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SALTO DE FE
Columna
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Echar el freno

El gesto de Díaz, hacer público que necesitaba descanso, fue revolucionario. No estamos aún acostumbrados a que los que nos dirigen admitan que son humanos

La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, comparece el viernes en rueda de prensa.
La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, comparece el viernes en rueda de prensa.EUROPA PRESS/R.Rubio.POOL (Europa Press)
Margaryta Yakovenko

“El dolor se interpreta como síntoma de debilidad. Es algo que hay que ocultar o eliminar optimizándo­lo. Es incompatible con el rendimiento”, escribe el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad paliativa. Durante años se ha creído que los primeros humanos descartaban y abandonaban a todos aquellos niños, adultos y ancianos que enfermaban o ya nacían débiles. Pero recientes descubrimientos demostraron que, ya en su momento, los Neandertales cuidaban en comunidad de sus enfermos logrando que vivieran hasta edad avanzada. ¿Cuándo comienza entonces a repugnarnos el dolor de los demás? Es complicado ponerle una fecha exacta, pero no es difícil ver que es en la actual sociedad del rendimiento cuando más crueles nos hemos vuelto. A lo largo de los años, me he encontrado en demasiadas ocasiones con comentarios despiadados y miradas reprobatorias cuando un compañero o compañera se iba de baja. Porque no nos gusta sentirnos masticados y escupidos por el sistema, pero si nos sentimos así, queremos que los demás se sientan igual y que no busquen ayuda.

Nosotras somos las que parando damos ejemplo y permiso al resto a detenerse, pero nos encontramos a individuos que aprovechan para adelantarnos en la carrera o estigmatizar la necesidad de descanso

Cuando la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, escribió en Twitter la semana pasada que el médico le obligaba a cancelar su agenda de trabajo y le prescribía reposo, no pude evitar pensar en todos esos días en los que nos levantamos, vestimos, producimos y producimos, aún estando mal, aún estando fatal. “Hay días en los que nuestro cuerpo nos exige parar y que nos cuidemos para poder seguir”, escribió ella y yo pensé en todas las veces que he silenciado mi cuerpo con analgésicos en vez de darle ese reposo. El gesto de Díaz, hacer público que necesitaba descanso, fue revolucionario. No estamos aún acostumbrados a que los que nos dirigen admitan que son humanos. Es tan poco común, que incluso esa confesión sincera fue aprovechada por el exdiputado Marcos de Quintos para hacer un comentario jocoso sin gracia, que quedó a la misma altura que el “¡Vete al médico!” que le gritaron a Íñigo Errejón cuando hablaba de salud mental en el Congreso.

Hace unos años, otra política también de izquierdas dijo algo muy parecido. En 2018 Alexandria Ocasio anunció que pararía una semana para cuidarse y evitar agotarse. Pero 30 años antes, en 1988, la activista y escritora feminista Audre Lorde ya lo dijo mejor que nadie: “Cuidar de mí misma no es autoindulgencia, es autoconservación y es un acto político”. El problema es que esa reivindicación a echar el freno de mano cuando vemos que el coche está empezando a rodar por la ladera nace de nuevo desde las mujeres feministas. Nosotras somos las que parando damos ejemplo y permiso al resto a detenerse, pero lo que nos encontramos es a individuos e individuas que en vez de celebrarlo, aprovechan para adelantarnos en la carrera o directamente estigmatizar la necesidad de descanso. La crisis del covid recalcó nuestra debilidad como especie, pero aun así no podemos permitirnos una pausa sin sufrir la burla. Lo de la vicepresidenta fue revolucionario pero seguimos necesitando ver a señores del Gobierno o del Ibex admitir que también son seres humanos frágiles. O al menos, que ni siquiera ellos pueden seguir el ritmo que nos han impuesto.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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