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PRESUPUESTOS DE LA GENERALITAT
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es triste pedir... el sí a los presupuestos

El president Pere Aragonès adapta su discurso a cada grupo para conseguir los dos votos que necesita

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el pleno del Parlament de este miércoles.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el pleno del Parlament de este miércoles.Andreu Dalmau (EFE)
Manel Lucas Giralt

Puede que la memoria me falle, pero me cuesta recordar una insistencia tan explícita y persistente en reclamar (¿suplicar?) el apoyo de la oposición como la de Pere Aragonès, esta semana, para los presupuestos de la Generalitat. El Govern llegó a un acuerdo con el PSC pero le siguen faltando dos votos para la mayoría, y a pesar de todo los presupuestos ya están presentados oficialmente y se votarán la próxima semana: si no logra más síes que noes, quedarán rechazados y habrá que empezar de nuevo. El tiempo corre, y no precisamente a favor del president de la Generalitat. De ahí que, este miércoles con mayor ahínco que en los anteriores, toda su retórica se haya centrado en tratar de convencer a los posibles socios de lo imponderable de votar a favor de esas cuentas públicas.

Aragonès ha utilizado todas las estrategias posibles del discurso para obtener una respuesta positiva o, cuando menos, incomodar a los reacios. Cuando habla a Jessica Albiach (En Comú Podem), que exige enterrar el macroproyecto de Hard Rock a cambio de aprobar los presupuestos, apela a un sutil chantaje moral: “en el presupuesto, de ese proyecto que usted dice no hay ninguna medida, ningún acuerdo. Lo importante ahora es ser conscientes de la responsabilidad que tenemos todos para que este país deje atrás los recortes”. Aragonés sabe que esa palabra, “recortes”, desencadena un cortocircuito en los cerebros de los comunes. El president también esgrime con Albiach las partidas más sociales y progresistas del presupuesto, igual que frente a la CUP, a la que reprocha por otra parte un cierto maximalismo izquierdista estéril: “entiendo el posicionamiento, las diferencias ideológicas o de programa político, pero al final tenemos que ir a las cosas concretas.”

El discurso frente a Junts per Catalunya, en cambio, es el contrario: vóteme, porque el presupuesto -y su ley de acompañamiento- prevé una rebaja fiscal a los sueldos de hasta 35.000 euros anuales. Casi a la desesperada, el president llega incluso a echar mano de la psicología inversa, cuando, tras la crítica de Ignacio Garriga, líder de Vox -con su andanada de rigor contra la inmigración-, exclama: “los grupos que puedan tener la duda de qué hacer con el presupuesto, deberían pasarse esta intervención [de Garriga] en bucle (…). Si un presupuesto es nefasto para la extrema derecha, es porque es un presupuesto muy bueno.”

La preocupación de Pere Aragonès por el posible pinchazo de la semana próxima no la mitiga ni el discurso favorable de Salvador Illa –favorable, a la vez que autocomplaciente: “a nosotros no nos sacarán de la política útil, o sea que toda la disponibilidad para llegar a acuerdos”-, ni le permite encajar con buen ánimo la sorna de Alejandro Fernández, portavoz del PP, cuando se mete con la “cultura del no” de la CUP: “del perroflautismo contemplativo sólo pueden vivir los hijos de papá”. Queda una semana para la votación, que coincidirá, por cierto, con el debate sobre la amnistía en el Congreso de los Diputados: por doquier, la vida al límite.

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