una consulta con el psicólogo. Les puso y nos puso frente al espejo. Clavó una de las paradojas más fascinantes de estos tiempos: la cantidad de aplausos y votos que van a parar a la derecha y a la ultraderecha de gente que vive gracias a la justicia social que demonizan. Clavó otra de esas ideas de desayuno algo ilustrado: que la izquierda regaña y aburre, que a veces no sale de la amargura en la que parece vivir instalada. “Debemos llenar neveras, y luego filosofar”, explicó. “Militar en la utilidad”, añadió. A esas alturas de la mañana, pasadas las once, muchos de los diputados habían abandonado sus asientos en busca del tercer o cuarto café. La mayor parte de los miembros del Gobierno aguantaban. Más caramelos en sus bocas.

Pasada ya la hora del segundo vermú, el portavoz socialista, Patxi López, salió a decirle al secretario general de su partido que agradecido y emocionado solamente le pueden decir gracias por venir y por existir. Que es un tipo valiente (qué cansancio, por favor) y que las palabras pronunciadas a primera hora de la mañana se resumen en: “Gana la política”.

Luego salió Sánchez de nuevo con el fango y las aceitunas del principio. Nos recomendó otro libro, Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Fuera del hemiciclo, los mismos ciudadanos de siempre, ajenos a otro día en el Congreso. Pensando en la inutilidad de lo que pasa ahí dentro.

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