El Rey de España ignora la petición de perdón de México y defiende un debate sobre la historia “libre de prejuicios”
Carmen Iglesias, directora de la Real Academia Española de la Historia, se pronuncia contra los “perdones colectivos”. Su homólogo mexicano afirma: “Fue hace 500 años, pensemos en el futuro”
El acto de este viernes en Trujillo, un gran encuentro hispanoamericano para hablar de la historia, tenía el don de la oportunidad tanto por el cuándo –en medio de la tensión entre México y España– como por el dónde –una ciudad cacereña tenida por cuna de conquistadores–. Ahí tomó la palabra el rey Felipe VI, figura que se encuentra justo en medio de la polémica, para inaugurar el Encuentro de Academias Hispanoamericanas de la Historia. Una historia compartida y sus academias pronunciado un discurso sobrevolado por el conflicto bilateral. Sin referencias expresas al problema, sin nada que recordase su papel protagonista en el mismo al haber sido excluido por México de la toma de posesión de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, el jefe del Estado cuajó su mensaje de referencias a la hermandad de España y Latinoamérica, aunque sin rehuir la existencia de “discrepancias inevitables” que deben ser abordadas desde la “franqueza”, el “respeto” y la “amistad”, en un mensaje que sí sonó referido a la crisis. No fueron las únicas palabras con sabor a recado. De los académicos reunidos en el evento, Felipe VI se despidió elogiando su debate “libre de prejuicios”.
Si alguien esperaba algo que pudiera interpretarse como un perdón, o un lamento, o un gesto de contrición por el papel de España en la conquista, aunque fuera a la manera oblicua en que lo hizo en 1990 su padre, se quedó con las ganas. Hace 34 años, Juan Carlos I, en un encuentro con líderes indígenas en Teotitlán del Valle, México, había dicho: “La prudencia y la ecuanimidad de los monarcas fue, a menudo, lamentablemente desoída por ambiciosos encomenderos y venales funcionarios que, por la fuerza, impusieron su sinrazón”. No fue un perdón, ni una disculpa, pero sí hubo un significativo “lamentablemente”. Eran otros tiempos. Ahora, bajo presión de México, Felipe VI se limitó a señalar que en el pasado hubo “conflictos y disputas”, pero destacó los aspectos positivos de la “historia compartida”. El monarca se centró en el aquí y al ahora, subrayando los “lazos económicos crecientes” entre las dos tierras y reivindicando una relación que, ante los “grandes desafíos globales”, se ocupe del “presente” para “alcanzar respuestas pragmáticas”.
El discurso del rey tuvo lugar en el Palacio de los Barrantes-Cervantes de Trujillo (Cáceres, unos 9.000 habitantes), a apenas cinco minutos a pie de la estatua de Francisco Pizarro, el hijo más conocido de la ciudad, considerado gran conquistador del Imperio de los Incas, que fue gobernador de la Nueva Castilla y fundador de Lima, hoy capital de Perú. Testimonio de la condición de Trujillo como tierra de exploradores es la existencia de ciudades con ese nombre en la propia Perú, Honduras, Venezuela y Colombia, entre otros países. De la Trujillo cacereña también fue Francisco de Orellana, tenido por descubridor –el término es controvertido, claro– del Amazonas.
En una alocución de poco más de cinco minutos, Felipe VI rescató unas palabras de su proclamación ante las Cortes, hace ya diez años, que acreditan su especial interés en las relaciones con Latinoamérica desde el arranque de su reinado. El campo de su intervención fue más que amistoso: lazos, vínculos, mestizaje, cultura, comercio, encuentro, lengua común... Felipe VI, que ensalzó lo que consideró la “primera globalización”, citó a Inca Garcilaso de la Vega, el escritor e historiador de padre español y madre india, cuando dijo aquello tan recordado: “De ambas naciones tengo prendas”. “O podría –añadió el monarca– aludir a la primera Constitución española, la de 1812, cuando, en su artículo 1º, hace reposar nuestra identidad en ‘ambos hemisferios’”. La idea se repetía: España y América son parte de lo mismo.
La cita venía marcada por la tensión de alto voltaje entre España y México. Sheinbaum tomó posesión el martes como presidenta sin que hubiera ninguna representación oficial española. Así lo decidió el Gobierno ante el desaire mexicano al rey, excluido del acto por no haber respondido a una carta de 2019 del anterior presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, reclamando al jefe del Estado disculpas por los crímenes cometidos durante la conquista. Aunque no ha llegado a haber ruptura de relaciones diplomáticas, las tiranteces no han cesado desde que el 24 de septiembre el Gobierno tildase de “inaceptable” la exclusión del rey, anunciase que no enviaría a ningún representante a la toma de posesión y remitiese a México una queja formal. López Obrador insistió tras el gesto del Ejecutivo español en su reclamación de un cambio de mirada sobre la historia –“Se debe de contar la historia de otra manera y hacer un lado la prepotencia, la arrogancia”– y su sucesora, Sheinbaum, ya ha dado muestras tras su toma de posesión de no tener intención de forzar que la controversia se apague. El rey Felipe, dijo el miércoles, “tiene que recapacitar”.
México, España y el perdón
Ese era el ambiente en el que se desarrolló la inauguración, en la que la crisis planeó sobre todos los discursos. Quien más directamente la encaró fue Carmen Iglesias, directora la Real Academia de la Historia de España, que rechazó frontalmente los “perdones colectivos”. Los perdones, dijo, deben ser “individuales”, y cuando alguien trata de colectivizarlos suele hacerlo con ánimo de “venganza”. “La culpabilidad total de un país es tan falsa como la estimación de un mérito colectivo”, añadió Iglesias, que afirmó, citando al historiador británico John Elliott, que las fronteras del imperio español fueron “de inclusión”, a diferencia de las del imperio británico, que lo fueron “de exclusión”. “La monarquía española fue policéntrica”, continuó, con el rey escuchando en primera fila. También antes que Felipe VI, la presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola (PP), cargó contra lo que considera la “leyenda negra” contra España.
Al término del acto de inauguración, el rey Felipe acudió a una foto de familia con los académicos de más de una decena de países, entre ellos Javier Garciadiego, director de la Academia de Historia de México, con el que intercambió un saludo y unas breves palabras, que según contó después el propio Garciadiego no tuvieron ninguna relación con la crisis entre ambos países. El académico mexicano, con aire tímido, se decidió a dar su visión sobre el conflicto ante la insistencia de la prensa. “Como mexicano, respeto y acato la decisión de mi Gobierno, pero creo que la historia es mucho más profunda que la política”, dijo. ¿Debe España pedir perdón?, se le preguntó. Evitando una respuesta explícitamente negativa, se inclinó claramente por el no: “No sé cuáles serán los procedimientos diplomáticos. Los desconozco. Como historiador, [opino que] en historia no hay ni buenos ni malos, todos son de una misma historia. No hay historia oficial. La visión de la historia que tienen las autoridades de mi país no son oficiales, no son obligatorias. Cada uno de los mexicanos tenemos una distinta visión. Yo por ejemplo no tengo ningún problema en comprender que México es el producto de dos culturas extraordinarias, la española y la originaria de América”, afirmó.
Más tarde, requerido por EL PAÍS para que precisase más su respuesta sobre el “perdón”, Garciadiego añadió: “No somos quién para pedir perdón ni para otorgarlo. ¿Quién se siente con la capacidad, con la autoridad de otorgar un perdón y qué culpas tuvo que cometer otro para solicitárselo? No estamos hablando de los mismos actores. Fue hace 500 años, pensemos en el futuro”.
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