La cooperación española desde el terreno

¿Qué legado deja en el mundo la ayuda oficial al desarrollo española? ¿Dónde va a parar el dinero público aportado por los ciudadanos? En busca de respuesta, emprendemos viaje tras los proyectos de cooperación por diversos lugares del planeta. ¡Acompáñanos!

Xesampual, Guatemala

Las indígenas que lucharon por el agua

Por Zoraida Gallegos

Tres de cada cuatro habitantes de los 1.200 con que cuenta Xesampual, un paraje al sur del país, son mujeres. La vida allí es complicada. Sólo hay una escuela y no tienen ni clínica de salud ni ambulancia. Tampoco, hasta hace tres meses, agua en sus viviendas. El acceso ha sido un problema ancestral hasta que estrenaron un sistema de agua potable que les permite contar con un grifo en casa. Para operar y administrar el servicio se creó la Comisión de Agua y Saneamiento, de la cual forman parte María Isabel Can y dos de sus vecinos. Una de sus funciones es llevar un registro del consumo de cada hogar. El nuevo proyecto —cofinanciado por la AECID y la mancomunidad Tzolojya (Manctzolojya) del departamento de Sololá— consistió en instalar un sistema de agua por bombeo accionado por medio de energía eléctrica y que se distribuye a las viviendas a través de conexiones prediales, donde se instalaron medidores de caudales. Para mejorar el saneamiento básico del paraje se construyeron letrinas de hoyo seco ventiladas y pozos de absorción para infiltrar las aguas residuales. Las mujeres de Xesampual pelearon por estos servicios y lograron su objetivo. Y se han organizado para defenderlo. Ahora la comisión de agua vela porque se haga buen uso del líquido. Hace un mes instalaron bocinas en una casa y con música hicieron un llamado vecinal para que se acercaran a pagar los 10 quetzales que cuesta. “Fue como una fiesta”, cuentan.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Guatemala

Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Fueron víctimas de violencia de género y hoy sensibilizan sobre esta lacra a través de sus obras teatro. Lo hacen en un país, Guatemala, con una de las tasas de feminicidios más elevada del mundo.

Lesbia Téllez (en el centro) ensaya junto a su compañera Telma Ajin (a la derecha) y a sus hijas para el pase de la obra que representan en el Centro Cultural de España de Guatemala con motivo del Día Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Lesbia Téllez (derecha) ultima junto a un técnico los detalles de luz y sonido del pase que presentarán en el Centro Cultural de España. Para realizar su labor de sensibilización contra la violencia de género a través del teatro han recibido apoyo de la cooperación española.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

María Esther Cojtin, 36 años, integrante de Las Poderosas de Sololá (2012), una creación de las Poderosas Teatro. El grupo está integrado mayoritariamente por mujeres indígenas de diversas comunidades del departamento de Sololá (Guatemala), donde la violencia y el machismo están fuertemente arraigados. Con la financiación de la AECID, en el marco del Convenio Construcción de la Paz en Guatemala (2010-2014), que busca impulsar procesos de prevención de la violencia y la consolidación de paz en el país, estas mujeres montaron obras de teatro que buscan analizar las raíces del machismo y la violencia.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Las integrantes de Las Poderosas Teatro se abrazan antes de salir a escena en el Centro Cultural de España, para ejecutar su representación con motivo del Día Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Lesbia Téllez, durante su actuación, ataviada como los famosos luchadores enmascarados.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Fermina Maquin Chic, 45 años, integrante de Las Poderosas de Sololá en 2012, cuando el grupo teatral fue creado.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Un grupo de adolescentes prepara una representación sobre violencia de género, coordinado por Las Poderosas. Los chavales estrenan su creación con motivo del Día Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Lesbia (centro) escucha al grupo de adolescentes tras terminar el ensayo de su obra, que ha sido resultado de uno de los muchos talleres que imparten Las Poderosas.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Francisca Vásquez Velásquez, de 42 años, es integrante de Las Poderosas de Sololá desde 2012.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Los chavales, alumnos de Las Poderosas, representan su obra en una escuela de la ciudad frente a más de 200 espectadores.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Una madre y sus hijas asisten al acto con motivo del Día Internacional por la No Violencia contra la Mujer que se celebra en la ciudad de Panajachel.

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Ellas son Las Poderosas de Sololá

Gabriel Pecot | Sololá, Guatemala

Carmen Rosa Calel Morales, de 42 años, integrante de Las Poderosas de Sololá desde 2012.

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Sololá, Guatemala

Las guatemaltecas que combaten la violencia con el teatro

Por Zoraida Gallegos

Esto es una obra de teatro, pero representa claramente la vida en Sololá, en el altiplano guatemalteco. En el patio de una vivienda tres chicos hablan de las mujeres. “Todas son iguales, aunque estén casadas siempre andan buscando hombres", dice uno de los actores. Frente a ellos, Lesbia —del colectivo Las Poderosas, que trabaja con los adolescentes y las mujeres de la zona, en su mayoría indígenas, en talleres de género donde analizan el origen del machismo, la violencia y sus consecuencias— les pide que hablen más fuerte. El ensayo termina y los participantes se toman de las manos para decir: "Todas y todos unidos contra la violencia". Con la ayuda del Centro Cultural España y el centro de formación de la Cooperación Española, Las Poderosas, un colectivo de teatro biográfico documental feminista conformado por un grupo de sobrevivientes de violencia que surgió a principios de 2008, recibieron preparación personalizada en técnicas teatrales y presentaron su obra en España. En 2011 empezaron a impartir los talleres en municipios del departamento de Sololá.

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Un grifo, un milagro

Guatemala

Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mujeres como burras de carga del agua. Un clásico. Antes, ellas la acarreaban desde el pozo o el río. Pero un proyecto les cambió la vida hace poco más de tres meses: ya disponen de agua potable en sus hogares.

María Isabel Can, de 37 años, es vocal de la Comisión de Agua de Xesampual, creada para controlar el buen uso del agua que llega a las casas gracias a un nuevo sistema de bombeo. La mujer camina entre un campo de maíz mientras hace la ronda mensual para controlar los contadores de la comunidad.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

María Isabel (a la derecha) informa sobre las tarifas de agua a una vecina tras controlar su contador.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

María Isabel revisa un contador junto a sus compañeros. Una vez al mes, se forman equipos de voluntarios que visitan cada casa de la comunidad para verificar los consumos.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

María Isabel camina junto a su compañera Magdalena Saquic (a la izquierda) por las calles de su comunidad durante la ronda mensual. Hasta hace tan solo tres meses, debían recoger el agua de lluvia o ir a buscarla a un pequeño río cercano.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Un grupo de mujeres de Xesampual decidió participar en la Comisión de Agua y Saneamiento que se creó en su comunidad para gestionar el proyecto de agua que abastecería a los 1.200 habitantes. Ahora, ellas mismas se encargan de revisar los medidores de sus vecinos y hacen los cobros del servicio.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

La madre y sobrina de Maria Isabel Can preparan tortillas de maíz, base de la dieta guatemalteca. En Xesampual, las mujeres debían atravesar un pequeño bosque para llegar al río. En el trayecto se exponían a ser atacadas por algún animal o toparse con hombres que quisieran hacerles daño.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

En Xesampual, las mujeres deben afrontar la vida diaria en soledad. Muchos hombres se han visto forzados a emigrar a otras regiones del país o Estados Unidos para poder ganar un sustento con el cual mantener a sus familias.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

María Isabel borda en su casa. Desde hace tres meses, tienen un grifo en casa y eso las hace sentir seguras, cómodas y tranquilas. El nuevo proyecto de agua potable —cofinanciado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la mancomunidad Tzolojya de Sololá— consistió en instalar un sistema de agua por bombeo que se distribuye a las viviendas a través de conexiones prediales.

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San Salvador, El Salvador

La casa donde todo es posible

Por Francisco Javier Sancho Más

No se puede contar fácilmente La Casa Tomada. Es imposible describir la luz y la energía que desprenden sus 17 espacios internos de co-working, estudios y auditorios. ¿Un espacio de conocimiento y colaboración? ¿Algo así como la Tabacalera de Madrid? Para Fernando Fajardo, su impulsor desde el Centro Cultural de España en El Salvador, La Casa es “una fantasía de gente que convive y crea con un gran impacto social desde sus inicios, en 2012”.

Solo es posible acercarse a vivirla desde dentro, a través de quienes la habitan: las personas y los espíritus (que se perciben realmente), como en el cuento de Cortázar que le presta su nombre. De ahí la impotencia de estas palabras e imágenes para contar un lugar semejante, más propio de un país en paz y en pleno desarrollo.

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Así es la Casa Tomada

El Salvador

Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Hugo Rivera y Vanesa Castro, comparten vida y marca de diseño: “Chocoleche”. Les gusta explicar que se debe a que él es moreno y ella blanca. En un tienda, dentro de la Casa Tomada, exponen un mosaico de distintos productos de diseño, algunos realizados con material reciclado. Varios de ellos pertenecen a otros de diseñadores que empiezan y allí se forman. En la tienda se alquilan módulos a 25 dólares mensuales a los emprendedores que quieren desarrollar sus productos.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

LabCT. En el laboratorio de innovación y nuevas tecnologías de la Casa Tomada se les facilita a los emprendedores el acceso a tecnología de última generación, como una impresora 3D (en la imagen imprimiendo un diseño de código abierto). Se trabaja con licencias libres y de manera colaborativa.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Karla Hernández coordina el área de electrónica libre en el lab. Estudia primer año de ingeniería biomédica. Proviene de un barrio y de una familia de escasos recursos. Con 23 años ya imparte conferencias sobre programación y software libre. Le gusta decir en sus charlas que el software es como el sexo: “Se disfruta mejor si es gratis y legal”. El lab le ha abierto un mundo de posibilidades. Sueña con una fundación para el mantenimiento y reparación de equipos sanitarios.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

La Casa Tomada son 17 espacios “tomados” por emprendedores sociales, innovadores, artistas, diseñadores y una multitud de energías creativas. Estos espacios de cocreación, habitados desde 2012, fueron posibles gracias al apoyo del Centro Cultural de España en El Salvador y de un proyecto de cultura de paz financiado por la Unión Europea.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Enrique Alarcón está a cargo del espacio audiovisual y registra con su cámara la evolución de la Casa Tomada. Es el primer licenciado de una familia de origen humilde. Actualmente realiza un documental sobre la casa junto al cineasta salvadoreño André Guttfreund, el único salvadoreño galardonado con un Oscar, que también gestiona en la Casa Tomada la Asociación de Cineastas ASCINE.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Doña Angelita trabaja junto a Beatriz Alcaide en la cafetería de La Casa Tomada, el punto neurálgico donde confluyen todos los espíritus creativos que la habitan. Vive en el barrio de Las Palmas, célebre por ser donde se hacinan 10.000 personas en un entorno muy pobre y haber sido centro de la mara 18. Varias mujeres de la comunidad trabajan y ayudan a conectar la Casa con el barrio.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Lidy y el Negro Malakalle, eran una pareja de malabaristas. A raíz de su encuentro con otros grupos en La Casa Tomada, se unieron al colectivo artístico Vacilarte que ha hecho emerger el potencia artístico de los jóvenes del barrio de Las Palmas. Ahora son gestores de cultura comunitaria. “En el barrio mucha gente está resentida con los medios de comunicación por el excesivo amarillismo de las noticias que dan de nuestros vecinos”, dice Lidy

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

El colectivo Vacilarte, vecinos del barrio de Las Palmas trabaja en conjunto con el colegio de la comunidad en talleres de percusión para jóvenes de diferentes edades.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Lidy Malakalle en el barrio. “Las mujeres han sido la clave para entrar en la comunidad”, según Fernando Fajardo, promotor de la Casa Tomada, en su etapa como director del Centro Cultural de España en El Salvador. Sin ellas, no hubiéramos podido trabajar allí dentro

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

SNIF en concierto. Casi nadie lo conoce ya por su nombre real, Samuel, sino por el artístico: Snif. Un cantante de hip hop. Tiene 23 años y nació con la rima en las venas. Vive en el barrio Mariona, donde se ubica uno de los penales más terribles de El Salvador. Snif ha encontrado en el hip hop una forma de denuncia social, y de sacar a otros jóvenes de la violencia. “Un cantante de hip hop más, es un delincuente menos”, dice.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

No hay concierto donde no le pidan a Snif su canción de cabecera: “Barrio”, incluida en su primer EP, titulado Te lo cuento. En “Barrio” cuenta su propia historia y la de sus vecinos: “conozco campeones mundiales/ que han salido a la luz de las zonas marginales”.

