Dos semanas de convivencia, un crimen en el salón y una víctima que señaló a su asesino: “Ha sido mi compañero de piso”
A Eugenio, un artista urbano, lo mató un chico que se acababa de mudar a su casa con un historial de violencia y que pasó el día posterior vagando sin rumbo por Madrid


Eugenio Pineda era una de esas personas que desprende buen rollo y al que le encantaba relacionarse con todo el mundo. Era un artista urbano, un rapero y un creador de cotenidos para redes en tono de humor conocido como Parce Lean. En 2023 llevaba un tiempo viviendo en Madrid, adonde había llegado procedente de Andalucía, donde se instaló su familia tras emigrar de Colombia. Residía en un piso compartido del barrio de Latina donde, a principios de mayo, llegó un chico nuevo, Javier O. Él lo recibió tal y como trataba a todo el mundo: con camaradería y confianza. Dos semanas después este nuevo compañero de piso lo acribilló a cuchilladas en el salón, sin ningún motivo y luego escapó. Cuando llegaron la policía y los sanitarios, Eugenio aún permaneció con vida durante casi una hora en la que le quedaron fuerzas para decir a los agentes: “Ha sido mi compañero de piso”.
Javier O., que tenía 22 años cuando cometió el crimen, estaba diagnosticado con depresión y trastorno disocial desde niño. Estas circunstancias unidas al consumo de cannabis le hacían una persona inestable y que había experimentado episodios de agresividad durante toda su vida, según señalan los informes forenses que obran en la causa judicial. Uno de los últimos arrebatos, en febrero de 2023, provocó que un juez dictara una orden de alejamiento con respecto de su madre, a la que agredió en el piso que compartían. Por ese motivo, la no podía seguir residiendo ahí. La situación era insostenible. El joven vivió durante un tiempo en un albergue y, en mayo, recaló en el piso de la calle de Cerro Bermejo en el que tenían alquiladas sendas habitaciones Eugenio y otro chico llamado Óscar. Sus padres le pagaban el alquiler.
Le tocó a Eugenio, como podría haber sido otra persona. Le tocó porque estaba allí ese día 16 de mayo a las tres y media de la tarde junto a Javi, en el salón, pasando el rato. Le tocó de forma injusta e irracional. Ese día y a esa hora, el recién instalado compañero de piso apuñaló en una treintena de ocasiones a Eugenio con un cuchillo de cocina, que luego dejó en la encimera. Antes, según la deducción de los forenses, le había pegado con un monopatín que se encontró en el baño en la cabeza. De todas las cuchilladas, tres fueron mortales y no hubo nada que los servicios de emergencias pudieran hacer por salvarlo. A las 16.32 certificaron su fallecimiento, con 29 años.
Encima de la mesita del salón, junto a un cenicero naranja y una bolsa de boquillas para tabaco un móvil no dejaba de sonar mientras los agentes de homicidios y los de la científica hacían su trabajo. En la pantalla ponía: “Papá”. Era el teléfono que el asesino había dejado en la casa en una huida precipitada en la que dejó huellas ensangrentadas en el portal. Un investigador lo cogió y pudo hablar con el progenitor, quien le dijo en ese momento que su hijo llevaba un tiempo sin tomar su medicación. La última dosis pautada estaba registrada en su historial en noviembre de 2022, era intravenosa, para asegurar que la recibiera, y la duración del efecto finalizaba pasados tres meses.
El historial médico de Javier incluye una larga lista de afecciones mentales e incluso un ingreso hospitalario en psiquiatría en 2022 por un brote psicótico por consumo de cannabis. Pero nada de todo esto, a juicio de los forenses que lo examinaron, limita su capacidad de percepción de lo que sucede alrededor y de lo que está bien y lo que está mal. “Tiene rasgos de personalidad psicopáticos, que implican una carencia de empatía, mucha impulsividad y agresividad y una ausencia de remordimientos. Su forma de de funcionar es a través de estos vínculos de agresividad”, señaló la especialista que declaró en el juicio este jueves. Javier se enfrenta a 22 años de prisión, según la petición de la fiscalía y a 25, si atendenmos a la solicitud de la familia, representada por Francisco Garoña.
Dos días antes del crimen, Javier acudió a su médico de cabecera, quien le diagnosticó una gastritis. Y apenas unas horas antes de matar a su compañero de piso, llamó al 112 para decir que no podía levantarse, que tenía mareos y que fuera a buscarlo una ambulancia. La persona que lo atendió se negó y le dijo que no iba a mandar a nadie a por él. “Esto no es Telepizza”, le soltó.
La declaración del acusado fue breve, apenas cinco minutos.
—Estábamos en el salón, consumí... No recuerdo coger ningún cuchillo. Solo recuerdo salir con las manos ensangrentadas y caminar y caminar. Y después, el calabozo. Eugenio era una buena persona.
El abogado de Javier, que pide la absolución por trastorno psíquico o el ingreso en un psiquiátrico en caso de que se le condene, llegó a decir que Eugenio era una de las pocas personas que había tratado a su cliente como un ser humano en los últimos meses.
Después de declarar, el acusado pidió perdón a la familia de Eugenio, en especial a su madre Ketty, que acudió a la sala el día que comenzó el juicio, aunque tuvo que salir de la sala para no ver las imágenes más duras que se enseñaron al jurado popular y al tribunal.

Tras matar a Eugenio, Javier salió corriendo de la casa sin apenas pertenencias y con el chándal negro que llevaba puesto con restos de sangre. Durante todo el día posterior, estuvo vagando sin rumbo. Las cámaras de videovigilancia lo captaron en la parada del metro en Colombia, en Puerta del Ángel, en el cercanías de Alcalá de Henares, donde permaneció cinco minutos cogiendo colillas del suelo, y después, rumbo a Nuevos Ministerios. También pasó por casa de su padre en Aluche, al que le pidió ropa. Su progenitor le espetó que fuera a una comisaría. Finalmente, fue detenido a las 00.38 del día 19 en las inmediaciones de la casa de su madre, donde la policía había establecido un dispositivo de vigilancia.
Poco después del crimen, los amigos de Eugenio lo homenajearon con un mural en la plaza de Dos de Mayo, en la que él pasó tanto tiempo, y cada aniversario de su muerte se reúnen para recordarlo. Una muerte que le llegó en su propio salón de la mano de una persona a la que él trató como hacía con todo el mundo, como si fuera un colega de toda la vida. En su derecho a la última palabra en el juicio, Javier volvió a decir que Eugenio era una “buena persona”.
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