¡Hasta la próxima!
Fue bonito poder hablar desde el barrio basándome en mi pequeña ‘matria’, Alcorcón
“Tuvimos que echar mano de vocación, imaginación y voluntad, pero se hizo lo que se pudo”, dice Julián de Gregorio, profesor en el CEIPSO Cervantes, centro educativo de Alcorcón acerca del cual ya escribí una vez y que, a toro pasado, me explica cómo se apañaron con la covid-19 el curso anterior. Me habla de la improvisación con la que tuvieron que actuar en una escuela en la que el alumnado proviene de 29 países diferentes y en donde la pretensión de trabajar desde casa, para muchos, se quedó en un intento. “Había una parte que no es que no tuviera acceso al ordenador, sino que, directamente, pasó hambre y no era tan importante que se supiera el tema cinco cuando tenía problemas para comer o pagar la luz”, comenta Julián. Tres meses de Rodilla o Telepizza no eran una buena opción, así que el equipo docente puso en marcha una caja de resistencia, cuyos fondos iniciales salieron de un premio que el colegio había ganado, con el fin de asistir a quienes lo necesitaran.
No obstante, el profesorado también vivió una auténtica odisea, la creatividad y la abnegación se convirtieron en las estrellas de la temporada, aprendieron a usar Zoom, se comunicaron por teléfono con sus estudiantes, a veces, usando su propio terminal, con el objetivo de que pudieran seguir las lecciones y las brechas digitales no fueran precipicios. En esa línea, el Ayuntamiento de la localidad se encargó de transportar fotocopias de las lecciones, para regresar al mundo analógico, tangible, real y el único posible en un montón de hogares.
Desde que han comenzado el año lectivo, la “nueva normalidad” ha sido bastante decepcionante. Hubo varios positivos, estuvieron confinados y tuvieron que quitar la semipresencialidad que tenían en tercero y cuarto de ESO puesto que, según inspección, dispondrían de espacio suficiente para que toda la gente asistiera manteniendo la distancia de seguridad, si transformaban el salón de actos en un aula.
Es probable, señala Julián, que la tranquilidad sea patrimonio de los alumnos de cursos inferiores, sin embargo, los que tienen más edad y conciencia andan renqueando de ánimo no solo por lo que sucede en el cole sino por lo que está pasando en sus casas. La caja de resistencia está bajo mínimos porque de ahí se están pagando varios alquileres de familias cuyos adultos se han quedado sin trabajo.
Sin duda, están haciendo lo que pueden. Yo también hice lo propio a lo largo de estos dos años y pico de columna que hoy llega a su fin. Fue bonito mientras duró, precisamente por eso, quiero dar las gracias a este medio por darme la oportunidad a mí, que soy pura periferia, literal y figurada, de poder hablar no solo sobre el barrio, sino, fundamentalmente, hacerlo desde el barrio, basándome en la cotidianidad de mi pequeña matria, Alcorcón, poniendo en valor las relaciones vecinales, el ir a hacer recados, escuchar gritting, comprar en el comercio pequeño o apoyar lo público antes, durante y después (sí, habrá un después) de la pandemia que se cruzó en nuestro camino.
Si no padecen centritis, quizá nos veamos en algún lado. Entre tanto, cuídense. ¡Hasta la próxima!
Lucía Mbomío se despide como columnista de EL PAÍS tras casi dos años y medio. Puedes seguir a Lucía Mbomío en Instagram.
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