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Así es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Snif se autodenomina “este bichito del Mariona”, el nombre de su barrio. Ha ayudado a reducir el estigma contra los cantantes de su género y contra el mundo de los grafiteros. El día más feliz: cuando vio a su familia entrar a un “toque” (un concierto) suyo a oírle cantar.

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Managua, Nicaragua

Una historia de dignidad y de basura

Javier Sancho

Al otro lado del muro que rodea el barrio Villa Guadalupe, cerca del lago de Mangua, se levantaba el mayor vertedero a cielo abierto de América Latina, La Chureca. Casi 2.000 personas rebuscaban diariamente en ese lugar adonde llegaban sin cribar residuos domésticos, industriales y hasta desechos hospitalarios y de mataderos. Cuatro millones de metros cúbicos de basura acumulados durante 40 años, a orillas de un lago totalmente contaminado.

“Entre los años 2009 y 2012 que duraron las obras, se logró sellar el vertedero, se construyó una planta de residuos sólidos urbanos (RSU), y una nueva urbanización con viviendas dignas para albergar a la población de la Chureca. Además, la Alcaldía, junto con las ONG y otros actores, ofreció alternativas de educación, salud, etcétera. En todo ese tiempo vi cómo la tonalidad de la vida de la gente cambiaba del blanco y negro al color”, dice José Manuel Mariscal, coordinador de la Cooperación Española en Nicaragua, quien habla con el entusiasmo y la épica de quien ha sido testigo y partícipe de una enorme transformación social. Villa Guadalupe alberga a 5.000 personas y cuenta con unas infraestructuras modernas, incluido un colegio que financió la Agencia Andaluza de Cooperación, además de una estación de policía y un centro comunitario con una sala para la memoria histórica del lugar. “Para que los niños sepan de dónde venían sus padres”, termina.

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La metamorfosis de La Chureca

Nicaragua

La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La Planta de Residuos Solidos Urbanos (RSU) reemplazó el antiguo vertedero de La Chureca, el mayor a cielo abierto de América Latina, donde a lo largo de 40 años se acumularon cuatro millones de metros cúbicos de basura.

Jennifer, de 22 años, que creció entre esos desechos, ahora es supervisora de higiene y seguridad de la nueva planta. En la imagen, se arregla para comenzar el día en la habitación que habita en casa de su hermana junto a su pareja, situada en el barrio de Villa Guadalupe.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer almuerza en su habitación en casa de su hermana.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La supervisora comienza la primera ronda del día para repartir elementos de protección entre los trabajadores de planta.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

A pesar de los graves riesgos para su salud, el basurero La Chureca se había convertido en un medio de vida para miles de personas.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Una trabajadora separa los residuos en una de las líneas de clasificación de la Planta de Residuos Sólidos Urbanos (RSU), la cual reemplazó al antiguo vertedero de La Chureca en Managua.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer realiza el control del los elementos de seguridad que deben portar los operarios.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Un operario clasifica metales en la Planta de Residuos Sólidos Urbanos (RSU).

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer habla con su hermana tras haberle aplicado unas gotas en los ojos. Las partículas en suspensión que se generan al clasificar la basura son uno de los riesgos laborales más comunes.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

A pesar de la existencia de la Planta de Residuos Sólidos Urbanos (RSU), aún existen pequeños vertederos y comercio de materiales reciclados.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer se arregla por la mañana antes de ir al colegio junto a Carolina, su pareja.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer enseña el tatuaje que se hizo con la fecha en que conoció a su novia.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer asiste al colegio para conocer las calificaciones de las cuatro asignaturas de las que está matriculada. Las matemáticas se le dan especialmente bien.

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Los ‘churequeros’

Nicaragua

Los ‘churequeros’

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Ellos eran los basureros, los recicladores, los ‘churequeros’ que hoy son los trabajadores, supervisores, operarios de la nueva planta de tratamiento de residuos impulsada por la cooperación española, que no sólo ha cambiado su trabajo, sino sus condiciones de vida.

La dureza es el recuerdo constante que Franklin Guido Zeledón (de 19 años) guarda de su vida en el vertedero de La Chureca. La dureza del sol y hasta de la persistencia del polvo en la piel. Pero ahora vive en la urbanización de Villa Guadalupe, en las casas construidas por la Cooperación Española, y es operario de la planta donde se seleccionan los residuos urbanos de Managua. “Aquí hasta la basura es distinta”.


Textos: Francisco Javier Sancho Más

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Los ‘churequeros’

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Tania Fabiola Briceño (21 años) dice que prefiere no recordar nada de su vida en el vertedero de La Chureca. Allí nació y vivió con sus padres y ¡16 hermanos! Se ríe al acordarse de cómo se peleaban por las tres camas que tenían. “Los que no alcanzábamos, dormíamos en el suelo de tierra”. Eso sí lo recuerda. Ahora tiene una niña de cuatro años. “Nadie se imaginó el cambio que daría todo esto. Fue tan repentino. Aunque mucha gente aún nos sigue viendo como esos ‘churequeros’, ya somos diferentes”. Cursó hasta 5º de Primaria y quiere seguir estudiando. Si cierra los ojos, sueña con ser una gran empresaria, de cualquier tipo, pero trabajando en una oficina. “Si es posible, de jefa”.

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Los ‘churequeros’

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Antes, José Ventura Portocarrero (57 años) compraba oro a los recolectores de basura del mayor vertedero de América Latina. Nunca vivió en el basurero, como la mayoría de sus compañeros en la moderna planta de selección de residuos, donde trabaja actualmente. “Yo les compraba a los recolectores piezas de aluminio, oro y plata”. Él es uno de los 15 intermediarios (compradores de basura) a los que el proyecto, coordinado por la Cooperación Española y la Alcaldía de Managua, ofreció una pequeña indemnización y un puesto en la nueva planta de residuos. El objetivo era que ellos también contribuyeran a su cierre y al cambio integral de la población que vivía de la basura. No fue fácil: “Antes ganaba más dinero comprando directamentea los ‘churequeros’, pero ahora aquí estoy cotizando para ganarme la jubilación”. Cree que el proyecto es un buen ejemplo de lucha contra la pobreza.

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Los ‘churequeros’

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Luisa Amanda Domínguez (38 años), madre soltera de seis hijos: “No dejaba de dolerme ver a los niños muertos, pero la verdad es que nos acostumbramos a ello”. Al vertedero de La Chureca llegaba todo tipo de residuos y deshechos, incluidos los hospitalarios. Todos los que trabajaron allí nunca olvidan la impresión de encontrarse entre la basura y los 'zopilotes' (buitres) a los niños muertos. Managua no contaba entonces con un sistema óptimo de incineración de deshechos hospitalarios. En la planta de selección de residuos, Luisa cobra aproximadamente el equivalente a 200 dólares mensuales. El salario mínimo en el país ronda los 115 dólares, aunque el costo de la vida en una familia se estima en más de 400. Su sueño es seguir trabajando. "Con este trabajo cambió totalmente mi historia”.

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Los ‘churequeros’

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La primera vez que Rafael Sánchez Tobías (22 años) supo que tenía una historia grande que contar había cumplido 16 años. Había perdido a su madre a los nueve, había pasado por un orfanato en el vecino país de El Salvador, y había regresado con su padre a Nicaragua para vivir y trabajar junto a 2.000 personas en el mayor vertedero a cielo abierto de América Latina, La Chureca.

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Silvia, Colombia

Tejiendo redes indígenas

Por Lola Huete Machado

Los martes es día de mercado en la localidad de Silvia (Colombia) y las calles rebosan de ponchos azules, faldas oscuras, elegantes sombreros negros. Son los vestidos de los indígenas misak o guambianos, mayoría en este lugar del departamento del Cauca, tan castigado por la violencia. A Silvia se accede a través de la carretera Panamericana desde la capital, Popayán, entre un paisaje de sierras que confluyen. Desde allí bajan los y las indígenas a vender sus productos agrícolas. Desde esos territorios recuperados que llaman resguardos. Jacinta es líder misak, una mujer menuda, afable, buena oradora, que ha realizado un recorrido personal inverso al de la mayoría: "Yo viví como mestiza y regresé a mis orígenes". Jacinta se mueve entre los puestos de verduras, frutas… saludando a unos y otros. Es bien popular en Silvia. Es artesana mayor de la Casa del Agua. Y esta no es una casa cualquiera. Antaño residencia de narco, ha mutado a centro municipal con vistas al río Piendamó. Allí han creado una red de artesanas de distintas etnias y convertido el lugar en iniciativa integradora. "Buscábamos un proyecto de mujeres indígenas que tuviera suficiente consistencia. Entonces nos hablaron de EnRedAte, las tejedoras del Cauca... y al conocerlas quedamos enamorados de ellas, de su fuerza", cuentan desde CODESPA, ONG española que tiene a la AECID como primer financiador y lleva 18 años en Colombia. "Se trataba de tejer en común desarrollo humano y económico, autoestima, ciudadanía, de romper barreras étnicas... De poner un espejo de mujer indígena a mujer indígena". Hoy la red vende sus creaciones, cada una con sus diseños étnicos, hasta en ferias internacionales.

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Señas de identidad

Colombia

Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Vista de las montañas alrededor de Silvia, población del Departamento del Cauca (cuya capital es Popayán), una zona de paisaje idílico y 'quebrado', según denominación local, muy castigada por la violencia, donde es mayoritaria la etnia misak. Estos indígenas suman unos 22.000 habitantes (de los 35.000 que tiene la localidad) y conviven aquí con la etnia páez, la ambalueña, la quizgueña, la población campesina y mestiza. Viven en el resguardo de Guambía cercano, por eso son también denominados guambianos. Los nativos poseen autonomía para gestionar los asuntos administrativos y jurídicos en su territorio (resguardo). Silvia es el tercer municipio en Colombia con la más alta población indígena, siendo superada solo por dos: Riosucio en Caldas y Uribia en La Guajira.


Textos: Lola Huete Machado

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

María Jacinta Cuchillo Tunubalá es lideresa indígena en Silvia (departamento del Cauca). A sus 39 años, es parte fundamental de EnRedArte, la red de tejedoras de La Casa del Agua (Agencia para el Desarrollo Económico Local) de cinco municipios de la zona. Ella controla la calidad de los productos que elaboran las artesanas y el ritmo de entrega. Jacinta cuenta que ella creció y vivió durante años como "mestiza", pero un buen día de finales de los noventa decidió recorrer el camino inverso hacia sus orígenes étnicos. Ahora vive según las tradiciones de la cultura misak y hasta enseña a los guambianos más jóvenes a recuperar su historia y tradiciones. Cada día, antes de las tareas, desayuna la típica agua de panela en la cocina de su casa (en la imagen).

