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Las 12 campanadas más deseadas y menos celebradas de Madrid

La capital despide el año sin concentraciones, casi vacía y con la Puerta del Sol cerrada para celebrar el final del primer año de la pandemia

Operarios de limpieza trabajan en la plaza de la Puerta del Sol de Madrid tras la llegada del año nuevo. EFE/David Fernández
Operarios de limpieza trabajan en la plaza de la Puerta del Sol de Madrid tras la llegada del año nuevo. EFE/David FernándezDavid Fernandez (EFE)
Ignacio Gallello

Cuando aún quedaban cuatro horas para que Madrid pasara de año, los restos de la ‘tardevieja’ se dejaban notar por el centro de Madrid. En una Plaza del dos de mayo prácticamente vacía, los últimos clientes del 2D, uno de los bares del lugar, apuraban las últimas horas antes de irse a sus casas a cenar, al ritmo de una conocida canción de reggaeton antiguo. El Malabar, otro bar, echaba el cierre a las 19:30. Su dueño, Raciel Serrano, resumía la tarde: “No ha ido bien pero tampoco mal. Ha ido”. Este fin de año ha hecho un 40% de la caja normal, aventura con resignación. “A ver si 2021 viene mejor”.

Alrededor de las 20:30, por la calle de Velarde suben dos amigas que acarrean unas bolsas llenas de hielo. No quisieron dar sus nombres para este reportaje, pero sí contaron su plan: “Hemos pillado una habitación de hotel y vamos a festejar allí la noche”. Las uvas se las toman con sus padres y después van ahí a celebrar. Nada de calle. Les ha costado 34 euros, y una de ellas aclara: “Solo vamos a ser cuatro, el novio de ella, el mío y yo”. Lo único que les preocupa es no poder llegar hasta el sitio, porque está en Montera y no saben si les afecta el cierre de Sol, que empieza a las 22. Esperan poder pasar con el comprobante de su reserva.

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Al subir Gran Vía, ya cerca de las 21:30, cada vez se ve menos gente en las calles, en plena retirada rumbo a las mesas donde se sirve la última cena del año. Esta gran avenida de Madrid es uno de los lugares donde mejor se percibe la crisis desatada por el coronavirus. Teatros cerrados, hoteles tapiados y locales en alquiler, como muestras de la tristeza muda de los proyectos parados, suspendidos y abortados a lo largo de 2020.

En la calle de Donados, cerca de Ópera, Brian pide fuego porque su mechero no funciona. Es repartidor para Glovo y hoy, último día del año, trabajará hasta las campanadas. Este joven de origen marroquí cuenta que “es lo que hay”. Recoge la comida de un restaurante italiano. “Ahora mismo los pedidos tienen una bonificación del 70% en el pago por ser fin de año”, cuenta. Con este, por pedalear bajo el frío invernal que congela el fin de 2020 en Madrid, Brian recibirá 3,96 euros. “Y luego a eso le tienes que quitar los impuestos y la cuota de autónomo”, explica antes de alejarse a toda velocidad en su bici.

A pocos minutos de las 22, ya no se puede acceder a Sol. Dos jóvenes que salen del perímetro por calle Mayor le comentan a los policías que volverán a entrar “luego” porque pasan la noche “en casa de un amigo” ahí cerca. El agente es tajante: “Si no estáis empadronados, no volvéis a entrar, si queréis pasar la noche ahí, mejor quedaros desde ya”. No se lo esperaban, y casi puede escucharse como el plan de la pareja salta por los aires en su expresión desencajada. A partir de las 22 horas, la plaza quedará cerrada al público.

Todo el que sale no vuelve a entrar, y cada vez hay más bomberos y policías que transeúntes. Como por arte de magia, aparece una pareja que corre disfrazada de hippies, solo ellos saben cómo pudieron pasar el perímetro. Son deportistas. “Como este año no había San Silvestre, nos la hemos hecho por nuestra cuenta”. Son Ioane y David, de 41 y 46 años, están casados, tienen cuatro hijos y vienen corriendo desde Arturo Soria. Afirman que tras perder sus trabajos en marzo, consiguieron otros “mejores” en poco tiempo y que salen de 2020 “más enamorados”. Ella trabaja en marketing y él en una empresa de explosivos. Entre los disfraces, la carrera, y su entusiasmo “optimista”, parecen recién aterrizados de otro planeta u otro año.

Un dron de la policía municipal pide a los pocos que quedan que se marchen al tiempo que un cordón policial barre la plaza. Mientras, Nacho Cano y su equipo empiezan los ensayos de su actuación, que tendrá lugar poco antes de las doce. Suena el marineros, soldados, solteros, casados hasta la extenuación como una psicofonía, en medio del silencio que gobierna el lugar. Llovizna y hace un frío que parece histórico junto a la estampa de un Sol en la que faltan los madrileños y visitantes que aprovechan para tomarse las uvas en vivo y en directo.

El concierto solo abarca Un año más, pero cuando termina, los intérpretes corren a abrazarse como si hubieran dado un recital de dos horas frente a un auditorio a reventar.

A cinco minutos para la cuenta atrás, aquellos que pueden estar presentes empiezan a juntarse y hacerse fotos. Los policías posan frente a la bandera de España que se proyecta contra el edificio del Consistorio, un médico de protección civil hace una videollamada a casa y los vigilantes del metro salen en tropel a la superficie para hacerse una foto todos juntos mientras sacan las uvas que cada uno trae de casa envueltas en papel de aluminio. Parece como si Sol se hubiera reservado a los trabajadores esenciales del año.

A la hora indicada pasa lo que en la mayoría de salones y comedores de España: 12 campanadas y 12 uvas. Pero como si no importase que no haya mucho ánimo de fiesta, en Sol también estallan los fuegos artificiales como en un bombardeo que buscara ahuyentar al 2020 para que no vuelva. Desde los límites del perímetro de seguridad, algunas personas se han acercado para despedir el año lo más cerca posible. Difícilmente llegan al centenar, y no alcanzan el júbilo de los años sin pandemia.

Estos fieles seguidores de las campanadas en directo no tardan en volver a casa, y el centro de Madrid se convierte en una procesión que se desarrolla entre algunas sirenas de policía y el estruendo de la pirotecnia que se escucha en toda la ciudad. No hay ambiente festivo, basta alejarse un poco de Sol para viajar en el tiempo a marzo: calles vacías, y un silencio casi absoluto que solo se rompe cuando desde las ventanas abiertas llegan los ruidos de la fiesta que acaba de empezar y que prácticamente se termina unos instantes después.

Madrid no fue el de Un año más. Fue la ciudad que es, golpeada por los puños de la pandemia, pero dejó ver sus ganas de salir adelante, ya sea con una San Silvestre improvisada, con el reparto de pedidos bonificados hasta después de las uvas o celebrando la entrada del año en petit comité en una habitación de hotel en Montera.

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