La ‘rauxa’ se fue a Madrid
Cataluña y Reino Unido aparecen como precursores de los peores defectos de la política actual, incluso en el plano internacional
Es público y notorio que han cambiado las tornas. Es espectacular el contraste entre la tranquila vida política catalana y la desagradable trepidación que sacude la política en Madrid, tanto en las instituciones del Estado como en las de la comunidad autónoma, y no digamos en sus medios de comunicación. Se ha instalado como un lugar común que se trata de la exportación del procés al resto de España, pero no hay unanimidad sobre su significado: para unos es la continuación del esfuerzo independentista por otros medios y para otros solo el carísimo precio pagar para la sanación de los casi diez años de pugna secesionista en Cataluña.
Si en la primera visión confluyen los temores catastrofistas de cierto nacionalismo español con las últimas y vanas esperanzas del independentismo, en la mirada más resignada y paciente de quienes no se dejan llevar por la pasión política se asemeja a la operación imposible de devolver la pasta de dientes al tubo después de haberlo vaciado. No hay nada más eficaz para la fabricación de un conflicto histórico que plantear un problema del que se sabe previamente que no tiene solución al menos en los términos en que se plantea.
Interesan también las consideraciones en términos de culpabilidad. Son triviales e inexactas, cierto, pero sirven para comprender los sentimientos y la subjetividad de cada parte. A la hora de justificar el brusco surgimiento del independentismo, la culpa recayó entera sobre el centralismo español, particularmente el conservador. Como fue también entera del independentismo en ebullición cuando se buscaron las causas de la fragmentación, la polarización y la inestabilidad españolas. En ambos casos, gracias a la asociación del nadador entre dos aguas socialista, que combatió a la independencia en su día pero ahora se habría convertido en su cómplice.
Entre las explicaciones más atractivas para la irreprimible tendencia catalana a la autosatisfacción, el famoso cofoisme, se cuenta con otro tópico, el del vanguardismo de Cataluña, avanzadilla de la modernidad, en este caso en competencia con el Brexit. Cataluña y Reino Unido aparecen así como precursores de los peores defectos de la política actual, incluso en el plano internacional. No es extraño que Artur Mas recibiera con regocijo la primera victoria de Trump en 2016 como ejemplo de que todo es posible. En unilateralismo y menosprecio a la regla de juego, polarización y populismo, tacticismo y fragmentación partidista, desgobierno y fabricación de una realidad paralela, la década catalana perdida se avanzó al conjunto de España y ahora ha entrado afortunadamente en la fase recesiva.
Después de la rauxa, que se fue a Madrid, el seny ha regresado. Sin el boyante PSC no habría un gobierno presidido por Sánchez y sin este PSOE tampoco Illa sería presidente. Cataluña es el mejor balance de Sánchez y Sánchez la condición de posibilidad de la Cataluña gobernada. La historia es una inagotable fuente de ironía.
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