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Desde la casa de Jacinta, en Las Tapias, se oye el rumor del agua del río Piendamó. En su jardín, en la misma orilla, pastan dos ovejas que le dan buena lana, necesaria para los bolsos y mochilas que elabora. Tras ordenar y recoger su casa de mujer sola con hijo y marido migrado (algo común en la zona), prepara el desayuno tradicional con agua de panela (extraída de la caña de azúcar, se vende en bloques tamaño ladrillo) y tortitas de trigo para su hijo, Payan Santiago. Cuando éste se marcha al colegio del resguardo, ella se calza su indumentaria misak y desciende hacia Silvia. Hoy, martes, es día grande. Día de mercado.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

La mayor parte de las mujeres misak participan en la elaboración de artesanías, tanto para generarse un sustento económico como para reivindicar y visibilidad su concepto de la vida. La Casa del Agua las acompaña en el proceso e impulsa su actividad. Las mayores enseñan a las más jóvenes. Convertida en una de las artesanas más talentosas y reconocidas de su comunidad, Jacinta Cuchillo descarga en sus creaciones lo que denomina la "cosmovisión" de su etnia, la misak. "Yo quisiera estar tejiendo siempre, me siento bien. Plasmo ahí lo que quiero y lo que soy, mi historia, mi territorio".

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

El día de mercado, los martes, es un día grande para los silvianos, uno de los eventos que marcan el ritmo de la vida tanto del resguardo misak como de la ciudad misma. Desde primera hora de la madrugada, mujeres y hombres bajan desde las laderas de las montañas tanto para comprar como para vender alimentos de las "zonas calientes". El bullicio dura hasta la tarde. Para muchos, el mercado representa romper el aislamiento, tomar contacto con la comunidad. Las distancias en esta zona de Colombia, de carreteras precarias y en zigzag eterno, cuentan.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Jacinta conversa con una tendera de su misma etnia mientras realiza la compra en el mercado. Su indumentaria representa unión e identidad misak. Jacinta se mueve entre los puestos saludando a unos y otros con afecto, entre verduras, frutas exóticas y patatas —montones de patatas— bien diversas: “Se pueden cultivar hasta 4.000 metros de altura, hay hasta nueve variedades aquí”. El mercado huele a tierra, a producto fresco recién arrancado, y está bien ordenado, con carteles señalizadores en lo alto: aquí las frutas, aquí la carne, aquí la ropa... Es lugar social, para ver y dejarse ver. Las últimas novedades familiares, la política (muy reñida entre los seis grupos de población locales) y los chismes circulan como las monedas. Jacinta es bien popular. Es artesana de la Casa del Agua, el edificio cercano. Y esa no es una casa cualquiera.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Un grupo de misak recoge leña en el parque de la orilla de La Casa del Agua, antigua finca situada junto al río Piandamó, propiedad de un narcotraficante famoso que la bautizó El Paraíso. Hoy es centro municipal, lugar de encuentro de las diferentes etnias de la región y un dinamizador local imprescindible en lo económico, lo cultural y lo turístico de la zona, con apoyo de la AECID española y la fundación CODESPA. Por poseer un paisaje excepcional a este lugar lo llaman "la Suiza de América", durante muchos años fue zona de recreo y veraneo. La violencia rompió el atractivo y la ciudad está empeñada en recuperar la calma y la paz y el desarrollo.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Jacinta recorre los aproximadamente dos kilometros que separan su casa en Las Tapias del centro de Silvia, que posee seis resguardos indígenas legalmente constituidos. Cada etnia posee su propia organización social y se encarga de velar y tomar decisiones para el desarrollo y bienestar de la misma comunidad. Las tejedoras de EnRedArte pertenecen a cinco grupos distintos y cada cual vuelca en sus creaciones los símbolos de su cultura y su identidad. Jacinta es fiscal de la red. Lo que significa que ella controla la calidad del trabajo antes de que estén listos para la venta.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Maria Jacinta Cuchillo Tunubalá (derecha) conversa con las mujeres de etnia nasa que pertenecen a EnRedArte y viven en la zona de Jambaló, un resguardo que, señala un cartel en la carretera de tierra, existe como tal desde el siglo XVIII. Muchas caminan kilómetros para juntarse con el resto de tejedoras. Pero hoy, sentadas junto al río en la Vereda de la Marquesa, todas aseguran que la caminata compensa la experiencia: tejer les ayuda a ser conscientes de su fuerza, sus derechos, su condición. A través de su labor, reivindican su forma de ver el universo. Y además les permite generar ingresos para su sustento y el de sus familias. Cuando el dinero llega, se ríen, es cuando los maridos las entienden.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Sandra Patricia Salazar, mestiza, de 39 años, en su casa junto a una de sus hijas. Su marido es nasa. Y es fiscal del Cabildo indígena. Lo que quiere decir que está obligado a trabajar para la comunidad. Ella es la portavoz de EnRedArte y cuenta que en el proyecto de mujeres tejedoras de La Casa del Agua participan cinco municipios no sólo Silvia, también Corinto, Jambaló, Toribio y Caldono. “Pertenecer a la red significa recuperar la identidad de cada comunidad, de los afro, los mestizos, los misak, los nasa… Nos reunimos, compartimos historias, trabajamos con productos naturales como lana de oveja, algodón o fique”. En las manos enseña una de sus creaciones. Su maestra fue Jacinta. "Ella me enseño a expresar".

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Una niña de etnia misak aprende a tejer durante un taller en la Casa del Agua. Desde temprana edad, se les enseña esta labor que les permitirá ganarse un sustento. Con ayuda de este programa financiado por CODESPA y la Cooperación Española, las mujeres están aprendiendo a plasmar su creatividad y sus inquietudes, a valorar mejor su trabajo, a venderlo a un precio justo que lo haga rentable para ellas y no para los intermediarios, y hasta a exponerlo en ferias a la mirada internacional.

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Señas de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

El resguardo indígena de Guambia tiene hasta universidad propia. Jacinta Cuchillo Tunubalá, en el centro, también enseña. En la imagen imparte una clase sobre la cosmovisión de su etnia a alumnos misak en el centro del resguardo comunitario, con el museo al fondo. Aunque hoy hay afán por recuperar las tradiciones y proteger la herencia indígena y son muchos los jóvenes que se interesan por sus orígenes y cultura, muchos más son los que abandonan los territorios en busca de mejor vida en la ciudad.

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Las artesanas del Cauca

Colombia

Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Ellas siempre ganan. Se trataba de tejer en común desarrollo humano y económico, autoestima y ciudadanía; de romper barreras étnicas y compartir culturas y problemas; de poner un espejo de mujer indígena a mujer indígena. Hoy el proyecto EnRedArte vende sus creaciones hasta en ferias internacionales.

Nancy Guegia Cuetía tiene 30 años, tres hijos varones y tal entusiasmo por su trabajo como tejedora que cuando ella explica lo que representan los símbolos que aparecen en los bolsos (mochilas, los llaman ellas) ya es imposible verlos igual. Las figuras geométricas, los rombos, los triángulos... todos remiten al contacto con la tierra y con la naturaleza. Tejen símbolos concretos: granos de café, lagartos, plantas... Y abstractos: la resistencia, el origen de la etnia, el espacio cósmico, la alegría, la vida... "Los rombos, para mi etnia, la nasa, significan proyecto de vida, la familia, la espiritualidad", cuenta.


Textos: Lola Huete Machado

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Luz Adriana Trochez, de 33 años, es la presidenta de EnRedArte en sus cinco municipios y grupos participantes. "Las mujeres mestizas de Caldono se llaman Filigranas, Bordando Caminos; nosotras, nasa, aquí de Jambaló, somos SexDxi, Camino al Sol; Manos Silvianas es el grupo mixto de Silvia de mestizas, nasas y misak; Wakat Kiwe Nasa son las de Toribío y Kumbiaxca, las de Corinto, también nasas". Cuando la red convoca reunión, Adriana se acerca hasta La Casa del Agua, en Silvia, a través de una carretera endemoniada. Con una fuerza y un interés destacable ella resume los problemas que les preocupa a todas estas mujeres de la zona: la equidad de género, los asuntos de planificación familiar, el futuro y el acceso a la educación de los hijos y la violencia. De comunidades muy castigadas y muy dispersas por el territorio, ellas tienen aquí una carga de trabajo inmensa en los campos y un rol dificil.

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Irmacelina Quebrada, 52 años, cinco hijos. Uno, el mayor, muerto, cuenta. "Se unió a la guerrilla, con 18 años, se fue por una chica, murió en un combate". Tres años hace. "Yo cogí este camino con estas señoras y me ha ido bien. Me gusta coser, la paso bien. A mi marido le hice muestras del trabajo y él ya hace parte". Muchas mujeres mayores son artesanas excelentes. Hasta ahora su único camino era vender sus creaciones a intermediarios que se quedaban con la mayoría del beneficio. Con este proyecto ya no es así: el 70% es para ellas. "Se tardan unos cinco días en terminar una mochila", cuenta.

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Los indígenas misak viven fundamentalmente de la agricultura. La falta de tierras es un tema recurrente que ellos reivindican. Ana Julia Cuchillo, de 54 años y tres hijos, vive en la Vereda de Juanambo y baja al mercado de Silvia cada martes donde está fotografiada. También pertenece a la red de tejedoras de Manos Silvianas y con ese ingreso aporta a la economía familiar. "Si hay ventas regulares esta actividad les permite a las mujeres ingresar como dos salarios mínimos del lugar, es decir más de un millón de pesos, unos 400 euros", cuentan en Codespa. Eso sí, cada mes ellas se comprometen a entregar un número de creaciones concreto: cinco tiene ella ya apalabrados para este mes de diciembre.

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Nuakchot, Mauritania

Jureles contra el hambre

Por José Naranjo

Mauritania es un país muy pobre con enormes problemas de malnutrición, especialmente en el sur y en el interior, pero también en los barrios humildes de Nuakchot. Hasta ahora, la disponibilidad de pescado ha sido escasa debido al alto coste de su transporte y almacenamiento, necesita frío en todo el proceso y eso cuesta dinero. Esto hacía que su precio fuera demasiado elevado para los sectores más pobres de la población, precisamente quienes sufren más el déficit alimentario. Sin embargo, cuando la Cooperación Española decidió apoyar la idea de acercar el pescado al interior del país, en la cara de muchos asomó una sonrisa burlona. “Pero si a los mauritanos no les gusta el pescado”, decían entre dientes. La iniciativa comenzó en 2012 y se enfrentó a enormes dificultades en los primeros momentos. El proyecto se ralentizó, parecía abocado al fracaso. Sin embargo, poco a poco, las cosas fueron cambiando y en la actualidad, los jureles procedentes de las ricas aguas mauritanas y desembarcados en el puerto de Nuadibú llegan hasta Nuakchot y el interior gracias a un sistema de transporte y cámaras de frío.

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Los porteadores

Melilla

Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Suleil es sólido como una roca. A sus 33 años, este mauritano casado y padre de cuatro hijos es capaz de levantar cajas de pescado de 30 kilos y subírselas al hombro sin apenas esfuerzo. La faena comienza bien temprano el día que llega el camión de Nuadibú. Entonces, Suleil se dirige hacia la cámara frigorífica que la Sociedad Nacional de Distribución de Pescado (SNDP) tiene alquilada en Nuakchot, donde comienza la descarga.


Textos: José Naranjo

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Con sus gafas de sol, Abdoulaye Mamadou parece un rapero. El día de la descarga, este empleado de la SDNP de 42 años y padre de cuatro hijos, se levanta cuando aún no ha salido el sol y se dirige hacia la cámara frigorífica donde aguarda el camión desde las tres de la madrugada. Los jureles congelados que pasan por sus manos proceden de las flotas pesqueras y los barcos con licencia libre que faenan en aguas mauritanas y que los ceden al Gobierno para su distribución, a bajo precio, por todo el país.

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Cheikh se pone las botas blancas y los guantes celestes con parsimonia. Aunque en el interior de la cámara frigorífica la temperatura está muy por debajo de cero, pronto empieza a sudar. Es uno de los encargados de que, cada semana, el pescado que trae el camión de 40 toneladas procedente de Nuadibú se almacene de forma segura para su posterior reparto entre las 53 pescaderías de la ciudad. Tiene 42 años y tres hijos.

