Las entrañas del deseo femenino en monólogo
‘Yo solo vine a ver el jardín’ explora los tabúes de la sexualidad de las mujeres, inspirado en un texto del siglo XVII y creado por el colectivo Amor y Rabia
“Me acuesto con vosotros, pero siempre espero a alguien más”. Lo confiesa la actriz Lluna Issa Casterà en el monólogo Yo solo vine a ver el jardín y, poco a poco, desvela que esa persona por quien aguarda es ella misma. Su personaje, Aglaya, percibía el deseo como algo externo, simple, masculino, corroído. Y comenzaron las preguntas. Por eso, a la dramaturga Carla Nyman le gustaría que los espectadores entraran este domingo a la sala Nave 73 con más certezas y que salieran con más dudas.
Ambas tienen 24 años, crearon hace un año el colectivo Amor y Rabia, y luchan por derribar el tabú de la sexualidad de las mujeres, con un texto inspirado en una obra del siglo XVII de Feliciana Enríquez de Guzmán. “Tragicomedia de los jardines y campos sabeos va sobre tres hermanas que, en lugar de elegir por imposición paterna entre seis hombres, los escogen todos. Porque los parámetros y convencionalismos las reprimen, porque el deseo no tiene límites y porque quieren descubrirlo. Nosotras nos hemos centrado en una de ellas, y lo hemos querido hacer contemporáneo”, resume la directora mallorquina.
La palabra que utiliza para definir esa obra es “macarra” por su carácter subversivo. Admira no solo su liberación sexual, también que plantee si para conocer el deseo tiene que “consumir” a las personas. ¿Supone una liberación o encadena?, se preguntan, sentadas este viernes después del ensayo en una terraza del barrio Embajadores. La respuesta de las dos es no posicionarse. Dejar que el público decida.
Las incógnitas que le surgen a Aglaya comenzaron en su infancia. Por eso se entretiene con juguetes, entre ellos, seis Playmobil que representan a seis amantes. En una escena confiesa que le preguntó a su padre donde estaba el clítoris y que él no supo explicarle. “Me habría encantado que me hubieran hablado de la masturbación cuando era pequeña”, define la actriz valenciana. Les parece urgente y actual que haya mayor educación sexoafectiva para los menores. “Hace poco estuve trabajando en un instituto. Los niños hablan siempre de masturbación y las niñas nunca. Ellos lo expresan con orgullo: ‘Yo me masturbo tantas veces al día’. Como si fuera una competición”. Ellas han querido evidenciar el placer y autoplacer de las mujeres: “Es una exploración para quitarse la vergüenza”.
Casterà denuncia el peso de la herencia histórica. Que el padre tenga tanta autoridad sobre Aglaya, que no le pregunte qué quiere. También el de otros hombres que se igualan al progenitor. “Quien se acercaba a ligar siempre fueron ellos, ellos tenían el control”, critica, y apuntala que ellas no pretenden ocupar un sitio de poder. “Queremos dialogar, buscar y que nos escuchen”, señala su compañera. Su propósito es toparse con el sentimiento primitivo, originario. “Hay un deseo prefabricado que viene en el cuerpo. Ella se rompe el cuerpo en esta obra para ver dónde lo tiene, para dialogar con él”, cuenta Nyman.
Precariedad artística
La directora se dedica a la poesía, a la dramaturgia y es docente. “Daba clases en ese colegio de Escritura Creativa y de Lengua y Literatura para pagarme el alquiler en Madrid”, reconoce. La actriz explica que su generación ha vivido múltiples crisis, que no cuentan con las mismas ayudas de sus padres y que solo pueden vivir y crear con un indecible esfuerzo diario. “Noto más desaliento, hay una depresión profunda en el ánimo. No miramos con esperanza hacia el futuro”, apunta Nyman, y asegura tratan de inventar sus propios recursos para seguir adelante. “Utilizamos los memes para franquear la sensación de desasosiego”.
“Hemos peleado por llegar aquí”, sentencia la actriz. Ella comenzó su formación artística en Valencia, siguió en la República Dominicana y después en el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual, del Museo Reina Sofía, que le cambió percepciones del teatro “para siempre”. La dramaturga estuvo un curso en la Fundación Antonio Gala: “Estás un año entero creando, no tienes que estar pensando en el mundo académico, que es algo que nos meten a presión desde le principio. Vas al colegio, al instituto, a la universidad y te tienes que sacar un máster, un doctorado y ya estás en la cúspide de tu vida. Y si te puedes casar, mejor, y si tienes hijos, aún mejor”. Ha publicado dos poemarios: Movernos en la sed, con el que ha ganado este año el VI Premio Valparaíso de Poesía; y Elegías para un avión común (Torremozas) con el que ganó el premio Gloria Fuertes de Poesía Joven 2020.
Han peleado y quieren seguir. “Nos interesa lo inmersivo”, añade una otra. Se juntaron para eso; para mezclar lo visual, lo sonoro y lo dramatúrgico. “Queremos hacer piezas y entrar en la red de museos, llevar lo escénico a otros espacios”, expone la otra. Ellas transmiten su ilusión e ímpetu por movilizarse, en cambio, Aglaya empieza a disfrutar de su jardín, e invita a ir despacio. “En el amor y en la rabia”.
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