Breve lección de historia sobre Sabatini
El profesor Jörg Garms analiza al genio italiano que concibió el Madrid de las Luces con un lenguaje impreciso entre el barroco clasicista y la depuración racional
Pocos historiadores españoles conocían su aspecto. Pues de Francisco Sabatini (1721-1797) solo circulaba un retrato con peluca rizada, de fidelidad tan dudosa como las lecturas que solían hacerse de su arquitectura. Habría que viajar hasta la Accademia Nazionale di San Luca de Roma para encontrar una imagen más ajustada a la realidad del proyectista de cámara real. Allí reposa una tela anónima que el propio Sabatini envió desde la corte de Carlos III tras ser admitido en la galería de académicos de la institución. Tal ingreso se debió al respaldo de su mentor y después suegro Luigi Vanvitelli, entonces el más laureado del gremio. La obra de Sabatini no podría entenderse sin el dominio técnico que este le brindó en Nápoles, como observa el profesor de la Universidad de Viena Jörg Garms.
Funcionario del Instituto Histórico de Austria en Roma, Garms no ha faltado en más de medio siglo al estudio de la arquitectura dieciochesca de toda Europa. El encuentro con el investigador, de 86 años, se produce en la Sala de Columnas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando con motivo del tercer centenario del nacimiento de Sabatini. Solo unas plantas más abajo, la colección de vaciados que Antonio Rafael Mengs donó al rey Carlos III da cuenta de las pasiones que el periodo clásico desataba hace tres siglos. No parece el caso de Sabatini, que documentó con dibujos el yacimiento de Paestum, pero relegó los órdenes dóricos observados al espacio de la decoración interior. Más allá de categorías estilísticas, renunció a la innovación que otros de sus coetáneos sí ensayaron, pero sirvió a la eficaz maquinaria del reformismo ilustrado. “La organización funcional era el punto fuerte de Sabatini, aunque le faltaba pasión artística”, sentencia Garms.
Sabatini utilizaba la historia del arte como un repositorio de soluciones de las que iba echando mano con cada encargo. De ahí la repetición de tipologías que bien podrían identificarse con Bernini o Carlo Fontana, atendiendo a un programa funcional y no tanto a su valor estético. Pura Construcción sin ambages. El sepulcro de Fernando VI (Convento de las Salesas), uno de sus primeros trabajos ya en Madrid, ilustra aquellas carencias que al tiempo se convirtieron en su seña de identidad. “Para el proyecto bebió de las tumbas de San Pedro, Roma”, clarifica el profesor. “Un trapecio con dos figuras femeninas en los laterales, como en el caso de los papas León X, Alejandro VIII y Benedicto XIII. La corona sobre el sarcófago es una idea que se repite en los panteones de Cristina de Suecia y María Clementina Sobieska”, prosigue.
Entre el barroco clasicista y la depuración racional, el legado de Sabatini se antoja impreciso. Un pastiche de amplias influencias, como su persona: no fue solo ingeniero militar, tampoco arquitecto por entero. Otros compañeros le opacaron en la academia y en la escuela, pero acabará detendando los más altos cargos al servicio del imperio español. “Y eso a pesar de que el número de obras de las que fue plenamente responsable es reducido y ninguna de ellas se encontraba en su patria, Italia”, apostilla Garms, quien resalta sus proyectos seculares en Madrid, como la Real Casa de la Aduana, en la misma acera de la institución que acoge esta entrevista. Sobre la Puerta de Alcalá, emblema global de Sabatini, declara: “Es como un arco del triunfo de Luis XVI a la española. Pese a su origen regio, ya forma marte de la identidad popular de esta ciudad”.
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