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Entre los porteadores de la SNDP, Ebbi es uno de los mayores. El trabajo es duro y le obliga a levantarse a las cinco de la mañana para llegar una hora después a la cámara frigorífica, aunque le ha permitido tener un ingreso estable. Pero hay algo más. Este mauritano de 57 años y padre de cuatro hijos siente que forma parte de un proyecto que está permitiendo a muchas familias humildes acceder a una mejor alimentación. Y eso le gusta.

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Vida que viene del mar

Melilla

Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un proyecto de la AECID contribuye a luchar contra la inseguridad alimentaria llevando el pescado hasta la población más vulnerable del interior de Mauritania. El incremento en el número de cámaras frías y la compra de camiones adecuados ha permitido pasar de 19 a 36 toneladas diarias de pescado repartidas a los puntos de distribución o pescaderías.

Musa, pescadero en el barrio de Toujounine a las afueras de Nuakchot, separa el género congelado que repartirá esa mañana en el marco de este programa.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal (segunda por la derecha) espera su turno para recoger los dos kilos de pescado que, como máximo, le corresponden por día como beneficiaria del programa de mejora del acceso al consumo de pescado como refuerzo a la seguridad alimentaria.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal, de 32 años, sostiene el número que indica su turno para recoger su ración de pescado como beneficiaria del programa de mejora del acceso al consumo de pescado como refuerzo a la seguridad alimentaria. Cada mañana, de lunes a viernes, se levanta al alba para asegurarse un buen lugar en el reparto.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Fatima Youd, de 26 años (a la derecha), pesa el género que se repartirá como parte del programa de refuerzo a la seguridad alimentaria.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

El proyecto tiene alcance nacional y llega a localidades que se encuentran a más de 600 kilómetros de la costa. Sin la dotación de camiones frigoríficos la población en el interior no podría recibir pescado en condiciones adecuadas.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Mauritania tiene uno de los caladeros más abundantes del mundo, pero se daba la paradoja de que su población no tenía asegurado el acceso al pescado. Con el fin de mejorar la seguridad alimentaria, la cooperación española y el Gobierno mauritano pusieron en marcha un programa para repartirlo.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal cocina el pescado que adquirió por la mañana y que será el plato fuerte del día de su familia. "Los domingos son un mal día porque no hay género", afirma.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Dos de los hijos de Selma Mint Bilal almuerzan el pescado que preparó su madre. Hoy forma parte indispensable de su dieta.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Los hijos de Selma, beneficiaria del programa de mejora de la seguridad alimentaria, comparten el plato de pescado que acompañan con un poco de pan.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Escena de la descarga manual del género en el puerto artesanal de Nuakchot. El pescado del programa procede de capturas comerciales a gran escala. Mauritania tiene uno de los caladeros más importantes del mundo, pero también se faena aún a mano.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un par de pescadores afirman el ancla de un cayuco durante la descarga manual de pescado en el puerto artesanal de Nuakchot.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un grupo de porteadores descarga un camión de pescado del programa de seguridad alimentaria, en una cámara frigorífica privada situada en la zona industrial del antiguo puerto de Nuakchot (Warf). Una vez a la semana se recibe el suministro para las pescaderías desde el puerto de Nuadibu.

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Larache, Marruecos

Fresas que dan poder

Por Chema Caballero

Desde que en 2008 el gobierno marroquí presentara el llamado Plan Marruecos Verde, con el objeto de aumentar la producción de frutos rojos, entre otros, y su potencial de exportación. El sector de la fresa se ha asentado en Larache empleando a unas 20.000 mujeres; la mitad trabajan directamente en los campos y la otra en las fábricas de envasado para su venta en el mercado europeo. En 2009, Oxfam Intermón comprobó que muchas carecían de contratos laborales, no estaban dadas de alta en la seguridad social, bastantes eran menores, no se cumplía el salario mínimo... Las leyes marroquíes son claras respecto a los derechos de los trabajadores, pero falla su implementación. Por eso, esta organización se alió con la ONG local Radev para organizar caravanas de sensibilización por las aldeas de la zona en las que se informa sobre derechos y justicia social, y se imparten cursos de formación. Así, miles de mujeres marroquíes, trabajadoras agrícolas de esas comunidades rurales han descubierto lo que significa empoderamiento y cómo este puede transformar sus vidas y su sociedad. La formación en derechos laborales y justicia social, la capacitación profesional y la asociación y redes de ayuda mutua que se han ido generando entre las propias jornaleras, gracias al apoyo de la cooperación española, ha permitido que esta generación de mujeres se esté convirtiendo en punto de inflexión ante tradiciones explotadoras; un modelo con respecto a las anteriores, el espejo de un nuevo Marruecos.

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Ellas lideresas

Larache, Marruecos

Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Afiliadas de la Asociación del Douar Oulad Ouchih (cuenta con un millar) para defender sus derechos laborales como jornaleras. La mayoría los desconocía hasta que un programa de cooperación española financiado por la AECID y desarrollado por Oxfam Intermón les ofreció formación en la materia.

De izquierda a derecha: Cháikoe B. 23 años, Sukaína A., 24 años, Ghita B., 29 años, Asunce B. B., 26 años, Hanane D., 23 años, Noyona B. B., 23 años y Dounia B., 19 años.


Textos: Chema Caballero

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Asunce, 26 años, adjunta a la secretaria general de la asociación: “No solo hemos cambiado nosotras. También nuestra comunidad se ha transformado y gracias al trabajo que hacemos ven a las mujeres de otra forma. Ahora tenemos más libertad para salir y hacer cosas que antes no se nos permitían”.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Noyona, 23 años, jornalera agrícola, miembro de la asociación: “Con el apoyo del programa me siento más segura de mí y más consciente de mis derechos y esto me ayuda a luchar por ellos”

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Hanane, 23 años, jornalera agrícola y miembro de la asociación: “Ahora tenemos la confianza y el poder para hablar en público y defender nuestros derechos”.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Soukaína, 24 años, consejera de la asociación: “Este programa nos ha dado fuerzas para presentar a algunas compañeras a las elecciones municipales, para que nos defiendan. Nunca antes nos hubiéramos atrevido a hacer una cosa así”.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Dounia, 19 años, consejera de la asociación: “Aquí solo estudiaban los hombres. A nosotras, como mucho, nos permitían cursar educación primaria. Gracias a la formación adquirida ahora podemos ponernos al mismo nivel que ellos y no nos pueden mandar callar diciendo que somos unas ignorantes”.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Ghita , 29 años, jornalera: “Nuestras familias ahora nos ven de forma distinta y nos dejan participar en la toma de decisiones. Muchas veces, incluso, buscan nuestro consejo".

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Cháikoe, 23 años, jornalera: “El papel de la asociación también es generar cambios y transformaciones en nuestra comunidad y, poco a poco, lo estamos consiguiendo. Porque ahora somos fuertes y estamos unidas”.

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Fátima tiene derechos

Larache, Marruecos

Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Nabos o fresas, sea cual sea el cultivo, ella lo recoge. Pero en un horario establecido, en condiciones dignas y por un sueldo decente. Porque sabe que tienen derechos.


Fátima, 30 años, jornalera agrícola y miembro de la Asociación de Mujeres Lideresas del Sector de los Frutos Rojos, se dirige a un pequeño campo familiar a recoger nabos durante un día festivo. La asociación reivindica la mejora de las condiciones laborales en el campo.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Fátima recoge nabos en un pequeño campo familiar el pasado septiembre.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Desde niña, Fátima ha trabajado como jornalera en el campo, plantando y recogiendo distintos tipos de productos y sufriendo toda clase de abusos a los que por fin se atreve a plantar cara.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Larache, Marruecos

Fátima regresa de recoger nabos junto a su marido Said Sakhraoui.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

La jornalera prepara el desayuno para su familia en su casa.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Fátima enseña, entre risas, una foto tomada en un campo junto a sus compañeras de trabajo.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Esta es la foto que la mujer enseña a su familia tomada en un campo junto a sus compañeras de trabajo.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Fátima mira el teléfono móvil junto a dos de sus hijas.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Said Sakhraoui es el marido de Fátima, y hoy arregla la moto familiar frente a su casa.

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Fátima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Ahora Fátima tiene tiempo para ayudar a sus dos hijas con las tareas del colegio.

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Larache, Marruecos

Orgullosa de sí misma

Por Chema Caballero

Fátima es la presidenta de la Asociación para el Desarrollo de la Mujer Rural de Laghdira. Desde niña ha trabajado como jornalera sufriendo toda clase de abusos a los que hoy planta cara. “Ahora me siento orgullosa de lo que soy”, dice. “Ahora puedo decir no al acoso laboral de los capataces y luchar contra la discriminación salarial que sufrimos las mujeres del campo porque por la misma labor los hombres suelen recibir más”.

Su vida cambió cuando empezó a acudir a las sesiones de sensibilización y formación que la ONG Radev le ofrecía. “Yo soy afortunada”, comenta. “Me he podido formar y por eso quiero que sigan este tipo de programas para que muchas otras mujeres sean conscientes de sus derechos”. Y en eso sigue.

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Manhiça | Massaca, Mozambique

España transmite salud

Por Alejandra Agudo

“Se lo digo a los españoles: gracias por destinar una parte de sus impuestos a personas que estamos tan lejos. Lo ideal es que algún día el país no precise de ayuda internacional, pero todavía lo necesitamos”. Lo dice Nelia Manaca, bióloga e investigadora de primera fila en el Centro de Salud de Manhiça (CISM), en Mozambique. Su formación de posgrado y especialización ha sido costeada por esta institución, impulsada y sostenida con fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). Su trabajo de laboratorio y estadísticas, dice, salva vidas. Y así es. Su última línea de trabajo servirá para demostrar la exigencia de introducir la vacuna del rotavirus en Mozambique, donde las enfermedades diarréicas disparan la mortalidad infantil. También se afana en mejorar el estado de los niños Luisa Drofi Quefasse. Hace 15 años, acudió al centro médico de su comunidad porque su bebé sufría desnutrición aguda. Le atendió María José, una enfermera española que se convertiría en su amiga y mentora. Poco después de aquella visita médica, un brote de cólera azotó la zona y Luisa y María José se pusieron en contacto para tratar de parar la tragedia formando e informado a otras mujeres. Así nació el programa de activistas en salud, personas que visitan a sus vecinos, se interesan por su bienestar y les transmiten prácticas saludables, especialmente enfocadas en los más pequeños.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Mozambique

Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

La formación en salud que la cooperación española ha facilitado en el país africano abarca desde el apoyo al más alto nivel de investigación hasta la educación en hábitos saludables y de prevención a las comunidades.

Luisa Drofi Quefasse (en el centro) es responsable de Acción Social y activista de la Fundación Encontro. Ella, que una vez necesito ayuda médica porque su hijo sufría desnutrición, ahora se dedica a informar a vecinos de su comunidad sobre hábitos saludables. En la imagen, espera en su comunidad 'la chapa' (transporte informal) que la llevará a la clínica de Massaca (Mozambique).

