Entre el campo y el mar: Así se fraguó el pacto entre ERC y Junts para firmar la paz
Aragonès y Sànchez cerraron el acuerdo en dos reuniones celebradas el fin de semana en dos masías
”¡No nos dan los cuatro votos que necesitamos! ¡Ni gratis ni en ningún caso!”. Pasaban las 20.00 del martes 11 de mayo y un dirigente de Esquerra, enfurecido, daba casi por agotadas las negociaciones con Junts en los pasillos del Parlament. El republicano Pere Aragonès había dado un golpe en la mesa tres días antes y estaba dispuesto a gobernar en solitario pero necesitaba esos síes de Junts para ser investido por mayoría simple antes del día 26. El vértigo de la repetición electoral planeaba y ERC negociaba tanto con En Comú Podem como con las otras fuerzas del independentismo: Junts, CUP, Òmnium, la Assemblea (ANC) y el Consell de la República. Y un día después de que el dirigente de ERC temiera por esos cuatro votos, los tres partidos ponían las bases de un acuerdo in extremis.
Sumido en una loca montaña rusa desde hace tres meses, el independentismo ha bordeado la implosión y a un ritmo de vértigo Aragonès y Jordi Sànchez, secretario general de Junts, que gozaba de un permiso penitenciario, cerraron este fin de semana un pacto en dos masías de la provincia de Barcelona: el sábado en la Soler de n’Hug, en Prats de Lluçanès (Barcelona), propiedad de la familia de Isaac Peraire, vicesecretario general de Vertebración Territorial y Partido Abierto, de ERC. La reunión arrancó a las 10.00 y acabó, con el paréntesis de la comida y un paseo por la finca, a las 20.30. Allí hablaron de estrategia, de programa y estructura de Govern. Ese mediodía, los alcaldes de ERC en un acto en el mirador de l’Alcalde, en Montjuïc, con Barcelona como postal de fondo y con la sospechosa ausencia de la mayoría de negociadores del partido, clamaban por el acuerdo. “Que cumplan como nosotros hemos hecho siempre con todos los presidentes de Junts”, decía la portavoz Marta Vilalta (ERC).
El domingo, la reunión siguió en Can Magarola, en Alella, junto al mar, no lejos de Pineda, el municipio de Aragonès. Mientras cerraban la estructura del Ejecutivo, cientos de personas, convocadas por la ANC se concentraban en la plaza de Sant Jaume. “Exigimos un Govern del 52%”, decían sus pancartas en alusión al porcentaje de votos independentistas de las elecciones del 14-F. Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, contaba que les plantarían cara si no pactaban. A la misma hora, los diputados de la CUP señalaban ante el edificio cultural del Born que ir a elecciones sería “una tomadura de pelo”. Y Jordi Cuixart, de Òmnium, pedía unidad y acabar con los “insultos”.
700.000 votos menos
Tras 90 días de negociación, conscientes de ese escenario y de la posible pérdida de votos en otras elecciones —700.000 sufragios el 14-F— ERC y Junts cerraron el acuerdo. El pacto pone fin a un culebrón entre dos partidos que gobiernan juntos, que tienen líderes en prisión, a muchos cargos imputados, que son independentistas, que reivindican la amnistía y el referéndum y que aún así parecía que estuvieran negociando un tratado de paz. Nada se entiende sin sus profundas desconfianzas, esculpidas desde que ERC se negó a investir a Carles Puigdemont en 2018 pero que se remontan a antes del referéndum del 1-O. Mientras Junts digería su derrota en el bloque independentista, Aragonès auguró un Govern “rápido”. Nadie imaginó que tardaría lo suyo. El preludio de los meses tortuosos se insinuó cuando Junts dilató —”¿Teníais dudas de que sería a última hora?”, se preguntó un miembro de ERC— el nombre de su candidata a presidir el Parlament. El nombre de Laura Borràs se difundió el 11 de marzo, la víspera de la constitución de la Cámara. La CUP tachó a Junts de “temerarios”.
“Sin una Cámara soberana ningún anhelo será respetado”, dijo Borràs comprometiéndose a tomar el testigo de Carme Forcadell, en prisión, e ignorando el legado del republicano Roger Torrent, su predecesor. El 21 de marzo, a falta de cinco días para el debate de investidura, previsto para el 26, republicanos y la CUP difundieron un acuerdo de 16 páginas. Junts se sintió despreciada y el día 23 condicionó su voto a un pacto de legislatura. “No especularemos con elecciones. Unos días o semanas, nos es igual, pero seguro que gobernaremos juntos”, dijo Sànchez.
Y así fue. La primera sesión fue estéril y Aragonès solo recibió sus votos y los de la CUP (42 sobre 135). Albert Batet, portavoz de Junts, le sugirió que no se presentara al segundo debate. “¿Qué tenemos que hacer más? Nosotros nunca hemos fallado”, decía atónita una diputada de ERC la noche de autos. Aragonès acudió el día 30 a la segunda sesión, con aire de humillación para la oposición, que tuvo el mismo desenlace.
Y, a partir de ahí, decenas de reuniones en el Parlament y en hoteles. Y largas horas de guardia de los periodistas. Con Elsa Artadi como cara visible de Junts y Sergi Sabrià y Marta Vilalta por parte de ERC. Hubo un cruce eterno de documentos sobre cinco ejes —estrategia, soberanía del Parlament, coordinación en el Congreso, programa y Govern—; reproches y ultimátums de ERC en público que Junts no aceptó mientras el reloj seguía avanzando. En medio de la lucha por la hegemonía independentista, ERC ganó a Junts, cerrada a cal y canto, la batalla del relato. Pero cundieron los nervios y el temor a que las bases de Junts tumben un acuerdo. O que Aragonès tenga que confinarse por covid.
”¡No consentiremos tutelajes!”, decían en ERC en alusión al Consell de la República aunque negaban que el problema fuera Carles Puigdemont. “No vemos a Aragonès en las reuniones”, replicaban en Junts. Y le vieron: fue dos veces a la cárcel de Lledoners. En esas citas, Oriol Junqueras no habla y solo da notas escritas a los suyos. El día 7, Sànchez dice que el acuerdo es “cuestión de días” y el 8 Aragonès da el golpe en la mesa. Junts dejó de garantizar sus votos. “¿No habrá un acuerdo a última hora y carreras en los pasillos?”, se le preguntó a un dirigente de ERC. “No”, dijo. La sesión será, quizás, este viernes.
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