El dilema entre la expectativa universitaria y el auge de la FP
Es clave sopesar la situación personal y financiera del estudiante a la hora de decidir entre las dos alternativas por sus costes y los tiempos
Los estudiantes que este año han acabado segundo de bachillerato se enfrentan al mismo dilema al que cada final de curso tienen que hacer frente los adolescentes de entre 17 y 18 años: elegir qué camino tomar para seguir con su formación. Ese dilema se limitaba hasta hace no tanto a una única cuestión: qué carrera universitaria elegir. Hoy, con el auge y la revalorización de la formación profesional (FP), que según el Ministerio de Educación y Formación Profesional copará el 50% de las oportunidades de empleo para la segunda mitad de la década, las preguntas van más allá de qué carrera elegir y se extienden al debate entre optar por la Universidad o la FP, un debate que genera más interrogantes cuando las formaciones son de la misma rama, como ocurre, por ejemplo, en los casos de Turismo, Administración de Empresas, Mecánica o Educación Física, que cuentan tanto con grados universitarios como con ciclos formativos de grado superior.
“Que hayamos desmontado tópicos sobre la FP y acabado con muchos de los prejuicios asociados a esta formación ha provocado que también cambie la orientación. Ahora los chicos y las chicas tienen muchas más posibilidades de elección y nos interesa que tengan conciencia y conocimiento de todo lo que hay”, afirma Juan de Vicente, jefe del Departamento de Orientación del IES Miguel Catalán de Coslada (Madrid). Una opinión que comparte Francisco López Varas, director de Formación Profesional de la Universidad Europea, que señala que siendo “enorme” la oferta existente de grados universitarios, el catálogo de ciclos formativos de grado superior “es todavía mayor”, por lo que considera que “es normal” que las dudas entre los estudiantes sean también “mucho mayores”.
Capacidad de decisión
María de las Olas Rodríguez Hernández, presidenta de la Asociación Profesional de Orientación Educativa de Castilla y León (APOECyL), explica que los estudiantes, a los 18 años, están neurológicamente preparados para tomar decisiones fundamentadas. “Llegado ese momento, los orientadores les ponemos en el camino de la toma de decisiones, pero nunca decidimos por ellos, sino que les damos diferentes aspectos a valorar”, añade. Entre esos ítems a valorar se encontrarían, entre muchos otros, aspectos como la diferencia en el tiempo de formación (dos años para la FP y cuatro para el grado universitario), la vocación (más científica o más técnica de los estudiantes), la prisa por incorporarse al mercado laboral y las propias posibilidades económicas de cada estudiante y su familia (los grados universitarios son generalmente más caros y en ocasiones implican desplazamientos o vivir fuera del hogar familiar).
Aunque todos los expertos consultados coinciden en señalar que el grado universitario tiene una formación teórica “más sólida” y sigue siendo sinónimo de mejores expectativas a largo plazo para los estudiantes (en el ámbito económico y de carrera laboral), todos ellos convergen también en una idea: que en el caso de jóvenes sin una vocación o idea clara de lo que quieren hacer o que tienen más prisa por acceder al mercado laboral, la FP es una alternativa muy interesante. “Es una formación eminentemente práctica, muy orientada a un perfil profesional claro, con prácticas en centros de trabajo en el segundo curso, que te facilita en dos años tener una titulación que te permite trabajar y que te da unas competencias profesionales muy orientadas al empleo que quizás en el grado se adquieren de forma más tardía”, argumenta Francisco López Varas, que añade que, además de abrir muchas posibilidades, la FP “no cierra ninguna puerta”.
En esa máxima insiste también Juan de Vicente: “En nuestro instituto, por ejemplo, tenemos un ciclo superior de Mecatrónica con una empleabilidad del 100%. Igual a un chico o una chica les interesa formarse dos años, encontrar trabajo, y luego seguir formándose en la Universidad de una forma más teórica para ser ingenieros. No son caminos incompatibles. La FP es una formación que luego te conecta con la Universidad, ya que el sistema educativo tiene muchas conexiones entre unas formaciones y otras”.
Mercado cambiante
La idea de seguir formándose durante toda la vida porque ya no existen empleos para siempre cada vez está más asumida por los jóvenes. En un mercado laboral inestable y cambiante, hay que estar preparado para cambiar de trabajo e, incluso, para reinventarse profesionalmente. “Un grado universitario te especializa en algo concreto y eso quizás te cierra un poco las puertas. Por eso no es de extrañar que mucha gente que acaba la carrera haga el camino inverso y empiece una FP”, afirma la presidenta de APOECyL.
La flexibilidad, en ese sentido, es otro de los valores de la FP a tener en cuenta, según señala el portavoz de la Universidad Europea. En dos años, con un título en la mano, un estudiante puede cambiar completamente de sector o especializarse más en el propio. “Puedes hacer un grado superior en Marketing, por ejemplo, pero luego puedes optar por hacer otro de Desarrollo de Aplicaciones Web. En cuatro años, lo mismo que dura una carrera, te conviertes en un perfil profesional muy diferenciador dentro de tu sector”, concluye.
Actuaciones tempranas
Explican desde APOECyL que muchas veces los orientadores sienten que cargan con la culpa de la “desorientación” de los estudiantes a la hora de elegir grado o FP, algo que consideran injusto porque, en su opinión, el proceso de orientación debería empezar mucho antes de 2º de bachillerato y, además, ser compartido con las familias. “El trabajo de la toma de decisiones hay que empezarlo desde abajo. No se puede esperar a tener 17 años para ir a tocar a la puerta del orientador y esperar a que nosotros les digamos qué tienen que hacer. Nosotros acompañamos al adolescente y a la familia a tomar una decisión por ellos mismos, pero para eso en toda la trayectoria académica, y sobre todo en la ESO, se han tenido que ir trabajando aspectos como el autoconocimiento, la toma de decisiones, el conocimiento del mundo formativo y laboral, etcétera”, subraya María de las Olas Rodríguez Hernández, que lamenta también que muchos orientadores se enfrenten a ratios de entre 700 y 1.000 alumnos: “La Unesco recomienda entre 200 y 250 alumnos por orientador. Yo te diría que máximo 500. Con 700-1.000 que manejamos ahora es imposible controlar y aconsejar a todos los alumnos”.
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