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Las grandes distancias y la ausencia de transporte regular limitan el radio de acción de su trabajo diario de Luisa, agente local en salud. "Si tuviera una moto, podría visitar a más gente", sueña.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Luisa visita a una anciana vecina de su comunidad que sufre anemia para interesarse de su estado. Cada día, ella y otros activistas de la fundación Encontro, realizan una ronda puerta a puerta para interesarse por la salud de los habitantes de la zona y darles consejo.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Un grupo de mujeres espera en el centro de salud de Massaca el momento de realizar el control de peso a sus hijos. Antes de realizar el chequeo rutinario, reciben formación para aprender a elaborar papillas nutritivas para prevenir la desnutrición.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

El Centro de Salud de Massaca gestionado por Encontro ofrece a los padres y madres de las comunidad un servicio de guardería para cuidar a los niños mientras ellos se encuentran en el trabajo o recibiendo formación. También, cuando es necesario, hace las veces de enfermería.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

El seguimiento regular del estado de salud de los niños y niñas de la comunidad pone especial énfasis en su nutrición. Por eso, se mide y pesa a los pequeños hasta que tienen cinco años cada vez que acuden a la consulta.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Luisa acaricia a la pequeña Marla, seropositiva, durante una de las visitas a su familia, en Massaca. La madre de Marla, Ela, falleció hace una semana tras sufrir complicaciones asociadas al VIH que padecía. La abuela se hace cargo de ocho nietos, algunos huérfanos, y lamenta no tener qué darles de comer pues la falta de lluvia ha echado a perder su cosecha.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Una investigadora del Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM) cataloga unas muestras en uno de los laboratorios del complejo que la cooperación española sostiene económicamente desde 1996.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Nelia Manaca, biología e investigadora mozambiqueña del CISM, intercambia impresiones con su compañero, el español Alberto García-Basteiro.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Manaca trabaja en varias líneas de investigación. Una de ellas, para demostrar si es necesario introducir la vacuna del rotavirus en el país. La otra evalúa las consecuencias sobre las salud de las mujeres de las cocinas de leña tradicionales.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Un equipo del cercano Hospital de Manhiça traslada unas muestras al CISM. Al disponer de equipos de última tecnología, el centro colabora con el hospital local agilizando el proceso de análisis de las muestras de pacientes del distrito.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Manaca almuerza junto a sus compañeros en el comedor del centro. Durante cuatro años, vivió en Barcelona, donde cursó un máster y completó su formación en el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (Creal). "Echo de menos el horario y tapear después del trabajo", reconoce.

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Mozambiqueños que salvan vidas

Mozambique

Mozambiqueños que salvan vidas

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Nelia Manaca estudió Biología en la Universidad de Mondane en Maputo gracias a una beca estatal, pues sus padres no tenían recursos. Era la primera de la familia en ir a la facultad. Cuando todavía estaba realizando su tesina, en 2005, vio un anuncio en el periódico que decía que el Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM) buscaba personal. Aún hoy le cuesta creer que la cogieran a ella.


Textos: Alejandra Agudo

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Mozambiqueños que salvan vidas

Gabriel Pecot | Manhiça, Mozambique

Estudió biología, pero mientras realizaba su trabajo de campo en el Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM), en Mozambique, para el máster que cursaba en Londres, Khatia Munguambe descubrió su pasión por las ciencias sociales. Durante su estancia, se realizó el primer ensayo clínico en el CISM.

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Mozambiqueños que salvan vidas

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Hace 15 años, Luisa Drofi Quefasse acudió al centro médico de su comunidad porque su bebé sufría desnutrición aguda. La atendió María José, una enfermera española que se convertiría en su amiga y mentora. Poco después de aquella visita médica, un brote de cólera azotó en la zona y Luisa y María José se pusieron en contacto para tratar de parar la tragedia formando e informado a otras mujeres. Así nace el programa de activistas —personas que visitan a sus vecinos, se interesan por su bienestar y les transmiten prácticas saludables— que hoy coordina Luisa en la Fundación Encontro.

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Beleko, Malí

La revolución de los pozos ‘low cost’

Por Lola Hierro

Tirar, soltar, tirar, soltar, tirar, soltar… Los brazos de Doncé, de Fadio, Vincent, Adama y otros seis trabajadores se mueven al mismo ritmo acompasado e hipnótico. Asidos a una empuñadura de madera, tiran de una larga cuerda bajo las órdenes de Bakoro, el encargado de que la perforación se realice de manera totalmente vertical. Lo que cuelga de la soga es una broca con la que llevan una semana taladrando el suelo de un huerto de Beleko, un pueblo de unos 4.000 habitantes situado a 200 kilómetros de la capital de Malí. Sólo con la fuerza de sus músculos, sin máquinas ni herramientas eléctricas, estos 10 obreros se empeñan golpe a golpe en alcanzar el mayor de los tesoros que el hombre puede poseer y que saben enterrado a unos 11 metros de profundidad: agua. Malí ha cumplido con su compromiso para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio al aumentar el acceso a agua limpia de un 19 a un 64% de su población en los últimos 15 años, pero en las zonas rurales aún un 36% de quienes viven en el campo carece de ella. En aldeas como Beleko existe y es de excelente calidad. Sólo hay que saber dar con ella, pues no se encuentra en ríos, lagos o embalses, sino bajo los pies.

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Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Malí

Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Malí

En la localidad de Beleko, a 200 kilómetros al este de Bamako, la capital de Malí, los trabajadores locales y cooperantes de la ONG española Geólogos sin Fronteras están realizando sondeos mediante perforación manual. Esta es una técnica para extraer agua potable del subsuelo que permite abaratar el coste de construir un pozo de 15.000 euros a unos 400, según Pedro Martínez Santos, coordinador del proyecto y profesor de Hidrogeología de la Universidad Complutense de Madrid.

Empleados de Geólogos sin Fronteras trabajan en la perforación de un sondeo en la localidad de Beleko (Malí) en febrero de 2016. El objetivo es obtener agua potable, que se encuentra a unos 11 metros de profundidad.


Textos: Lola Hierro

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Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Malí

La técnica de perforación manual fue aprendida por los cooperantes de GSF con los misioneros baptistas en Dallas (Texas, Estados Unidos) para luego aplicarla en Beleko. Allí se dieron cuenta de que por las características del material geológico, lo aprendido en Texas no funcionaba igual de bien, así que tuvieron que adaptar tanto la técnica como los materiales y las herramientas. En la imagen, tres empleados de GSF extraen una tubería de polietileno de un sondeo en busca de algún fallo, pues esta bomba no da todo el caudal que debería.

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Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Malí

Todos los materiales y herramientas deben poder adquirirse en Malí, y todas las reparaciones también deben poder hacerse en el ámbito local, pues los geólogos de GSF aspiran a que el proyecto quede en manos de los trabajadores locales. En la imagen, un empleado examina un pistón de caucho que no funciona bien.

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Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Malí

Pedro Martínez Santos, Jose Antonio Cerván y Frank Robador, geólogos y cooperantes de GSF, extraen una tubería de un pozo en el huerto de Fiankala, en Beleko. El proyecto de esta ONG ha sido apoyado por la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo.

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Tecnología adaptada a la tradición del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Malí

Beleko, como tantos otros pueblos de Malí, carece de acceso adecuado a puntos de agua potable. Un 37% de la población rural del país aún no disfruta de agua limpia, según datos de 2015 de la Organización Mundial de la Salud y Unicef. La aldea, muy humilde, está constituida por casas de adobe con techumbre de paja y no hay carreteras asfaltadas, electricidad ni sistema de distribución de aguas o de alcantarillado.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

La mayoría de los vecinos de Beleko poseen pozos abiertos en su domicilio, que no cuestan más de cien euros. El problema de estos es que al no estar aislados del exterior quedan contaminados por coliformes y otras bacterias que causan diarreas y otras enfermedades de transmisión hídrica. En la imagen, una mujer muestra el agua que ha extraído del pozo de su casa. Asegura que solo la usa para lavar, nunca para beber, pero hay familias que no respetan esta medida de prevención.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

La alternativa a los pozos abiertos son los puntos de agua potable homologados por el Gobierno, como este de Beleko, construido por una ONG. El problema es que no hay en todos los pueblos. La comuna de Djiedugu, a la que pertenece esta aldea, consta de 34 villas, y 13 de ellas aún no tienen esta tecnología.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

En el huerto de mujeres de Fiankala es donde GSF está realizando su proyecto de investigación. Han ejecutado seis sondeos y todos ellos dan agua. Los análisis realizados confirman que es potable y de buena calidad. Los trabajadores de la Ong trabajan de lunes a viernes de ocho de la mañana a tres de la tarde y se turnan para tirar de la cuerda. Esta va atada a una broca que es la que percute en el suelo. Ya han logrado excavar más de 18 metros de profundidad.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

El jardín de Fiankala está dividido en pequeños huertos de unos 25 metros cuadrados que son otorgados por la comunidad a las mujeres del pueblo. Ellas allí pueden cultivar vegetales que luego venden en el mercado, obteniendo unos pequeños ingresos extra, y usar para dar a su familia una alimentación más variada. En esta zona del Sahel, la malnutrición -y especialmente la infantil- es un enemigo contra el que se lucha a diario.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Detalle de un fragmento de laterita extraído durante la perforación de un sondeo. Los cooperantes de GSF encontraron que el suelo en Malí es mucho más duro que el los misioneros baptistas habían logrado perforar con éxito, así que tuvieron que experimentar mucho para mejorar las brocas que obtuvieron en Dallas, ya que se rompían con frecuencia.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Una de las primeras medidas fue construir un taller en el que poder trabajar para mejorar las herramientas y el material de trabajo. El jardín de la casa de Frank Robador, que reside en Beleko desde hace siete años, fue el lugar elegido. Una mesa, una radial y algunos aparejos más fueron suficientes para empezar a trabajar.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Durante un año, los cooperantes se han devanado los sesos para dar con una broca que les permitiera traspasar el duro suelo saheliano. En la imagen, intentos fallidos y acertados de ese proceso de ensayo y mali.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Un trabajador de GSF sujeta la 'nariz' de la excavación que están realizando en el huerto de Fiankala. La función de quien está al mando es clave: mientras otros diez hombres tiran de la cuerda para perforar, éste se encarga de que la broca se mueva de manera totalmente vertical y controla que no haya atascos.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Emmanuel y Donsei tiran de la cuerda en el jardín de Fiankala, en Beleko. Como ellos, un total de diez empleados más los cooperantes de GSF trabajan a diario en el proyecto. A diario sufren incidentes que resuelven con imaginación e inventiva. Todas las soluciones son debatidas y compartidas, y suponen un proceso constante de aprendizaje para todos ellos.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Bakoro, uno de los trabajadores más veteranos y experto en realizar pozos abiertos, muestra el funcionamiento de un punto de agua realizado mediante la técnica de perforación manual de GSF. El agua sale aún marrón porque acaban de estrenarla y aún tienen que limpiarse los conductos. Cuanta más agua se extraiga, antes se limpiará y saldrá clara.

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Lola Hierro | Beleko, Malí

Las mujeres del jardín de Fiankala usan los pozos ya construidos para obtener agua con la que regar sus cultivos. Cuantos más pozos haya, más cerca les quedará alguno de ellos menos tiempo tardarán en obtener agua y en llevar los pesados cubos.

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Beleko, Malí

Los jardines salvavidas de Jacqueline, Mariam y sus vecinas

Por Lola Hierro

Coge un coche y toma la carretera nacional R6 que parte de Bamako (la capital de Malí) y se adentra en el oriente. A 200 kilómetros, más o menos, verás a tu derecha un camino de tierra roja que serpentea entre cultivos y mangos. Lo distinguirás porque los vehículos que entran y salen de él han dejado restos de esa llamativa grava en el asfalto. Desde ahí, conduce otras dos horas. Solo hallarás un paisaje yermo y seco, aunque salpicado por pinceladas de vegetación que resiste el asfixiante clima que en los meses más calurosos lleva la temperatura por encima de los 43 grados. Animales muy flacos. Hombres dirigiendo carros repletos de leña y tirados por burros. Caminos que nadie sabe a dónde llevan. El río Bani, segundo mayor del país, al que apenas le queda agua en este mes de abril. Parece que ese lugar hubiera retrocedido siglos en el tiempo. Si aciertas la ruta, hallarás tu recompensa: la vida en medio de la nada.

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Un vergel en el desierto

Colombia

Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Las mujeres de la comuna de Djiedougou cultivan unos jardines en los que ellas son únicas propietarias y beneficiarias de lo que producen. Escondida en lo más remoto del Sahel maliense se encuentra esta comuna, un conjunto de 34 villas que suma unos 34.000 habitantes. Viven con humildad, sin apenas acceso a electricidad, a tecnología o a infraestructuras. Aquí, el acceso a agua potable y limpia es un problema muy a menudo.

