Esos que nos cuidan y a los que no cuidamos
Ni esto es una guerra ni somos soldados: más que de batallar hablemos de curar y de cuidar
Desde que llegué a Madrid, a principios de siglo, se han vivido muchos momentos históricos: el atentado de Atocha, la boda real, el estallido de la crisis, el surgimiento del 15M, el boom feminista del 8M, etc. Pero creo que ningún momento tan histórico como este, que no está siendo histórico solo en Madrid, sino en todo el planeta.
Para encontrar un acontecimiento tan notorio, que afectase a todos los ámbitos de la vida, probablemente tendríamos que remontarnos al asedio de la ciudad durante la Guerra Civil, salvando las distancias: entonces podían salir de casa, a los cines y a los cafés, aunque tenían que comer todo el rato las píldoras de la resistencia del Dr. Negrín (las lentejas, vaya), tortilla de cáscaras de naranja y les daban gato por liebre, literalmente. Desaparecieron en Madrid los gatos, las vacas, hasta los burros.
El símil belicista está muy extendido en esta crisis, algunos de nuestros líderes y gurús se vienen muy arriba, porque somos una generación que no ha conocido la guerra en primera persona, pero no creo que esto se parezca demasiado a una guerra. Entiendo que se practique la economía de guerra y la medicina de guerra, y entiendo que son heroicos los trabajadores sanitarios y los que mantienen en marcha el país, pero esa épica castrense aplicada al resto de la población, en pijama y Cola Cao, me parece trasnochada y hasta ridícula.
Después de manejar tanto feminismo durante los últimos años, a la primera de cambio sacamos esta retórica machirula y patriarcalona: más que de batallar deberíamos hablar de curar y de cuidar. El otro día el Jemad, jefe de las Fuerzas Armadas, me llamo “soldado” desde la tele, como ciudadano que soy. Ahí estaba yo, heroico, tumbado en el sofá y esperando a la siesta. Si se trata de esto, me voy a ganar una medalla en esta cuarentena.
Vemos también que muchos de los trabajadores que hacen que todo esto funcione son los que tienen menos prestigio social y salarios más bajos. Me refiero a los cajeros y reponedores de los supermercados, los trabajadores del transporte y de la limpieza, los repartidores que nos llevan las cosas a nuestros domicilios, etc. Eso sin contar a las amas de casa, y a las personas que se dedican siempre a la reproducción social y a ayudar a los dependientes gratis et amore.
Esta es la gente que nos cuida, y a la que no pagamos demasiado (o, directamente, nada) por hacerlo. Por eso, como dice el antropólogo David Graeber, además del término clase trabajadora deberíamos empezar a utilizar el término clase cuidadora (caring class). Me asomo al balcón y desde el confort y la seguridad de mi castillo, les veo allá abajo, con sus bicicletas, con sus mangueras y sus escobas o rellenando el supermercado de alimentos. Quizás cuando esto pase les veamos de otra manera. Son los verdaderamente esenciales.
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