Enrique Ponce, con A de Ana Soria
El torero dedica a su nueva novia sus actuaciones. La pareja es la protagonista de un extraño verano
Enrique Ponce es un torero enamorado. Sin duda. Él lo proclama a los cuatro vientos cada día que se viste de luces en esta extraña temporada. Cuando abren la puerta de cuadrillas se adelanta a todos, se asienta en la raya del tercio y con la punta de su manoletina derecha dibuja en la arena una A mayúscula, en referencia al nombre, Ana, de la mujer que ama.
El amor ha calado hondo al torero. La semana pasada, en la corrida nocturna que se celebró en la localidad malagueña de Fuengirola, Ponce pasó un mal rato ante un cuarto toro deslucido y con genio que le buscaba los tobillos y amenazaba con echárselo a los lomos. Sudoroso y tenso, tras un dificultoso lance de la pelea, el torero se retiró de su oponente y buscó aire en un desplante ante el público; pero antes, un segundo antes, Enrique Ponce tuvo tiempo para dibujar una A en la arena con el estoque simulado. Hasta en los momentos más embarazosos de la lidia, cuando el toro, solo el toro, requiere toda la atención, el torero tenía la cabeza en la mujer amada.
Ponce sabía que allí estaban las cámaras de las televisiones regionales de Castilla la Mancha y Andalucía, y no perdió ocasión para decir al mundo que está enamorado. Está acostumbrado el torero valenciano al candelero de la popularidad. El lugar de privilegio alcanzado en el toreo por sus propios méritos y su relación con la que ha sido su esposa durante los últimos 24 años, Paloma Cuevas, le han servido para hacerse un hueco de primera fila en la crónica social. Ambos, Enrique y Paloma, han sido la guinda elegante y glamurosa de muchas fiestas y portadas de revistas; y los dos se precian de contar con la amistad de cantantes, deportistas, empresarios y políticos a ambos lados del Atlántico.
Cuando el amor se ha esfumado de una pareja tan distinguida y aparece en escena una joven de rutilante belleza, el interés del cotilleo nacional se duplica, y el morbo se hace presente. La escena coincide casualmente con un desmedido interés del torero por participar en la mayoría de los festejos de esta anormal temporada. De hecho, encabeza el corto escalafón de matadores. Y Ana se ha erigido en coprotagonista del año taurino. Todos la buscan en el tendido, los fotógrafos se disputan la mejor instantánea, mientras Ponce le dedica una sonrisa o le alcanza la mano, como sucedió en la plaza de El Puerto de Santa María.
¿Qué influencia tendrá esta pasión en una figura como Ponce? Ojalá no se cumpla en él el conocido refrán “torero enamorado, torero acabado”. “Si has estado con una mujer, el toro se da cuenta y te echa mano”, dijo un día el maestro Espartaco. “Es difícil vivir con un torero. Son personajes extraños, y solo están enamorados del toro”, pensaba Ramón Vila, cirujano jefe de la Maestranza de Sevilla, ya fallecido. “Para ser figura del toreo no se puede pensar más que en el toro”, concluía.
Pero no es Ponce el único torero que ha sucumbido a los encantos femeninos en plena ebullición profesional. Lo que no está tan claro es si el amor perjudica o no la salud taurina del torero enamorado.
Era Juan Belmonte un torerillo valiente cuando bebió los vientos por una mujer casada y a punto estuvo de echar por tierra su carrera, cosa que, felizmente, no sucedió. Ignacio Sánchez Mejías, casado con una hermana de Joselito el Gallo, vivió un apasionado y largo romance durante diez años con La Argentinita. Antonio Chenel Antoñete tuvo una intensa vida amorosa tras un fracasado matrimonio con Pilar López Quesada, lo que no impidió que alcanzara la gloria en distintas épocas de su larga trayectoria profesional.
Cuentan que Manolo Camará, apoderado de Dámaso González y Paquirri, se acostaba entre los dos toreros, en la misma habitación del hotel, para evitar que sus pupilos sucumbieran a las tentaciones de sus admiradoras.
En el año 1985 el legendario maestro Domingo Ortega reconocía a Joaquín Vidal sus dotes de conquistador y también su obligada abstinencia durante toda una temporada: “¿Sabe usted lo que pasa?”, decía; “que la cosa sexual hace que te importe tres pepinos todo. La cosa sexual influye más en la cosa cerebral que en la cosa física. El torero debe sobre todo concentrarse, o de lo contrario está más perdido que Carracuca. El toreo hay que vivirlo muy seriamente”.
Conocidas y escandalosas fueron las infidelidades de Luis Miguel Dominguín a su esposa Lucía Bosé, y no solo con la actriz Ava Gadner. Lupe Sino fue el gran amor de Manolete, a quien devolvió la alegría y la sonrisa; a pesar de ello, nunca fue aceptada por la familia ni el entorno del torero. El día de la cogida mortal en Linares, solo le permitieron la entrada en la habitación del herido cuando este ya había fallecido. Avatares de la vida.
Los toreros son seres especiales, pero humanos. Se enamoran, y algunos lo hacen como un adolescente, se ponen el mundo por montera y sonríen ante el ruidoso murmullo nacional. “Te amo más que a mi vida. Forever”, le escribió Enrique Ponce a Ana. Y ella le contesta: “El corazón más noble que he conocido”.
Ponce aparecerá de nuevo en una puerta de cuadrillas, y la impoluta y reluciente zapatilla (manoletina) derecha se manchará de arena para escribir una A mayúscula… de Ana. Eso en el ruedo pero también hay muestras de su idílio en las redes sociales donde la pareja da cuenta día a día de sus pasos. Y en el horizonte el inminente divorcio del torero de Paloma Cuevas, su esposa durante 24 años que ha optado por el silencio ante tanto ruido.
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