El retorno del catalanismo pragmático
Jordi Pujol proporcionó el argumento inicial: hay que elegir entre la independencia o la irrelevancia. Diez años más tarde, Mas-Colell ha dado la respuesta pragmática a una formulación binaria y simplista
Fiesta grande entre escépticos y adversarios de la independencia. Andreu Mas-Colell ha tirado intelectualmente la toalla. Lo dijo con toda claridad: “No habrá independencia ni referéndum vinculante de independencia”. ¿Por qué?: “España, monárquica o republicana, no aceptará bajo ninguna circunstancia la separación de Cataluña”. La matización es muy importante: ni siquiera siendo republicana la aceptaría. Es decir, toda la gesticulación y todo el esfuerzo para coincidir con el republicanismo español en el camino y como aliado son inútiles. Mas-Colell no se ciñe a España para acentuar su afirmación: “En este tema, Europa está y estará de la parte de España”. Por una razón: “El compromiso de la UE con el principio de la inmutabilidad de las fronteras es absoluto”.
Lo escribió en el diario Ara hace dos semanas. Las reacciones que cabía esperar ante una voz tan potente y autorizada digamos que han sido discretas. Solo hay diálogo entre quienes están de acuerdo. Este es un país que ha dejado de conversar consigo mismo. Son los inconvenientes de una opinión pública anoréxica, corroída por el unanimismo oficial.
Mas-Colell hace tiempo que lo piensa. Del mismo artículo se deduce que ya lo pensaba antes del 27 de octubre de 2017. Ya lo pensaba probablemente en enero de 2016, cuando dejó la conselleria y el Govern, justo con la llegada de Puigdemont. Pero ha querido acompañar moralmente a sus amigos políticos y dirigir su voz disidente más de cara adentro que hacia fuera. Hasta ahora.
Entre los argumentos del artículo el que más cuenta, para mi gusto, es el que desmiente la tesis fundacional de este independentismo del siglo XXI, que es la teoría del desfiladero tan bien formulada por Jordi Pujol hace unos 10 años, después de la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de 2006. Cataluña, dijo Pujol, se encuentra en un camino que va estrechándose y que obliga a optar entre aceptar la asimilación o la independencia. La formulación es brutal y me parece que sus efectos no han sido suficientemente valorados, siguiendo el método de minimizar el papel de Pujol en el proceso independentista: “Lo que España quiere imponer es la residualización de Cataluña. Su gradual difuminación. La pérdida de su identidad y de su capacidad de construir una sociedad de calidad para todos sus ciudadanos”.
Mas-Colell resuelve el problema gracias a su mentalidad matemática: “Ciertamente, si la valoración de las diferentes situaciones es que la independencia vale mil y el resto vale cero, entonces no se pierde nada, o incluso se gana en autoestima dándose cabezazos contra un muro”. Y reivindica, en consecuencia, el pragmatismo, la virtud política probablemente más notable de Jordi Pujol cuando era president.
Los motivos que llevaron a Pujol a convertirse en un terco idealista son difíciles de dilucidar. ¿El entorno familiar? ¿El cansancio político? ¿O quizás contaba también con la posibilidad de lo que los ingleses llaman un grand bargain, o un campmàs, como decimos los catalanes, es decir, un negociación “con Madrid” en las que todo entrara, tanto los intereses privados como los objetivos políticos públicos?
No tengo respuesta a ninguna de estas preguntas y son los interesados, el propio Pujol y su entorno, incluido Artur Mas, los únicos que la tienen. Mas-Colell, partidario del pragmatismo, ha contribuido poderosamente a la clarificación, no con la información que probablemente no tiene, pero sí con argumentos a los que un nacionalista no puede ser insensible, en el caso de que sea honesto: “Sería extraño que el sentimiento patriótico nos obligara a violentar nuestra inteligencia sobre lo que es posible y lo que no lo es. Se puede ser un patriota de piedra picada y ser a la vez pragmático”.
El artículo de Mas-Colell debería llevar a la rehabilitación inmediata al catalanismo moderado y pragmático, sin necesidad de añadir lamentaciones retrospectivas. “Para mí, patriota es el que está comprometido, firmemente y activamente, con la causa de la pervivencia y la prosperidad de la nación”, dice. ¿Quién no se adhiere incondicionalmente a este antiguo y moderno programa? “La historia de Cataluña está admirablemente colmada de ellos”, añade.
Queda claro, pues, que el perímetro del patriotismo sobrepasa ampliamente el del independentismo, y en muchos casos con la destacada virtud de la paciencia estratégica, casi siempre ausente entre los independentistas: “Quizá la tarea a la que invito es difícil, y seguro que es agotadora, pero es la que hay que hacer. No hay otra. En particular, no acepto que ser patriota signifique golpear la cabeza contra el muro un día sí y otro también”. Necesitamos patriotas incansables, en lugar de impacientes e interesados irrealistas.
No es el regreso del pujolismo. Es la superación del pujolismo, con su ambigüedad, sus negocios familiares, sus hijos, y el retorno al catalanismo decente que ha construido la Cataluña real que tenemos. Y quien esté tentado inútilmente con el inútil reproche del ‘yo ya lo había dicho’, que recuerde la parábola evangélica del hijo pródigo: la fiesta que organiza el padre no es por el que se ha quedado, sino para celebrar al que vuelve.
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