Teatro para la esperanza
El proyecto LÓVA acompaña a presos en la cárcel de Valdemoro en el proceso de montar una compañía teatral
“Me cayeron seis años por el robo con el Arturo”, dice una frase del montaje teatral Esperanzas conectadas. La obra es de ficción pero, como suele ocurrir, esa ficción tiene retazos de la experiencia de los autores, de modo que aquí se relata la existencia en los barrios desfavorecidos, las encrucijadas vitales y la vida delincuencial a la que muchas veces abocan. Los dramaturgos son presos, así como los actores, la dirección, los maquilladores, y hasta los responsables de prensa de la compañía, que conforman unas 20 personas. Este curioso espectáculo se representó el pasado 18 de diciembre en la cárcel de Valdemoro, ante un público formado por los familiares de los reclusos. Era un estreno mundial, y una representación única (en varios sentidos de la palabra), que llevaban dos años preparando.
El proyecto LÓVA (La Ópera, un Vehículo de Aprendizaje), originado en Estados Unidos en los años setenta, se realiza desde hace unos 10 años en esta cárcel, a propuesta del maestro jubilado Miguel Gil, que antes lo ponía en práctica en escuelas. “No se trata de hacer una mera obra de fin de curso que quede bonita”, dice Gil. “Es algo más profundo”. En efecto, dentro de esta metodología, que oficia Gil y un grupo de voluntarios, son los presos los que escriben y levantan la obra, igual que una compañía profesional: no se les dirige, simplemente se les acompaña. Mediante esta actividad se asegura que los condenados disfruten del “acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad” que les garantiza el artículo 25 de la Constitución.
“Me invitaron al módulo para acercar a los presos la profesión de dramaturgia y darles algunas claves en su proceso de creación”, explica la dramaturga y directora Carolina África. La experiencia en la cárcel le resultó tan enriquecedora que decidió enrolarse como voluntaria. La magia del teatro se le reveló en toda su potencia al observarla dentro de los tristes muros de la cárcel. “Se descubre allí dentro a gente con mucho talento y con historias desgarradoras, también se te caen muchos prejuicios”, explica.
La experiencia tiene sus complicaciones, por ejemplo, cuando un interno tiene unos días de permiso o es expulsado del módulo y ya no se puede contar con él. Pero en las compañías teatrales saben cómo afrontar estas adversidades. “Cuando se representa la obra se encuentran muy satisfechos”, dice África, “al fin y al cabo muchas de estas personas no han conseguido llevar a buen término algunas facetas de su vida, ya sean los estudios, el trabajo o las relaciones familiares”.
No es la única iniciativa teatral en las prisiones. El Teatro Yeses, capitaneado por Elena Cánovas, lleva desde 1985, cuando se creó en la madrileña cárcel de Yeserías, realizando funciones con grupos de mujeres presas. Actualmente, se desarrolla en la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares. “Este tipo de actividades le aportan a los reclusos un plus de responsabilidad y fomentan sus inquietudes”, dice Gil, “al principio puede generar cierto escepticismo en los participantes, pero se acaban implicando”.
Un módulo creativo
“Yo me voy’, pensé cuando llegué al módulo, porque no me veía haciendo teatro”, dice Javi, uno de los actores. Pasó nervios, pero al finalizar la experiencia le resultó muy gratificante. Se refiere al módulo terapéutico, una zona de la prisión donde los presos se comprometen a no consumir drogas y tener buen comportamiento a cambio de ciertas licencias, como tener celda individual y poder decorarla a su gusto. Allí, además de teatro, hacen yoga, terapia de grupo o reciben las visitas de profesionales de la cultura que les hablan de su actividad.
Esta es la tercera obra en la que participa Antonio, otro de los actores: “Han sido dos años duros de pandemia, pero en los que se ha ido creando mucha unidad en el grupo. Esto se vio el día de la representación”. La práctica del teatro cohesiona al grupo, fomenta la creatividad y la autoestima, y ayuda a sobrellevar la vida cotidiana en la cárcel, como una vía de escape. “Cuanto más tiempo llevas en prisión más sentido tiene, porque creo que aquí se pierden habilidades sociales y, para el que no las tenía, este trabajo y el contacto con los voluntarios puede ayudar mucho”, señala Omar.
A la dramaturga África tanto le inspiró este proyecto que, en una extraña vuelta de tuerca, ha destilado otra obra teatral, El cuaderno de Pitágoras, basada en sus experiencias como voluntaria y su contacto con otros colectivos que trabajan en ese ámbito, sobre todo en cárceles de mujeres: “Como el 93% de los reclusos son hombres el sistema penitenciario está pensado para ellos y no para ellas, lo que origina todo tipo de desigualdades y discriminación”, dice África. Se representará en enero y febrero en el Centro Dramático Nacional. Así el proyecto sale de algún modo de los muros del presidio y llega al público general, a través de la pluma de la dramaturga, que explora el concepto de reinserción y los estigmas, prejuicios y dificultades que tiene que soportar alguien que haya pasado una temporada entre estas paredes.
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