Agitación a la derecha de la derecha
El problema con esas facciones ultras es general para Europa, pero en el PP de Feijóo hay dirigentes que toman nota de la deriva por la que les precipitan tanto Vox como el agitador Alvise
Los programas electorales de Vox y de Se Acabó la Fiesta (SALF), la marca del propagandista ultra Luis Pérez (conocido como Alvise Pérez), son muy difíciles de distinguir. Casi miméticos, como sus estrategias trumpistas y sus teorías conspiratorias. Santiago Abascal y sus huestes de Vox las propagan hace tiempo desde las tribunas institucionales y algunos gobiernos de coalición, gracias a la aquiescencia desconcertada del PP de Alberto Núñez Feijóo. Alvise las emitía hasta ahora con megáfonos en sus mítines y por sus redes sociales a miles de incondicionales de las conjuras de todo tipo de fraudes, pucherazos y bulos. Hace nada esas confabulaciones parecían una anécdota extemporánea, un grano que el sistema se concedía con generosidad democrática. Ahora son ya una amenaza en toda regla institucional, europea y nacional, para el clima político y social del país, pero también para el futuro del PP.
Las consignas sobre los peligros y riesgos de la inmigración y su relación no fundada en datos y estadísticas oficiales con la inseguridad ciudadana eran algo más que un mantra en los actos públicos y discursos de Vox, de su líder, Santiago Abascal, y de cualquiera de sus acólitos. A muchos miles de españoles, exvotantes del PP, pero también de Vox, esas apelaciones racistas sobre los inmigrantes o esos ataques desmedidos a la burocracia europea, las políticas de género, las medidas para paliar el cambio climático o a los teóricos pactos del bipartidismo, no les han saciado suficiente. Y la mayoría de esos votantes fugados que ha captado Alvise y SALF son jóvenes y estudiantes, según los datos de cocina del CIS, que aplauden y reproducen en sus chats sospechas sobre todo lo que pueda promover o contar el Gobierno, el PP, o Europa.
Los seguidores de Alvise, que fue jefe de gabinete del actor Toni Cantó en su etapa de líder de Ciudadanos en la Comunidad Valenciana, no pasan ningún rubor en defender como la única verdad creíble, frente a los partidos clásicos y los grandes medios, que todo lo que está pasando ahora en España es consecuencia de un sabotaje. O de un fraude electoral. De lo que tildan como chanchullos en los que mezclan mentiras y sospechas sobre quién estuvo detrás de los atentados del 11-M y acusaciones falsas sobre quién maneja los hilos de la empresa Indra, la compañía que tramita los datos de los votos en las urnas, o el uso de Correos para beneficiar a Pedro Sánchez. Lo único que les une a todos es el odio al enemigo común: el líder del PSOE.
El problema con esas facciones ultras es general para Europa, pero en el PP también hay dirigentes que toman nota de la deriva por la que les precipitan. El PP ganó estas elecciones europeas, pero Vox también crece y SALF casi llega al 5% de los votos. Ese cóctel se agita ahora un poco más ultra.
Los bandazos del PP se suceden desde que Mariano Rajoy tuvo que ser relevado por Pablo Casado tras la moción de censura de 2018. Los populares no saben qué hacer ni cómo relacionarse con Vox. El partido de Abascal, además, no se ha hundido de nuevo en estas elecciones europeas, ni lo hizo en Euskadi o en Cataluña, como aguardaba el PP para reactivar su camino hacia la reconstrucción de la casa común de toda la derecha. Y dónde antes en el PP miraban aunque fuese de reojo a socios hipotéticos como el PNV y Junts ahora ya no les llega ni con Vox.
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