Escondida en lo más remoto del Sahel maliense se encuentra la comuna de Djiedougou, un conjunto de 34 villas que suma unos 34.000 habitantes. Viven con humildad, sin apenas acceso a electricidad, a tecnología o a infraestructuras. Aquí, el acceso a agua potable y limpia es un problema muy a menudo.


Textos: Lola Hierro

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Donde parece que la vida no puede abrirse paso, existen unos espacios donde ésta bulle con toda su intensidad: son los jardines de mujeres, terrenos agrícolas divididos en huertos de unos 25 metros cuadrados que pertenecen a las casadas de la aldea. En la imagen, una madre saca agua del pozo en el jardín de Kolonia, una localidad de unos 700 habitantes perteneciente a la comuna de Djiedougou.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Mariam Coulibaly (a la derecha) y una vecina muestran a cámara a sus nietos en el jardín de Kolonia. Los niños son los principales beneficiados de una de las ventajas de estos huertos: que son una vía para diversificar la alimentación de las familias en una zona donde la malnutrición, y muy especialmente la infantil, es un enemigo al que se combate a diario. En Malí afecta a un tercio de los menores de dos años según el Programa Mundial de Alimentos.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

No habría vergel en medio del desierto de no ser por la mejora del acceso al agua en los huertos. En el de Kolonia existe un pozo cisterna que se llena gracias a una bomba eléctrica, por lo que las mujeres no tienen que hacer esfuerzos para hacer que el agua suba.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

El pozo de Kolonia funciona gracias a un panel solar que las señoras limpian a menudo con paños. Comienza a funcionar en cuanto sale el sol, sobre las seis de la mañana, y ya generan energía para accionar la bomba y llenar el depósito, de unos ocho mil litros.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Las mujeres son las únicas propietarias de los huertos; todo lo que producen y venden es para ellas. El beneficio no equivale ni de lejos a un sueldo completo pero sí les supone un dinero extra que ahorran para velar por la salud de sus hijos. Si uno enferma, ella tiene dinero para pagar al médico. En la imagen, unas mujeres riegan sus cultivos en el jardín de Fiankala, en la localidad de Beleko.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Los niños mayores son una ayuda muy importante para sus madres y abuelas: comparten con sus madres la pesada labor de regar los cultivos y cuidan de los más pequeños, como esta niña del jardín de Kolonia, que lleva a su hermana menor a la espalda.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Docenas de mujeres trabajan en el huerto de Kolonia. Ellas son quienes solicitaron a los líderes comunitarios un permiso para tener un pedazo de tierra en el que plantar alimentos. El proyecto fue financiado por la Ong Osalde.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

“A mí el jardín me ha ayudado mucho para hacerme cargo de pequeñas necesidades, sobre todo para cuidar de la salud de los niños”. Son palabras de Mariam Coulibaly (a la izquierda), de 50 años, con 10 hijos, tres nietos y la responsabilidad de alimentar cada día a 16 personas.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Lechugas, tomates, chalotas, berenjenas, ajos... Todos los productos que se cultivan en los jardines de mujeres son vendidos cada sábado en el mercado de Beleko, al que acuden miles de personas de diversos puntos de la región.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

A la sombra de un mango, Jacqueline (a la izquierda, con un barreño sobre la cabeza) pela ajos y presencia una reunión con varias propietarias del huerto en la que se habla de la dificultad de alimentar a familias enteras con los recursos disponibles. Todas las mujeres han conocido de cerca las consecuencias del hambre.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

ELas ajadas manos de Jacqueline enseñan un tomate y una berenjena de su huerta. Las legumbres y la fruta han diversificado la alimentación de los niños, pero siguen sin tener acceso a muchos alimentos adecuados para su crecimiento de un niño. La malnutrición persiste.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

El centro de salud de Beleko abre cada miércoles a las ocho de la mañana una consulta específica para trata la desnutrición infantil. En la imagen, la enfermera, obstetra y coordinadora del programa Madame Khadida Dembele y un enfermero pesan al pequeño paciente Bakary Coulibaly.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Bakary Coulibaly, de 23 meses, pesa 10 kilos. Fue llevado por primera vez el 29 de diciembre de 2015 con malnutrición severa y 'kwashiorkor', una enfermedad que se da cuando se sufre una carencia de proteínas y otros micronutrientes. Su peso entonces era de 8,3 kilos.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Hoy Bakary se ve muy recuperado. La cinta que mide el perímetro de su brazo señala que ha salido de la zona de peligro: si midiera menos de 11 centímetros significaría que padece malnutrición severa aguda, pero da 14. Se ha recuperado gracias al Plumpy Nut, el complemento terapéutico que salva millones de vidas en los países más pobres: 500 kilocalorías a base de cacahuetes, vitaminas y minerales.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

El agua contaminada transmite enfermedades de transmisión hídrica que ponen en peligro incluso la vida de los niños. Desde que en Beleko hay pozos, Madame Dembele ha notado una reducción de casos pero no sabe precisar en qué medida. Un repaso al libro de decesos de 2014 y 2015 revela tan solo tres muertes por diarrea, y tres por una combinación de diarrea, anemia y paludismo. “Pero hay que tener en cuenta que muchos se mueren en sus pueblos, no llegan al centro de salud”, advierte la enfermera.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

A mediodía, media docena de menores han sido medidos, pesados y diagnosticados por la enfermera, que cierra la consulta tras examinar al último paciente. A todos les receta Plumpy Nut y una dieta variada. No todas las madres, por desgracia, pueden permitirse dar a sus hijos nada más allá del to, que es una masa hecha a base de harina de mijo o maíz cocida durante horas.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Malí

Unas niñas de Beleko juegan en la fuente instalada en el centro de su aldea. En ese círculo vicioso de carencias, los jardines de mujeres no son una solución infalible, pero estos y la mejora de otras infraestructuras como la mejora de la calidad del agua gracias a puntos de acceso limpios pueden acabar salvando más de una vida.

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Sica sica, Bolivia

Tradición y ciencia en la medicina boliviana

Por Amelia Castilla

No hay ceremonia en el altiplano boliviano que no comience dando gracias a la Pachamama (Madre Tierra). Francisco Mamani, don Panchito para los vecinos, médico tradicional de 62 años, oficia la ceremonia en el patio de su vivienda, ubicada en Villa Esteban Arce, en el municipio de Sica Sica, en la provincia de Aroma, a unos 120 kilómetros de La Paz. Tras prender fuego a las ofrendas, la llama se alimenta con hojas de coca al tiempo que se piden deseos. Don Panchito heredó el oficio de su padre y durante años vivió de recorrer los caminos tratando a los enfermos con las plantas medicinales que recogía en el valle. Retama, coca, malva, taratara, ñaca, manzanilla, toronge, apio, alcachofa, eucalipto, cola de caballo… remedios para “limpiar la bilis o para tratar los cólicos biliares”. No necesitó de poderes sobrenaturales ni sobrevivir a la caída de un rayo o llegar al mundo en posición podal, como algunos de sus colegas a los que aymaras y quechuas consideran predestinados para curar enfermedades. Ahora, don Panchito dispone del título de médico reconocido por el Gobierno de Evo Morales y pasa consulta en el centro de salud Kallawaya Villa Esteban Arce, uno de los pioneros del país andino donde se practica la integración, entre la medicina tradicional y la científica, con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y dentro de un proceso de articulación de la nueva política pública de Salud Familiar Comunitaria Intercultural (SAFCI), impulsada por el Gobierno boliviano.

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Atender la salud desde todos los flancos

bolivia

Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

En Bolivia, la medicina occidental y las tradiciones autóctonas se dan la mano para reducir las tasas de mortalidad materna.

Visita domiciliaria en la comunidad Antipampa, en el altiplano del Departamento de La Paz, Bolivia, del médico tradicional, Francisco Mamani Quintana y de un médico académico del programa Mi Salud, Dr. Álvaro Villanueva Gutierrez.


Textos: Miguel Lizana

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Miguel Lizana | Bolivia

Una mujer cocina en una vivienda de la comunidad Antipampa, en Sica Sica.

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Miguel Lizana | Bolivia

Durante la visita, el médico académico realiza el control de talla y peso a un niño, mientras que el médico tradicional atiende a la abuela de sus problemas articulares.

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Miguel Lizana | Bolivia

El médico tradicional revisa a la abuela, que padece de dolores articulares.

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Miguel Lizana | Bolivia

Como parte de la interconsulta, el médico académico toma la tensión arterial a la paciente.

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Miguel Lizana | Bolivia

La abuela del hogar, de 83 años, que se expresa en lengua Aimara.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Como tratamiento, el médico tradicional le aplica una pomada preparada en el primer vivero y laboratorio de plantas medicinales certificado por el Ministerio de Salud, situado en Villa Esteban Arce, del Municipio Sica Sica, en el altiplano paceño.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

En el Centro de Salud Kallawaya Villa Esteban Arce trabajan de manera conjunta y complementaria el médico tradicional y el médico académico.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Al realizar las visitas, el médico tradicional lleva consigo medicinas naturales preparadas bajo su supervisión.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

El proceso de cultivo y secado de las plantas medicinales, y su posterior transformación en medicinas naturales, se realiza de una forma artesanal y totalmente natural.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Una mujer embarazada ha elegido para su control y parto el uso de una cálida sala de acondicionada culturalmente en el hospital. En ella, puede estar acompañada de su familia.

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Legazpi, Filipinas

Donde los desastres pasan de largo

Por Pablo Linde

La última vez que Manuel Lama Junior vio a su mujer estaban cogidos de la mano. Él intentaba evitar que la riada que había sepultado su vivienda se llevase también a su esposa. Pero no lo consiguió. Ambos habían aguantado horas en el tejado de su casa con la esperanza de que el agua no les alcanzase y, cuando lo hizo, lucharon contra la furia de la naturaleza hasta que se quedaron sin fuerzas. Él consiguió resistir hasta que la corriente amainó, pero tras horas de sufrimiento, sus manos se separaron para no volverse a unir jamás.

El tifón Durian, en el año 2006, fue el último que se cobró vidas humanas en la provincia de Albay, al sur de Luzón, la mayor isla de Filipinas. Desde entonces, a pesar de las numerosas amenazas naturales que soporta la zona, los sistemas de prevención han conseguido que la historia de Manuel y su mujer no se repita.

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Atender la salud desde todos los flancos

bolivia

Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Manuel Lama, agricultor de 55 años, despliega al amanecer una tela para recoger las espigas de arroz que segará a mano con una pequeña hoz. Alquila esta tierra al pie del volcán Mayón a un vecino, el señor Palibino, al cual le paga la renta cada tres meses en función del resultado de la cosecha.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

El volcán Mayón se encuentra ubicado al norte de la ciudad de Legazpi y a 330 kilómetros de Manila, la capital de Filipinas. Con una altitud de 2.400 metros, es el más importante del país. Hace erupción aproximadamente cada década años y es una de las amenazas a las cuales se enfrentan los pobladores de esta zona. En1993 fue responsable de la muerte de 77 campesinos como Manuel. “Según nuestros ancestros, el volcán hace erupción cuando es su cumpleaños”, dice sentado en el patio de su casa.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama toma un descanso tras dos horas de faena segando espigas de arroz. A las duras condiciones de trabajo del campo, con jornadas de trabajo de 12 horas a 40 grados de temperatura, se suma el riesgo que supone la erupción del volcán, los tifones y las inundaciones y corrimientos de tierra frecuentes en esta zona. Las autoridades locales, con apoyo de la Cooperación Española, han puesto en marcha un exitoso programa de prevención y gestión de emergencias.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama abraza cariñosamente a su hija Kimberly, de ocho años, durante el desayuno. Su familia está compuesta por 10 miembros que viven en dos casas junto al sembrado. Manuel confiesa que tiene miedo a los tifones, pero que decidió quedarse en el campo, en lugar de trabajar en la capital, para poder criar a su familia.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

El agricultor se prepara para volver a la faena después de un pequeño descanso tras el almuerzo. Campesinos como él son los primeros en ser evacuados por las autoridades locales ante la menor amenaza de catástrofe natural. “Me siento más seguro”, dice visiblemente aliviado “cuando pasa el tifón podemos regresar a nuestras casas”.

