¿Por qué no hay cifras de desaparecidos y la de muertes no se actualiza? Entre la dificultad y la falta de transparencia
Las primeras cifras de fallecidos en las riadas de Valencia se dieron a la mañana siguiente, pero las de no localizados siguen sin publicarse seis días después. No hay métodos infalibles ni universales para fijarlas, pero los expertos señalan que deben comunicarse
Número de conexiones cortadas, número de hogares sin electricidad o agua, número de vuelos desviados… Hay muchas maneras distintas de relatar una misma tragedia, pero todas al final precisan de cifras objetivas. La más crucial, la de fallecidos, comenzó a aumentar a las pocas horas de que las lenguas de agua arramblasen con lo que se topaban a su paso. Al principio ese valor era un mero “varios muertos”, como avanzó el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, la misma medianoche del martes de la riada. Luego, fueron decenas. Gota a gota se superó las 100 y ya deja atrás los dos centenares, aunque ahora la difusión del conteo avanza más lentamente.
Desde el sábado, esa cifra, oficialmente, permanece inmóvil en 210 fallecidos. Durante la semana pasada se informó de datos de muertos por la mañana y por la tarde. Estos subían muy deprisa porque la localización durante las primeras jornadas, sobre todo desde el aire y a simple vista, era menos compleja. Ahora, los cadáveres que, según todo apunta, quedan por detectar están debajo del agua, dentro de coches o cubiertos por barro. Y la localización es más costosa y lenta. “Nosotros informamos de lo que nos comunican las fuerzas y cuerpos de seguridad”, argumentan fuentes de Emergencias de la Generalitat para justificar el parón informativo. El hecho es que, pese a que los hallazgos se han estabilizado, este domingo, por ejemplo, el alcalde de Pedralba notificó tres nuevos fallecidos que no se han sumado. Ese baile de cifras y el hecho de que nadie del servicio de Emergencias salga a explicar cómo están los operativos, ha hecho que se extiendan los bulos sobre los muertos. “Continúa el proceso de levantamiento e identificación de las víctimas”, es lo único que aciertan a decir.
El proceso de identificación conlleva el desplazamiento de equipos forense dedicados al levantamiento de cadáveres. A cada fallecido se le asigna un código que se anota en un acta y con esa se regresa a la base de la Ciudad de la Justicia de Valencia, donde se toman las huellas dactilares y muestras biológicas por si fuera preciso realizar análisis de ADN para su posterior identificación, según fuentes del Centro Integrado de Datos.
Los datos obtenidos durante el levantamiento y la autopsia se cruzan con los datos facilitados por familiares de desaparecidos junto a las correspondientes denuncias de desaparición. Estas pueden incluir desde una descripción física o una fotografía reciente hasta la existencia de prótesis, cicatrices o tatuajes. En ese momento, también se recaban muestras biológicas de familiares directos de desaparecidos. En el caso de las huellas dactilares, estas son cotejadas con la base de datos policial. Todos los cuerpos a los que les ha practicado la autopsia, estén identificados o no, son trasladados por la Unidad Militar de Emergencias (UME) desde la Ciudad de la Justicia de Valencia, en cuyos sótanos se centraliza la recepción de las víctimas mortales, hasta la morgue que se ha montado en Fira Valencia.
El proceso con los desaparecidos
Además del número de muertos, hay otro conteo que sobrevuela los pueblos arrasados y que corre, más cerca del rumor que de la certeza, de boca en boca de los rescatistas: el de desaparecidos. Los expertos consultados coinciden en que el valor más difícil de contabilizar tras una catástrofe, pero es fundamental porque da la medida de lo que queda por saber y por hacer en desastres como el de Valencia sin precedentes cercanos en muchas décadas. Pero ningún organismo ha hecho aún públicos sus cálculos. Y la ausencia de información hace crecer tanto el desasosiego como la desesperanza, además de la sensación de que el drama es mucho más grande de lo que se está contando.
