La reinvención de la princesa Ana
Trabajadora, divertida y más libre de lo que aparenta, cuando cumple 70 años se ha ganado a los británicos convertida en el firme apoyo de su madre, Isabel II
Al decir de quienes conocen bien a Ana de Inglaterra, la cancelación del festejo inicialmente previsto este sábado con ocasión de su 70 cumpleaños no le ha supuesto ninguna contrariedad. Y no se trata sólo de que la pandemia disuada de organizar grandes celebraciones en palacio. A la única hija de Isabel II, tan cumplidora y prolífica en sus deberes oficiales como poco dada a otras alegrías sociales, le va en el carácter. La princesa está considerada ...
Al decir de quienes conocen bien a Ana de Inglaterra, la cancelación del festejo inicialmente previsto este sábado con ocasión de su 70 cumpleaños no le ha supuesto ninguna contrariedad. Y no se trata sólo de que la pandemia disuada de organizar grandes celebraciones en palacio. A la única hija de Isabel II, tan cumplidora y prolífica en sus deberes oficiales como poco dada a otras alegrías sociales, le va en el carácter. La princesa está considerada la miembro de la familia real más trabajadora después de la reina pero, más allá de sus funciones, siempre ha ido a su aire.
Mucho más atractivo que una fiesta multitudinaria va a resultarle probablemente el plan alternativo de navegar por las costas escocesas junto a su segundo marido, Timothy Lawrence. La pareja hace una escapada similar cada verano, pero en esa ocasión le sumarán el regusto de abandonar su residencia campestre de Gatcombe House por primera vez desde el inicio del confinamiento. “Nunca había pasado tanto tiempo aquí desde que me instalé hace cuarenta años”, explicaba Ana en una reciente entrevista al canal ITV sobre esta finca del condado de Gloucestershire (sudoeste inglés) donde puede disfrutar de su amor sin límite por los caballos. Los motivos son obvios: la segunda de los cuatro hijos de la reina lleva acumulados 20.000 compromisos oficiales en su dilatada singladura, cifra que la ha convertido en una royal especialmente valorada por el público.
No siempre fue así. En los años en los que brillaba la estrella de Diana de Gales, apodada “la princesa del pueblo” (y luego fallecida en un accidente en París, en 1997), el personaje de Ana aparecía anticuado, aburrido y distante. Frente al glamur que fue adquiriendo con los años la esposa del heredero de la corona, la hermana de Carlos persistía en su desprecio por el culto a la imagen, ocupándose ella misma de su maquillaje y peinado, y repitiendo vestimenta en multitud de ocasiones. Esa actitud le merecería hoy los parabienes de los defensores del reciclaje, pero en aquellos tiempos sorprendía que, por ejemplo, Ana luciera en una de las bodas de la rancia aristocracia el mismo traje que llevara 27 años antes en el enlace de Carlos y Lady Di.
De su vida privada había trascendido lo justo, hasta que el estreno de la tercera temporada de la serie The Crown descubrió a los televidentes a una Ana de la adolescencia y juventud —interpretada por Erin Doherty— rebelde y muy libre en cuanto a sus entradas y salidas de palacio. El affaire que mantiene con Andrew Parker Bowles, futuro primer marido de Camila (la actual duquesa de Cornualles), no es invención de los guionistas. También nos muestra a una princesa de fuerte personalidad, pero desorientada sobre su futuro. Con el tiempo decidiría volcarse en su labor para la Firma (como se conoce a la familia real), en las discretas pero constantes visitas por toda la geografía de las islas, en las que siempre privilegia el tren. O el metro, cuando se trata de desplazarse por Londres.
Ana se lleva muy bien con su primer marido, el capitán Mark Philips, al que se unió en 1973, y es padre de sus dos hijos, Peter y Zara. No quiso ningún título para ellos, porque “les hará la vida más fácil”. Un año después de aquella boda, la princesa fue objeto de un intento de secuestro mientras circulaba por la capital británica en una limusina con chófer. Otro conductor interceptó su vehículo, salió abriendo fuego contra el guardaespaldas e intentó sacar a Ana del automóvil. “Not bloody likey!” (algo así como “¡Ni de coña!”), le espetó ella antes de huir por la otra puerta. Lo hizo con la misma resolución que le condujo a Escocia en 1992 para casarse de nuevo con el vicealmirante Tim Lawrence, saltándose de este modo el veto que la Iglesia de Inglaterra imponía entonces a oficiar bodas entre divorciados cuyas antiguas parejas todavía estaban vivas. Siguen juntos, a pesar de los persistente rumores de una separación siempre desmentidos desde su círculo.
Quien fuera secretario privado de Ana durante 17 años, sir Nick Wright, ha recalcado su espíritu trabajador y un agudo sentido del humor. No ha mentado, sin embargo, las ocasiones en que la princesa casi pierde los estribos, como ocurrió en 2002, año en que se convirtió en el primer miembro de la casa real condenado por un delito. Uno de sus perros, un bulterrier, atacó a dos niños en un parque de Windsor, lo que le forzó a firmar una declaración de culpabilidad ante el juez y a pagar una multa.
La Ana de los últimos años es una mujer más templada, que además se ha acercado mucho a la soberana y le procura especial apoyo ahora que el príncipe consorte, Felipe, está retirado de sus funciones oficiales a causa de su avanzada edad. Sigue firme en su adhesión al protocolo y ha dicho no entender que su sobrino Enrique y Meghan intenten “reinventar” un papel bien definido de antemano. “Se trata de servir”, ha resumido sobre sus visitas a los tres centenares de organizaciones benéficas que preside (siempre saluda primero a los voluntarios no remunerados) o los viajes a destinos remotos y a veces en condiciones precarias. Ella subraya que lleva haciendo el mismo trabajo desde hace tantos años, pero muchos británicos sólo la han redescubierto ya entrada la madurez. Y los elogios le llueven a punto de estrenar su séptima década.