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Gabriel Pecot | Filipinas

Detalle del arroz cosechado al pie del volcán Mayón. Los campesinos venden una parte y la otra la guardan para autoconsumo. Esta es una de las principales razones por las cuales miles de personas se arriesgan a vivir en esta zona de peligro. Dependen de esta tierra para su sustento.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama posa para un retrato en la zona donde se encontraba su casa en 2006. Las inundaciones provocadas por el super tifón Durian ese año se cobraron la vida de su esposa, destruyeron su casa y le dejaron herido. “Fue un fallo de comunicación interno”, reconoce con amargura Cedric D. Daep, responsable de la Oficina Regional de Gestión y Prevención de Emergencias. “Desde 2006 no tuvimos más víctimas. Salvar una vida ya es un gran logro”.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lourdes Paliza, agricultora de 52 años, recoge frutos de un árbol de Jaca, conocidos como 'jackfruit', en las inmediaciones de su casa al pie del volcán Mayón. La alimentación de cientos de personas en esta zona, depende de los frutos que pueden recoger aquí de forma gratuita.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza charla con sus familiares tras el almuerzo. Su esposo murió víctima de una enfermedad y ahora es ella la responsable de la familia, incluyendo varios nietos. Le gustaría marcharse a una zona lejos del peligro, pero no tiene alternativas. “ A veces cuando llueve me pongo nerviosa… siento que será mi última vez en el mundo”, dice con al voz entrecortada.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

La campesina seca al sol el arroz cosechado al pie del volcán Mayón. Complementa esta actividad, clave para el exiguo presupuesto familiar, con la venta de dulces en temporada escolar o el lavado de ropa.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza sirve el almuerzo a su familia. Este estofado elaborado con 'jackfruit' y leche de coco (de sabor suave y con una consistencia similar a las setas) es servido con arroz y será la principal comida del día para la familia. La gran desigualdad que existe en Filipinas se evidencia con claridad en el campo, donde el dinero es más escaso, pero la calidad de vida general es mejor que en los 'slums' de Metro Manila, la capital.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza descuelga la ropa tendida y lavada por encargo de unos vecinos. Vive desde hace 20 años al pie del volcán Mayón, y gana alrededor de 70 euros al mes lavando ropa, vendiendo dulces y cosechando.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lhourie Joy, de 17 años, juega al baloncesto con unos amigos en las inmediaciones de su casa. Cada vez que una catástrofe natural se aproxima a la zona, las autoridades emiten una alerta y son evacuados a algunos de los 54 refugios con los cuales cuenta la región. Construidos con apoyo de la Cooperación Española, los centros de evacuación están diseñados para resistir erupciones volcánicas, tifones y terremotos.

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La Tolita de la Pampa de Oro Ecuador

Chochos, cocos y cacao con un toque español

Por Alejandra Agudo

Se acabó el oro en la isla de la Tolita, epicentro de la cultura homónima que pobló el norte de Ecuador entre el 500 a. C. y 500 d. C. Los saqueos de las tolas, monumentos funerarios en los que los antepasados del lugar enterraban a sus muertos y tesoros, agotaron la mayoría del patrimonio arqueológico. Y no para enriquecimiento de sus vecinos que, como gran parte de la población rural del país, vive en situación de pobreza. En 2002, el Estado declaró la zona reserva natural para proteger sus manglares y el acervo local, lo que zanjó en gran medida la fiebre extractora. Así, los habitantes de esta comunidad a la que solo se llega en lancha navegando el río Santiago hasta su desembocadura, la mayoría afrodescendientes, han decidido reavivar otra actividad económica tradicional: el cultivo de coco y cacao. La naturaleza es su nuevo oro.

Los actuales tolitas, así como los vecinos de otras comunidades agrícolas a la ribera del río, incluso otras lejanas en el interior del país, indígenas y campesinos en el altiplano a más de 3.000 metros de altura, luchan por mantener los saberes ancestrales de producción e introducir nuevas tecnologías para ser sostenibles y eficientes a la par. Y, sobre todo, trabajan para sobrevivir en un Ecuador en el que el desempleo y la miseria les afecta especialmente: en las zonas rurales, el 38,2% de la población vive en situación de precariedad y el 17,6% sufre pobreza extrema, muy por encima de la tasa en las áreas urbanas, según datos de diciembre de 2016 del Instituto Nacional de Estadística del país.

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Hipotecar cocos para tener salud

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto Rodríguez Alarcón (47 años) vive en La Tolita de Pampa del Oro, Ecuador. Desde primera hora de la mañana, faena cerca de la confluencia entre el río Santiago y el océano Pacífico. Cada día pasa doce horas en el mar para procurar el sustento a su familia, su mujer, Alicia Muñoz Verranza (46), y siete hijos, dado que la plantación de coco que trabajan no es suficiente.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto enseña un ejemplar de camarón que encuentra entre las capturas del día. Es la mejor época para pescar esta especie y, para un pescador artesanal como él, una de las piezas más preciadas debido a su alto valor de mercado: cuatro dólares la libra (450 gramos, unos doce ejemplares).

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto hace un alto mientras enseña la finca, próxima a su casa y a la que se llega en barca, donde plantan cocos. Como la pesca es rentable pero inconstante, se dedica a la agricultura para poder afrontar las necesidades de su familia con algo más de estabilidad. "El pescado es para la comida, los cocos son para los pagos, la deuda. Si uno solo vive de la pesca, cuando no hay, puede tener problemas", dice convencido.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Alicia recoge un coco de la finca que cultiva junto a su esposo Gilberto. Ambos trabajan a la par para sacar adelante a sus hijos y nietos. El cultivo de coco les permite tener unos ingresos extras para complementar los de la pesca, y poder hacer frente a los 480 dólares mensuales que pagan de cuota por dos préstamos.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

De regreso, Gilberto descarga la faena del día junto a sus hijos y familiares. Posee dos botes de fibra con motores fuera de borda,con los cuales mantiene a la familia, y que ha comprado gracias a un préstamo que paga todos los meses. Uno lo pilota él y el otro, su hijo Guido. En un buen día de pesca pueden ganar 20 dólares.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Alicia reposa mientras su hija Carolina, de 23 años, revisa la medicación que le va a suministrar. Sufre dolores agudos en la parte derecha del abdomen. "Cada tanto siento estos dolores", dice resignada y con voz apenas audible. Un médico en prácticas que atiende en su comunidad le ha recetado un analgésico, pero su mal no remite y la familia está muy preocupada.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

"Que se recupere, ella es el motor de la casa. Tengo una mujer bonita, echada para adelante, de harto sentimiento", asegura Gilberto de su esposa. En la casa, todos colaboran para generar ingresos con los cuales hacer frente a los gastos diarios y las deudas.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto habla por teléfono con su hija para saber las últimas novedades sobre el estado de salud de Alicia mientras carga gasolina para salir a faenar un día más. La noche anterior tuvo que llevarla al Hospital Básico Civil de Borbón, una localidad a 15 minutos en lancha de su casa, donde fue ingresada de emergencia.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto Rodríguez Alarcón, 47, salen a la mar al amanecer. "Esta vida es dura. Uno llega quebrado a casa, pero hay que darle", reflexiona. La preocupación es doble: por un lado el estado de salud de su mujer, por otro saber cómo van a hacer frente al coste de la atención médica. “Si la sacamos de aquí [de La Tolita], ahí sí ya nos cuesta”, afirma pensativo.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina le comenta a una vecina la última hora acerca del estado de salud de su madre, camino del embarcadero donde por dos dólares cogerá una lancha colectiva para ir a visitarla. La Tolita de Pampa del Oro, comunidad en la que viven, es una zona deprimida que se encuentra a orillas del río Santiago, donde el salario diario no pasa de 10 dólares.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina viaja en lancha colectiva hasta la ciudad de Borbón para visitar a su madre ingresada en el Hospital Básico Civil de la ciudad, donde la espera una hermana. Ante la ausencia de su madre, y con ayuda de su cuñada Jennifer (de 18 años), es Carolina es quien se ha hecho cargo de mantener en funcionamiento la casa, preparar la comida para quienes salieron a pescar al amanecer y dejar organizados a sus hermanos pequeños.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina ofrece un té a su madre. Comparte habitación con otras cuatro personas y la atmósfera es sofocante. Aún está débil y sufre dolores agudos. Ha rechazado el desayuno, consistente en tomarse el té, un yogur y el omnipresente plátano. Carolina está nerviosa y preocupada al ver que no come, ajena al suero alimenta a su madre.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina avisa a su familia acerca del estado de su madre, sentada junto a su hermana en un pasillo del hospital. Aún no lo sabe, pero pasarán todavía seis días hasta que su madre sea dada de alta, con dolores y sin un diagnóstico ni tratamiento definitivo. Días después, en una clínica privada, le diagnosticaron cálculos en la vesícula, una dolencia frecuente entre mujeres mayores de 40 años y cuyos factores de riesgo, entre otros, son altos niveles de colesterol y una nutrición deficiente. La operación en la clínica privada les costará 600 dólares, una autentica fortuna para una familia con los ingresos de los Rodriguez Muñoz. Para poder hacer frente a los pagos sanitarios, han hipotecado la producción de cocos de los próximos seis meses.

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Asunción Paraguay

Vivir sin un “te quiero”

Por Francisco Javier Sancho Más

Dentro de diez años, dice Soledad, si nos volvemos a ver, haremos la entrevista en su propia casa. En la suya, de verdad. Y no en esta biblioteca que nos presta el proyecto Camsat (Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos), en una zona de Los Bañados de Asunción, el barrio donde habita Soledad junto a 120.000 vecinos, expuestos cada invierno a las crecidas del río Paraguay. Muchos, como ella misma, han pasado hasta dos años en refugios precarios. Pero esta vez, el río no fue la causa de que la entrevista se hiciera en un lugar distinto al de la casa que comparte con su pareja y su cuñada.

A sus 21 años (su primer embarazo fue a los 16) ya ha vivido una larga historia de resistencia. La acaban de inscribir en el censo de familias que ha llevado a cabo Camsat. No incluyeron a su pareja ni a su cuñada. Puede que le asignen una vivienda unifamiliar, de entre las primeras 1.600 que se levantarán de aquí a ocho años. Es parte del proyecto de ampliación del paseo fluvial de Asunción (La Costanera). Para ello, se tiene que elevar el terreno varios metros y realojar a la gente de las zonas inundables del río.

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Asunción Paraguay

Paraguay: danza contra el caos

Por Francisco Javier Sancho Más

Miriam González, de 16 años, quiere bailar. Y quiere bailar en serio. Nació en los Bañados de Asunción, donde 120.000 personas se exponen a las inundaciones del río Paraguay cada invierno. Y las inundaciones van en serio también. Las últimas más grandes, en 2014 y 2015, desplazaron a miles de personas que, como la familia de Miriam, se tuvieron que refugiar en pequeñas chabolas con láminas de madera y cinc donadas por el gobierno. Y allí pasaron dos años hasta que pudieron volver a sus casas.

Esta noche hay función y ella baila con sus compañeras de El Elenco en el Juan de Salazar, el decano de los centros culturales de la Cooperación Española En América Latina. Presentan la obra de danza contemporánea Sarambi. Al preguntarle qué significa esa palabra en guaraní, Miriam contesta: “Tendrás que verlo para saber lo que es: un caos, un desorden que no termina de arreglarse”.