En Valencia, al otro lado de las líneas habilitadas para la emergencia, los telefonistas les piden a los familiares que quieren denunciar una desaparición varios datos con los que completar una ficha del ser querido al que no logran localizar. Con esa ficha se suprimen luego posibles duplicidades si es que han llegado varias llamadas referidas a una sola persona. Pero esa base —o al menos el número de fichas que incluye— no se ha hecho pública. El presidente Mazón aseguró la pasada semana que se habían recibido “miles de llamadas”, aunque ese número no equivale al de desaparecidos porque había personas anotadas en más de una ocasión y porque en muchos casos los familiares no avisaban cuando, al final, eran hallados con vida. Un acta de la reunión del Cecopi del 1 de noviembre publicada por elDiario.es recogía que se habían recibido 2.500 llamadas, una cifra que en ningún caso equivale al mismo número de pérdidas. Con todo, a una semana del inicio del episodio de lluvias, continúan las denuncias por desapariciones. Este domingo la Generalitat puso en marcha tres nuevas oficinas para agilizar su recepción, ubicadas en Algemesí, Alfafar y Paiporta pero sigue sin dar un dato aproximado de los desaparecidos.
Las autoridades no han contado cómo se gestionan luego esos listados ni quién tiene acceso a ellos. No es algo infrecuente en este tipo de desastres. “Normalmente, la metodología utilizada para compilar las cifras no se revela; puede que ni siquiera exista”, responde tajante David Alexander, catedrático de Gestión y Planificación de Emergencias en el University College de Londres y autor de uno de los libros de referencia en catástrofes naturales.
Alexander ha analizado muchos casos como el de Valencia en otras partes del mundo. Las primeras horas tras el hecho, las cifras de desaparecidos “suelen ser exageradas y además puede haber doble conteo”, asegura el experto, que ha propuesto un modelo matemático que compara cómo van creciendo las cifras de víctimas mortales oficial con la extraoficial. A las pocas horas del suceso, ambas estimaciones suelen coincidir, pero conforme pasan los días, sobre todo durante el tercer, cuarto y quinto día después, la extraoficial llegaba a superar casi en un 50% la real. Los días posteriores las cifras oficiales y las extraoficiales terminan convergiendo.
Durante el tercer, cuarto y quinto día tras una catástrofe las cifras extraoficiales de víctimas llegan a superar en un 50% a las oficiales”David Alexander, catedrático de Gestión de Emergencias, University College London
En el caso de Valencia, los equipos de rescate de la UME trabajan con listados de desaparecidos facilitados por el Centro de Coordinación Operativa Integrado (Cecopi) y también por los puestos de mando avanzado. Detallan quiénes son los no localizados en cada sector en que se ha dividido el territorio dañado por las riadas. Esa información es una más de las que se sirven los militares: también escuchan el testimonio directo de los familiares y vecinos, las pistas sobre los últimos paraderos de los no localizados y el rastro que siguen los perros, señalan fuentes de la Unidad Militar de Emergencias.
Los números importan en las operaciones de rescate. “El primer factor que influye en el recuento oficial de muertos, heridos y desaparecidos es la calidad de la imagen operativa común y cómo se comparte y coordina entre las fuerzas en el terreno”, recalca Alexandre, que dice que hay que fijar mecanismos para retroalimentar la información que se consigue sobre el terreno a los centros de coordinación”.
No siempre ocurre así. Cada caso parece un mundo. “Lamentablemente, no existe un estándar para esto. ¡Y debería haberlo!”, lamenta el autor del estudio Desastres Naturales. ”Lo ideal es que haya un recuento cuidadoso de las tres cantidades (muertos, heridos y desaparecidos). Probablemente tomaría de 10 a 14 días llegar a una cifra final, pero siempre según la magnitud del desastre, el tamaño del área geográfica y la población afectada”. En esos días se acumulan y verifican los datos.
[En las catástrofes naturales] las autoridades suelen llevar un recuento continuo de desaparecidos, muertos y heridos”Richard Sullivan, director del Centro de Investigación en Conflicto y Salud, King’s College de Londres
Más allá de las dos semanas, en cambio, la búsqueda y rescate disminuirá, ya que las posibilidades de encontrar personas con vida (o en absoluto) serán “extremadamente bajas”. En casos muy raros, las personas pueden sobrevivir atrapadas durante 14-15 días, pero la mayoría de las operaciones de búsqueda y rescate concluyen dentro de la primera semana. “En el terremoto de Haití de 2010 solo nueve personas fueron rescatadas con vida después del quinto día, a pesar de un enorme número de muertos”, pone como ejemplo. Richard Sullivan, que dirige el Centro de Investigación en Conflicto y Salud, King’s College Londres y con experiencia en atención sanitaria en zonas dañadas y en conflicto, señala que en los casos de catástrofes naturales “las autoridades suelen llevar un recuento continuo de desaparecidos, muertos y heridos”.
