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Fin de los peajes: “Mi vida laboral está en la autopista”

Trabajadores de Abertis reviven sus recuerdos cobrando en la carretera antes de la pérdida de su puesto de trabajo

Juan Jesús Atienza, de 51 años, trabajador de Abertis, este sábado, en el peaje de Martorell.
Juan Jesús Atienza, de 51 años, trabajador de Abertis, este sábado, en el peaje de Martorell.Massimiliano Minocri

Tras más de treinta años cobrando a conductores, Juan Jesús Atienza es uno de los 340 trabajadores de Abertis que perderán su empleo por la liberación de autopistas con el fin de los peajes este miércoles. “Mi vida laboral está en la autopista”, sentencia este cobrador que va a cambiar radicalmente de vida. Lleva trabajando en el peaje de Martorell que explota Acesa (del grupo Abertis) desde los 19 años, cuando durante veranos y fines de semana entró a trabajar en la más popular de las barreras de la autopista AP-7 en busca de ingresos. Tras cinco años de experiencia, consiguió un contrato fijo que le ha dado un sueldo hasta hoy. “Con 51 años la situación es difícil. El mercado laboral está complicado y muchos de nosotros, que hemos hecho nuestra vida aquí, nos encontramos en una situación de ‘sálvese quien pueda”, comenta.

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”De momento, todo es muy incierto, pero tengo claro que voy a tener que reciclarme a nivel profesional”, explica el trabajador, que actualmente está a medio camino de obtener un grado en Relaciones Laborales y Ocupación por la UOC (Universitat Oberta de Catalunya). La media de edad de las 340 personas que se quedarán en el paro en los próximos días y semanas (un retén mantendrá el trabajo unos meses para facilitar el traspaso de la vía a las administraciones titulares) es de 49 años, una cifra que obligará a muchos de ellos a reconducir su carrera.

“Quiero hacer algún tipo de voluntariado de asesoramiento laboral para poder ayudar a otros trabajadores que estén en una situación similar a la que vivimos nosotros ahora”, apunta Atienza, quien ha formado parte del comité de negociación con Abertis para abordar las condiciones de despido y defiende que “ha sido un final muy triste después de tantos años en la empresa.”

Núria Aranyó, cobradora de peajes en Arenys de Mar (en la C-32, operada por Invicat, también de Abertis), coincide en que ha sido “un final muy duro”. En su opinión, el fin de etapa ha dado la sensación de “tener un enfermo terminal en casa; sabes que en algún momento se va a acabar, pero no lo encajas hasta que sucede”. “Hace ya cuatro años que tenía claro que esto llegaría a su fin y desde entonces he intentado encarar mi futuro con otras opciones”, añade la trabajadora, que empezó a buscar otros empleos cuando vio la situación que se avecinaba.

Aranyó, como otros muchos cobradores de peaje, empezó trabajando los veranos y la hicieron fija en 2010 con un contrato de media jornada. Esto le permitió combinar el empleo con los estudios y otro trabajo como monitora en un colegio de Barcelona. Al final, las horas del día se quedaban cortas para encajar todas sus ocupaciones. Trabajaba en el peaje noches y fines de semana e invertía mediodías y tardes en el colegio. Las mañanas las aprovechaba para sacarse el título de técnica en Educación Infantil. “Ahora me voy a poder dedicar plenamente al colegio, pero me quedo sin la mitad de un sueldo fijo.”

Josep Tort, con su puesto de trabajo en el peaje de El Vendrell, está en una situación similar a la de Juan Jesús. Llegó a la carretera con 18 años tras acabar el servicio militar obligatorio. Lo que empezó siendo un trabajo para ganar dinero mientras cursaba bachillerato se acabó convirtiendo en el empleo de toda su vida. “Todo lo que he hecho ha sido esto y ahora me toca reciclarme como muchos compañeros”, comenta el trabajador, que tiene especial interés en la Historia e incluso ha escrito una novela ambientada en la Cataluña del siglo X titulada Mir Geribert, el príncep rebel.

Tres décadas dan para mucho. Cada uno de los 40.000 coches que pasan por el peaje cada día esconde una historia. “Hemos visto de todo: accidentes de tráfico, gente deambulando por las instalaciones sin rumbo alguno e incluso una vez vimos a un hombre morir de sobredosis”, rememora Atienza.

Los tres coinciden en que la época de la campaña No vull pagar fue la más dura de sus días en la carretera. Fue un movimiento de denuncia que sostenía que Cataluña sufría un agravio respecto al resto de comunidades y que convirtió durante semanas los peajes en un lugar de protestas de conductores, tocando la bocina junto a las casetas y pidiendo que levantaran barreras porque no iban a pagar la tarifa. Incluso se formaron concentraciones de vehículos. “A mí me han insultado y escupido algunos clientes porque no querían pagar”, explica Aranyó. Sobre aquel tipo de situaciones, Josep Tort apunta: “Debes evitar llevar estas malas sensaciones a casa y lograr que todo lo malo se quede aquí, en el peaje”. Pese a haber vivido experiencias de todos los colores, los trabajadores también recuerdan momentos divertidos: “Una vez un furgón de policía me cantó el cumpleaños feliz por el megáfono”, recuerda Aranyó.

”Durante muchos años no he dicho que era cobradora de peaje; estaba mal visto. Incluso ahora me encuentro a muchas personas que se alegran de que no van a tener que pagar más, sin tener en cuenta de que una gran cantidad de trabajadores nos vamos directos a la calle”, explica la empleada de Invicat. En muchos casos, los cobradores de peaje trabajan los fines de semana y festivos, cuando las horas trabajadas se pagan mejor.

“Es muy sacrificado. Complica mucho la conciliación familiar cuando dependes de este sueldo y el hecho de trabajar en festivos no es una elección”, comenta Atienza, quien afirma que el ambiente de los últimos días ha sido de “agonía y mucho sufrimiento. Algunos tendrán la oportunidad de jubilarse en buenas condiciones, otros estamos en un limbo complicado, pero, sin duda, todos tendremos que reconducir nuestras vidas”, afirma.

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