La obra está basada en la coreografía y técnica del bailarín paraguayo Leif Firnhaber. Se basa en la expresión individual que surge de la conexión con los otros mediante el movimiento. Entre esos “otros”, está Camila, de 18 años, una de las tres chicas con discapacidad visual que hacen el papel de hechiceras en la obra y marcan el ritmo del orden y el desorden. Son parte del Elenco, las bailarinas top elegidas en los talleres de Alas Abiertas.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Asunción

Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Soledad ha sufrido desde muy niña una larga historia de abusos, explotación sexual y violencia. En Los Bañados de Asunción es donde aún padece por no tener otro sitio adonde ir con sus dos hijos. Su esperanza, es tener una casa propia.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Caterina probó una vida mejor mientras estuvo en un albergue para niñas y jóvenes en riesgo de explotación sexual. El proyecto cerró por falta de fondos.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Cuando cerró el albergue, Caterina volvió a un mundo del que aún se defiende, como de las crecidas del río que inundan su refugio cada invierno.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

La zona inundable del río Paraguay en Asunción, conocida como Los Bañados, alberga a 120.000 personas en 17 kilómetros. Muchos han llegado por no tener otro sitio adonde ir.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Aunque el estigma persigue a los habitantes de Los Bañados, proyectos como el de Camsat o Mil Solidarios apoyados por la Agencia de Cooperación Española (AECID) abren oportunidades para jóvenes. Con todo, la ciudad sigue dando la espalda a esta población.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Muchas familias de Los Bañados han pasado hasta dos años refugiados en chabolas hasta poder volver a sus casas.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Muchos niños se ven abocados a enfrentarse a los riesgos de un contexto de pobreza y violencia. Las condenas por abuso sexual son menores que las de robo de ganado.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Soledad subía a las lanchas de los hombres del río, cuando estos esperaban a que sus barcos fueran reparados en los astilleros. La explotación sexual y el abuso de menores se convierte en una práctica de la que para muchas mujeres es difícil escapar.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Soledad espera que sus hijos la recuerden como una mujer valiente que supo dejar las drogas con su propia fuerza de voluntad y que supo enfrentarse a la violencia que su pareja ejerce aún sobre ella.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

La primera vez que abusaron de Soledad fue a los 10 años. Entonces, no tenían agua. Ella tenía que ir a recogerla a un surtidor. El dueño le daba dinero a cambio de dejarse tocar.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Muy pocos jóvenes de Los Bañados llegan a la Universidad. El refuerzo escolar de proyectos como Mil Solidarios les ayuda a no abandonar las clases.

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Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunción, Paraguay

Cada día, dos menores de edad dan a luz en Paraguay. Entre 600 y 700 cada año. El 19% de las madres adolescentes deja sus estudios. Soledad abandonó la educación primaria en el tercer curso. Empezó a salir con hombres a cambio de dinero a los 10 años.

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Adís Abeba Etiopía

País con 100 millones de habitantes busca sistema sanitario universal

Por Carlos Laorden

En una rotonda mal asfaltada se ultima la construcción de un moderno edificio de tres plantas. Frente a él, el restaurante Addis Ababa ofrece a los turistas la tradicional injera etíope y cobra 23 birr (en torno a 0,8 euros) por una botella de litro y medio de agua. Inasequible para los vecinos que viven a mano derecha, en un amasijo de viviendas de cemento rematadas con tejados de uralita y aluminio. Por una galería se llega a un patio, donde el agua que beben sus habitantes lleva casi dos años contaminada con heces y aguas fecales.

Es Zarespiki, en Adís Abeba, la capital de Etiopía. El segundo país más poblado de África y, pese a su vertiginoso crecimiento económico (por encima del 10% en la última década), uno de los últimos en el Índice de Desarrollo Humano: es el 174º de 188. El cemento y el asfalto cubren casi toda la ciudad, cuya rápida expansión en las últimas décadas ha dejado problemas estructurales como la falta de agua potable, la ausencia de saneamiento o la polución. Son retos añadidos a la desnutrición, las muertes infantiles y maternas, el VIH o la tuberculosis. Enormes problemas de salud que el Programa de Extensión Sanitaria, una ambiciosa iniciativa gubernamental que lleva 15 años en funcionamiento, trata de encarar inventando la forma de superar la falta de medios. El reto es enorme: atender las necesidades médicas de los más de 100 millones de etíopes.

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Adís Abeba Etiopía

“La cooperación internacional es determinante”

Por Carlos Laorden

El ministro de Salud de Etiopía defiende las soluciones imaginativas para cubrir las enormes deficiencias de su sistema sanitario.

Yifru Berhan Mitke (Shoa del Norte, Etiopía, 1972) insiste en que lo suyo no es dirigir, sino investigar. O curar. "Pero me pidieron que fuera decano de la facultad, y luego ministro y ¿qué puedo hacer?", se preguntaba antes de la crisis política que ha incluido la dimisión del primer ministro en su despacho del Ministerio de Salud etíope, un modesto edificio de oficinas en el centro de la capital, Adís Abeba. Ginecólogo y académico, Yifru ha pasado prácticamente por todas las ramas del sistema de salud de su país, que se esfuerza por llegar a una población de más de 100 millones.

Su principal preocupación desde que accedió al cargo hace un año es la falta de personal médico cualificado: solo hay 1.500 en todo el país, lo que sale a 70.000 pacientes por doctor. Y por eso defiende iniciativas como el Programa de Extensión Sanitaria, lanzado hace 15 años, u otros nuevos con los que, dice, Etiopía "innova" buscando soluciones para esa escasez de profesionales. "Aquí no nos limitamos a seguir las rutinas o prácticas de otros países". En estos tres lustros, el programa de extensión ha formado a casi 40.000 "agentes sanitarios" para acercar la sanidad a los etíopes.

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Adís Abeba Etiopía

El Destino es volver al origen

Por Carlos Laorden

"Cuando llegas arriba, tienes que volver". Regresar para devolver al menos una parte de lo que has obtenido. Esa es la filosofía Adissu Demissie (1984) y Junaid Jemal Sendi (1986). O al menos, el destino circular que ellos mismos se han marcado. Estos dos bailarines etíopes, a los que un golpe del destino sacó de la venta ambulante en las calles de Adís Abeba para llevarlos a teatros de todo el mundo, están convencidos de que deben dar a otros oportunidades de crecer, mejorar o encontrarse. Su herramienta: la danza. Su nombre: Destino.

"En 1996, Adís Abeba no era como ahora. Hoy todavía ves niños por la calle, esnifando pegamento o fumando. Pero entonces los había a montones. Por todas las esquinas. Yo me pasaba todo el día limpiando botas en la puerta del Black Lion, el principal hospital de la ciudad", recuerda en inglés Adissu, rastas y voz pausada. "Y yo vendía pañuelos por la calle", cuenta Junaid, más bajo, compacto con melena afro.

En 1996 la vida no les había dado aún la oportunidad de conocerse: tenían 12 y 10 años cuando la compañía de danza británica Dance United desembarcó en la capital etíope para un gran proyecto en torno a Carmina Burana. Y Adissu y Junaid estuvieron entre los 114 niños seleccionados para participar en la producción. A raíz de aquella experiencia, los británicos quisieron hacer algo por esos menores, y lanzaron un proyecto llamado Street Dreams. Adissu y Junaid de nuevo pasaron la criba y fueron dos de los 18 (12 chicos y 6 chicas) elegidos para una formación de cinco años en danza contemporánea.

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Ziguinchor Senegal

La ablación se cuela en las aulas

Por José Naranjo

“Recibo a muchas mujeres que ni siquiera saben que están mutiladas, se lo decimos nosotras cuando van a dar a luz”, asegura Ndeye Fatou Babou, matrona del Hospital de la Paz de Ziguinchor, en el sur de Senegal. Y explica las causas: “Es un tema del que no se habla abiertamente, muchas de ellas lo han sufrido cuando son muy pequeñas y no se acuerdan o lo han borrado de su mente al ser algo traumático y, además, viven en un entorno donde es lo normal”. Para luchar contra el desconocimiento de las mutilaciones genitales femeninas y de sus nefastas consecuencias, en primer lugar entre los profesionales de la salud, la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (Aecid) acaba de financiar con 190.000 euros en dos años un proyecto en la Universidad Assane Seck de Ziguinchor.

El pasado 13 de diciembre, durante la visita de la Reina de España a Senegal, Mahawa Doumbia, miembro del Comité de Lucha contra la Violencia a las Mujeres (CLVF) se subía al estrado en la Facultad de Medicina y empezaba a hablar con voz rotunda: “Yo misma soy víctima de esta creencia ancestral”, dijo mientras el auditorio la escuchaba en un respetuoso silencio. “Insistí a mis padres para ir al bosque sagrado y acepté ser mutilada para que no me estigmatizaran. Luego comprendí que es un ataque a nuestra dignidad”, añadió. Días después, doña Letizia valoraba positivamente el espíritu de lucha de Doumbia y de otras mujeres y ponía el acento en la necesidad de dar a conocer el problema.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Asunción

Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

Una mujer con su niño en una consulta del centro de salud de Afincho Ber, en Adís Abeba, la capital de Etiopía. El programa de extensión sanitaria de aquel país ha supuesto un aumento del número de instalaciones, pero la escasez de personal cualificado ha obligado a recurrir a soluciones imaginativas, como rebajar la exigencia formativa para ciertas tareas. La puesta en marcha de un seguro sanitario universal es un reto aún pendiente.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

Una mujer con su hija (segundo plano) espera a ser atendida en compañía de dos extensionistas del programa de extensión sanitaria que la han acompañado hasta el centro de salud de Afincho Ber desde su barrio en Adís Abeba, la capital de Etiopía.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

Una mujer entrega la tarjeta sanitaria que le debe dar derecho a recibir atención gratuita para su hija en el centro de salud de Afincho Ber (Adís Abeba, Etiopía).

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

Una mujer y su hija reciben atención en el centro de salud de Afincho Ber, en Adís Abeba (Etiopía).

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

Adís Abeba, Etiopia. Un grupo de vecinas de la comunidad de Zareskipi se ayuda para preparar las especias que luego venderán en la calle para ganarse un ingreso.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

La comunidad de Zareskipi (Adís Abeba, Etiopía) está formada por 27 familias, algunas de ellas con hasta ocho miembros entre adultos y niños.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

En la comunidad de Adís Abeba, la capital de Etiopía, también viven mujeres mayores que no tienen hijos que las puedan apoyar económicamente. La mayoría se ve obligada a buscar pequeños trabajos para poder subsistir.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

El suministro de agua de estas 27 familias de Adís Abeba (Etiopía) depende de una única fuente, que no siempre funciona y que, cuando lo hace, sirve agua contaminada que los habitantes del lugar tienen que potabilizar con productos que les proporcionan las asistentes del centro sanitario.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

Mehdanit Zewedu, 29 años y a cargo de dos niños pequeños, es la líder de la comunidad. Participa en el programa de extensión sanitaria sirviendo de enlace entre la comunidad y la enfermera que les visita cada 15 días.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiopía

La dificultad de acceso a agua limpia supone un grave riesgo para la comunidad. Uno de los problemas de salud mas frecuentes son las diarreas que, en el caso de los más pequeños, pueden derivar en graves complicaciones.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

Maritu Mekonen, agente del Programa de Extensión Sanitaria, posa en el patio del centro de salud Afincho Ber en Adís Abeba, Etiopía.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

Cada 15 días, una extensionista del programa visita a las comunidades como esta. Se comparte un café junto a la lider de la comunidad y los vecinos, y se actualiza la situación sanitaria del lugar.

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Enfermeras ambulantes en Adís Abeba

Gabriel Pecot | Etiopía

Assequeded Abegaz, 82 años, lleva 32 viviendo en esta comunidad de Adís Abeba (Etiopía). Sufre de problemas pulmonares y gástricos.

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