Víctimas de la explotación sexual visitan a las jugadoras de la selección femenina de fútbol: “Durante años me sentí una delincuente”
Cuatro supervivientes de la trata sexual comparten su testimonio durante un encuentro en Las Rozas con el equipo femenino
—Cuando os he visto entrar, tan jóvenes y sonrientes, he pensado: ¿quién de ellas sería una potencial víctima de trata? La respuesta es: todas.
Marcela, nombre ficticio que eligió para salvaguardar su identidad porque está amenazada, llegó hace 16 años a España. Alguien le prometió un trabajo digno, pero en cuanto pisó Europa se dio cuenta de que empezaba su calvario como víctima de trata sexual. Primero su proxeneta la hizo pasar por todos los clubes de Portugal, luego pararon en Sevilla. “Llegué sin saber una sola palabra de español, y me di cuenta de inmediato de que me encontraba en el peor lugar para aprenderlo”, bromea para sacar una sonrisa al público que tiene enfrente, que se ha quedado sin palabras ante su testimonio. En la sala de prensa de la Ciudad del Fútbol, en Las Rozas (Madrid) se encuentran, por un lado y con un micro en la mano, cuatro mujeres víctimas de trata. Por el otro, la selección femenina de fútbol, que interrumpió el entrenamiento para los europeos para conocer la historia de estas supervivientes.
“Está claro que en el mundo hay muchas injusticias que no conocemos. Es impresionante que ellas sean capaces de contar sus historias, no todo el mundo tiene la misma fuerza”, dice Aitana Bonmatí, centrocampista de la selección española y del Barcelona. Durante una hora, las 23 futbolistas se quedaron pegadas a sus sillas, incapaces de interrumpir el relato de Marcela, Alina, Jeanette y Carmen, supervivientes que consiguieron escapar de sus proxenetas gracias a la ayuda de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP).
“La primera cosa que la gente piensa cuando nos ve en la calle es ¿por qué no escapan? Nadie sabe que los proxenetas nos tienen siempre controladas, nos drogan, nos quitan la documentación y amenazan la vida de nuestros familiares si no hacemos lo que dicen”, explica Alina (35 años), que llegó a España desde un país del este de Europa. No puede dar su verdadero nombre, ni revelar su nacionalidad, porque desde que consiguió escapar a la vigilancia de su explotador y colarse en la comisaría de la calle de Montera, a pocos metros de donde la obligaban a prostituirse, vive bajo régimen de protección.
Pasaron 11 años desde este acto de valentía. Ahora es parte de las “unidades móviles” de la asociación APRAMP, los grupos de rescate que se ocupan de encontrar a mujeres víctimas de trata y de ayudarlas a salir de la esclavitud. “Alina es una verdadera líder. Es conocida allí donde va por sus compatriotas y nos ha ayudado a rescatar a muchas mujeres en todos los años que lleva con nosotros”, reconoce Rocío Mora, abogada y presidenta de la asociación.
El trabajo de las unidades móviles es unos de los temas que más apasionan a las jugadoras de la selección, que preguntan sobre el modus operandi durante las operaciones de rescate. “Encontrar los lugares en donde las mujeres están explotadas es lo más fácil. Calles, polígonos, clubes con neones bien visibles. Más complicado es saber dónde están los pisos”, explica Alina. “Luego hay que tener paciencia y conseguir ganarte la confianza de las mujeres”. Por razones de seguridad y para no comprometer el trabajo de APRAMP, no se pueden proporcionar más detalles sobre estas operaciones que se llevan a cabo de forma continuada en Madrid, Murcia, Almería o Asturias.
“Que levante la mano quien haya visto Pretty Woman”, pregunta Marcela. Solo cuatro manos entre el público. “O Sky Rojo”, insiste. Casi todas las futbolistas contestan afirmativamente. “Parece todo muy glamuroso, con mucho dinero, fiestas, regalos. Pero ninguna de nosotras ha ganado dinero trabajando para un putero, son las mafias las que se enriquecen. Nosotras lo único que hemos conseguido es salir de allí destrozadas y sin autoestima”, resalta la sudamericana.
“Durante muchos años me sentí una delincuente, no quería hablar con la policía por miedo a ir a la cárcel”, recuerda Carmen (42 años). Mientras cuenta su vida ―una historia que dice ser muy larga y dolorosa, y que hace unos años no era capaz de contar sin echarse a llorar― nadie se mueve en la sala. Dejó su país en Latinoamérica en 2010 atraída por una oferta de trabajo que le iba a permitir mantener a sus hijos. Llegó a España un año después. En los 12 meses que pasaron entre el comienzo de su esclavitud y su liberación, pasó primero por Turquía, donde la encerraron durante tres meses en un hotel junto a otras mujeres, y luego caminó hasta Grecia, donde la obligaron a prostituirse en un piso.
“¿Conseguiste reunirte con tus hijos?”, le pregunta la delantera del Barcelona Mariona Caldentey al término de la charla. Contesta que sí, que vive en Madrid con los más pequeños, y habla con frecuencia con los mayores. “¿Qué podemos hacer para ayudaros?”, insiste Irene Paredes, capitana de La Roja. “Hablar de nuestras historias”, dice Jeanette. “Y ganar la Eurocopa”.
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