París termina la semana de la moda volviendo a su ADN
El concepto de viaje en la colección de Louis Vuitton, los lazos y perlas en la de Chanel, la reflexión de Miu Miu sobre la feminidad y el despliegue de técnica de Saint Laurent ponen el punto final a la pasarela francesa

La firma Louis Vuitton fue creada en 1854 por el artesano francés del mismo nombre que había trabajado en un famoso taller de cajas y comenzó a hacer maletas, introduciendo en 1858 el baúl apilable, lo que facilitó el traslado de enseres personales en los viajes. El viaje es, por tanto, el origen de la casa francesa y su director creativo, Nicolas Ghesquière, quiso recordarlo en el desfile de este pasado lunes en la semana de la moda de París. Por eso trasladó a cerca de 300 invitados a las que fueron las oficinas de la Estación del Norte de París en autobuses que partían de su central en el Pont Neuf. No era un largo camino, pero el viaje empezaba de forma literal antes de comenzar el desfile. Una vez en la estación, mientras hacía su entrada la primera dama de Francia Brigitte Macron, se pudo ver departiendo a muchas de las embajadoras de la casa, como la española Ana de Armas, pero también corrillos como el de Jennifer Connelly con Justine Triet, quizás ya conocidas, quizás protagonistas de un encuentro inesperado, como las conexiones casuales que se dan muchas veces en las largas esperas en estaciones y aeropuertos.
El viaje articuló una colección en la que se vieron bolsos, alforjas, pequeñas maletas y hasta una caja de violín con el monograma enseña de la casa. No olvidemos que el negocio de Louis Vuitton son principalmente los bolsos y en esta colección se mostraron sin prejuicios: es un elemento esencial en un viaje. También lo son las capas y las parkas con múltiples bolsillos que cubrían looks en los que se acumulaban muchas prendas creando un aire de persona en tránsito. Las zapatillas casi de trekking favorecían la misma idea. Pero el viaje también es el destino, y ahí Ghesquière desplegó su buen hacer en vestidos de noche vaporosos, con volantes y encaje que casi parecían de otra época y que se complementaban con escotes rígidos como una armadura que recordaba a los caparazones protectores que el francés suele construir con sus prendas. Hubo tejidos suntuosos como el terciopelo —estampado a veces en flores rojas y amarillas y otras veces tratado con la técnica devoré— que se mezclaban con impermeables en versión noche o en versión casual. Otro de los estampados, como explicaban las notas al desfile, es fruto de una colaboración con el grupo Kraftwerk. Así, la portada de su disco Trans-Europe Express se puede ver en algunos vestidos. Resultaba, además, muy interesante el tratamiento del denim como un tejido noble, dándole formas y volúmenes y adornándolo de strass.

A las esencias volvió también Chanel en su desfile del martes. En el Grand Palais, un decorado que siempre adereza la presentación de la marca, se homenajearon los iconos que han construido el imaginario de la maison francesa: el lazo era el hilo conductor del desfile, utilizado en formato gigantesco como decorado del set, pero también aplicado en estampados, bordados y fornituras sobre las prendas. Sobredimensionado o mínimo, el lazo, junto a las perlas, otra esencia del ADN de la casa, adornaron un desfile basado en otro de los principios constituyentes de la firma: el empleo del blanco y negro que obsesionó a su creadora, Coco Chanel. Este es el anteúltimo desfile que firma el estudio creativo a la espera de que Matthieu Blazy presente su primera colección como director creativo en septiembre. La estrategia, o mandato, de este equipo parece que es mostrar un Chanel destilado. En esta ocasión es el lazo, antes fue el botón. Es una suerte que los códigos de la firma sean tan sólidos, pues no permiten mucha desviación del camino. En esta ocasión se pudo ver una serie de tules que envolvían las prendas de los primeros pases. Se vieron abrigos y trajes de tweed en colores beige, verde, granate y azul y, por supuesto, el punto salpicó la colección en su versión más exagerada, así como en trajes de punto discreto.

Miu Miu también rebuscó en su material genético para mostrar una colección que reflexionaba sobre la feminidad, algo que fascina a Miuccia Prada, que vuelve constantemente sobre el asunto. Para ello utilizó todas las fórmulas que acostumbra: el uso de piezas asociadas al clásico femenino, prendas cliché como los broches, las estolas de piel, los brazaletes y los collares. “Queríamos crear looks con lo más básico y manipularlos con elementos emblemáticos del vestuario femenino”, explicó la diseñadora. Los sujetadores picudos estilo años cincuenta se veían por fuera de la ropa, que en ocasiones era también ropa de cama o ropa interior, como sucedía con faldas al bies o combinaciones convertidas en vestido. La serie de trajes de chaqueta con falda en tweed exageraba los volúmenes. Los looks estaban sin terminar, desabotonados, caídos, dando sensación de urgencia y liberando las piezas de su significado tan rígido. El estilismo de Lotta Volkova daba a esa apariencia de señora de los cincuenta que se presentaba en la pasarela un aire desquiciado, como Tippi Hedren en Marnie, la ladrona o Kim Novak en Vértigo. Precisamente ese look desastrado, despeinado y sin acabar de pulir se ha convertido en clave del éxito de la marca, una de las pocas que aumenta su facturación en 2024 y que, además, lo hace de forma incontestable, con un crecimiento del 93% en ventas en sus tiendas propias. En este caso, el casting, compuesto por actrices como Sarah Paulson y Raffey Cassidy, cantantes como Lou Doillon, pero también los que Volkova describió como cool kids (artistas, músicos y estudiantes de moda), añadían drama al espectáculo. Una mezcla de personajes no binarios que vertebraba la idea de las múltiples feminidades. La extrañeza, una de las marcas más reconocibles de la casa, recogía lo que Miuccia Prada definió como “la sensación de tensión y ansiedad actual, de miedo”, una de las poquísimas alusiones al momento político actual que se han pronunciado en esta semana de la moda.

Cerró la semana Anthony Vaccarello para Saint Laurent con un desfile conciso pero rico en referencias y técnica. “Con piezas directas y libres de detalles superfluos, la colección reafirma el ethos original de la firma”, se leía en los apuntes distribuidos en el desfile. De hecho, la paleta de colores donde destacaban el naranja, el fucsia, el verde y muchas tonalidades de anaranjados, coral y terracota, son versiones de los clásicos colores que utilizaba el propio Yves Saint Laurent. La serie de abrigos y vestidos cortos con bolsillos de una simplicidad extrema abrió el apetito para el guipur que vendría después, también en formas minimalistas y sin abandonar la falda lápiz. Hubo un momento dedicado a estampados (flores y animal print) plastificados, también en líneas sin ningún ornamento para dar paso a faldas con crinolina que en lugar de marcar la cintura partían de la cadera y que se combinaban con chaquetas de cuero fruncidas en la base, la prenda más icónica y vendida del diseñador, creando un conjunto llamativo, pero, sobre todo, rompiendo con toda la idea repetitiva del homenaje al fundador de la casa en colores y siluetas. La colección fue muy bien recibida por el público y el italiano, que cumple su noveno año en la casa francesa, salió a saludar entre vítores. Lo cierto es que el desfile que clausuraba la semana de la moda de París dejaba también cerrado el círculo de cómo se puede aprovechar el legado, la herencia y el ADN para transformarlo en algo relevante que muy probablemente será replicado en la calle hasta la saciedad.

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