El mundo académico apenas ha dedicado atención a cuál es la mejor manera de fijar los números. El campo de los desastres naturales parece copado por los protocolos para identificar víctimas. Y en cuestiones de conteo los países más desarrollados tampoco destacan. Uno de los conteos difundidos por el tsunami japonés de 2011 informaron de 19.759 muertes, 6.242 heridos y 2.553 desaparecidos (es decir, un total de 22.312 muertos), pero, a pesar de esa precisión, ese balance sigue conviviendo en informaciones oficiales con las horquillas imprecisas, que cifran la magnitud del desastre entre los 18.000 y 24.500 muertos.
Los protocolos precisan que el recuento de desaparecidos debe llevarse a cabo en paralelo con las operaciones de rescate inmediato y la evaluación de daños”Pier Matteo Barone, geoarqueólogo forense, Universidad Americana de Roma
Cada desastre natural es distinto, señalan los expertos consultados, pero sí hay directrices emitidas por organizaciones como la Cruz Roja Internacional y las Naciones Unidas. “En caso de inundaciones, los protocolos prevén la colaboración entre autoridades locales, las fuerzas de rescate e las instituciones de investigación para la recopilación y análisis de datos sobre los desaparecidos. Estos protocolos incluyen el uso de registros digitales centralizados para informar de las personas desaparecidas y la recopilación de información a través de plataformas tecnológicas avanzadas, como los sistemas de información geográfica, los drones y sistemas de detección geoespacial”, detalla Pier Matteo Barone, profesor de la Universidad Americana de Roma especializado en geoarqueología forense para localizar desaparecidos.
“Los protocolos precian que el recuento de desaparecidos debe llevarse a cabo en paralelo con las operaciones de rescate inmediato y la evaluación de daños. A él se suman la recopilación de información de familiares, autoridades locales y una imprescindible fase de verificación a través de cruces de datos entre registros sanitarios, de identidad y testimonios sobre el terreno”, precisa Barone.
El reto en los grandes desastres, como se ha visto en el caso de las inundaciones de Valencia, es hacer frente a la destrucción de las infraestructuras de transporte y las telecomunicaciones. Pero al desafío técnico, que se intenta solventar usando teledetección y georradares para encontrar cuerpos incluso bajo gruesas capas de sedimentos, están las políticas. “Es necesario garantizar transparencia y coordinación entre los diferentes agentes que participan”, recalca Barone, que destaca, en positivo, el caso de la respuesta de Italia a las inundaciones en Emilia-Romagna en 2023, “donde una gestión bien coordinada permitió un censo rápido y preciso de las personas afectadas”, aunque la escala fue mucho menor que las riadas en España, 17 fallecidos.
Alexander cree que a veces las redes sociales han llegado “a hacer mejor trabajo que las autoridades al crear algoritmos de ubicación de origen colectivo para personas desaparecidas”. Pero también es frecuente que las autoridades oficiales no usen esta información “porque, con razón o sin ella, son escépticas sobre su rigor y fiabilidad”, aclara la profesora Maria Rosa Di Maggio, de Geoscienze Forensi Italia. En todo caso, para evitar alimentar ansiedades y temores colectivos, es esencial que la comunicación sea precisa y medida, evitando expresiones sensacionalistas como “número de muertos incalculable”, “cientos de víctimas” o “el aparcamiento como un cementerio”, de las que se peca en los medios de comunicación. “Esas formulaciones, aunque comprensibles en situaciones de fuerte impacto emocional, corren el riesgo de amplificar el pánico público y distorsionar la percepción de la realidad, y obstaculizan una comprensión racional de los eventos”.
Cosa distinta es que las autoridades guarden silencio, que no se recomienda: “Comunicar una horquilla estimativa, aunque sea provisional, es preferible al silencio, porque le da a las familias un punto de referencia”, apunta el profesor Barone. Así se hizo, señala el experto, en el caso del huracán Harvey en 2017. “El acceso a la información clara y transparente ayudó a la comunidad a coordinarse mejor y a encontrar apoyo”.
Pero no es solo una cuestión de psicología colectiva. Dar cifras erróneas “podría afectar negativamente la eficacia de los informes por parte de familiares y autoridades locales”, aclara Di Maggio, para quien transparencia y equilibrio son precisos para dar “una respuesta colectiva serena y consciente”.
De los desastres también se aprende. Cuando todo haya pasado, insiste Barone, es importante “promover la cooperación entre expertos locales e internacionales para compartir mejores prácticas y apoyar las operaciones de rescate”.
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