Dejen morirse al toreo en paz
El apoyo institucional a las corridas de toros no parece que vaya a ayudar a la Marca Madrid
En tiempos del Romanticismo los viajeros extranjeros venían a España a hacer turismo literario, muy distinto al turismo actual de sol y playa, para regresar a su país contando historias maravillosas plagadas de bandoleros, flamencos, gitanos, brujas, mujeres de ojos negros y, cómo no, toreros. Todo eso formaba parte de la imagen mítica y exótica de España. Las cosas han cambiado y, como vamos hacia a mundo más empático, diverso y compasivo, algunos folclores empiezan a verse como pura barbarie. Por ejemplo, la tortura de animales como espectáculo público.
Ajenos al discurrir de la Historia, poniendo la marcha atrás sin rubor, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid firman un acuerdo para promover la cultura taurina. El anterior Gobierno municipal, de Manuela Carmena, había cortado las ayudas al sector. Es todo un atentado contra la imagen de modernidad que pretende darse a la ciudad, un tiro en el pie a la tan cacareada Marca Madrid. Lo que ayudaría a Madrid a colocarse entre las más avanzadas ciudades del mundo sería una fuerte apuesta contra estas actividades sangrientas.
Explicaba el filósofo Jesús Mosterín que no hay nada específicamente español en lo taurino: corridas de toros se celebraban en muchas partes de Europa, pero la ola de progreso de la Ilustración las barrió. En España no nos enteramos demasiado de la Ilustración, desgraciadamente, y hete aquí que nuestro país se convirtió en una “bolsa de crueldad” en este aspecto.
Hay que acabar con los toros por el bien de España y de los españoles, por mucho que los pintara Picasso o le gustaran a Hemingway
El espectáculo taurino interesa cada vez menos y de los toreros lo que interesa es si cambian de pareja por una más joven, si montan peleas (ilegales) de gallos o si insultan a una ministra por la calle. La tauromaquia trata de modernizarse montando plataformas online, como TauroTen, que espectaculariza la vida de los matadores en plan reality show, como en un intento desesperado de atraer público. Pero el toreo no tiene futuro.
No está claro que las corridas sean arte. Es cierto que son parte indisoluble de la cultura española. Y desde luego han sido tradicionales, y dan de comer a muchas familias. Pero ninguna de esas razones es suficiente para mantener una costumbre cruel, no solo por el sufrimiento del animal, sino también por lo macabro de una sociedad que jalee este espectáculo. El progreso consiste, precisamente, en sustituir tradiciones peores por otras mejores.
Más que luchar contra la muerte, victoria imposible, es nuestro deber erradicar el sufrimiento. Hay que acabar con los toros por el bien de España y de los españoles, por mucho que los pintara Picasso o le gustaran a Hemingway. El más importante argumento contra el toreo es el menos esgrimido: el de la compasión. Necesitamos una sociedad compasiva, no tan embrutecida que ignore la tortura tras una verónica o unas chicuelinas. Es como si, en realidad, el capote no fuera para el toro, sino que fuera para el público.
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