Las mujeres del poderoso clan Bolsonaro
La esposa y las dos ex del presidente de Brasil forman una familia cuyo lema podría ser “la política (o el poder) por encima de todo”. Desde que se casó por primera vez el mandatario nunca ha pasado un año soltero
Aunque el núcleo duro del clan Bolsonaro es claramente varonil, también incluye mujeres, las tres con las que el presidente de Brasil ha compartido su vida, las madres de sus hijos. Por motivos distintos, ellas también son noticia. La esposa actual, Michelle Bolsonaro, de 38 años, una antigua modelo convertida en intérprete de signos, ha protagonizado el fenómeno viral de la semana en Brasil a cuenta de un dinero de origen sospechoso que recibió. A la segunda mujer, Cristina del Valle, una abogada de 53 años, le ha salpicado ese mismo caso de malversación de fondos públicos. Y la primera, Rogeria, de 65 años y madre de los tres hijos mayores del presidente, los tres políticos profesionales con varias legislaturas a la espalda, sopesa presentarse a las próximas municipales para volver a ser concejala en Río de Janeiro.
Juntos componen un árbol genealógico complejo, una familia con varias ramas cuyo lema podría ser “la política (o el poder) por encima de todo”, parafraseando su lema de gobierno, “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo”. Los lazos —también los laborales y políticos— sobreviven a las rupturas sentimentales. Desde que se casó por primera vez, en 1978, Jair Bolsonaro nunca ha pasado menos de un año soltero.
Ha formado una de esas familias cada vez más comunes pero que poco tiene que ver con la familia clásica pregonada por las Iglesias evangélicas que tantas alegrías le han dado en forma de votos. Cinco hijos de tres matrimonios, exactamente igual que su admirado Donald Trump.
Su tercera esposa es una mujer discreta casi tres décadas más joven que él, evangélica, madre de su única hija, Laura. La niña con la que a este presidente machista se le cae la baba. Se conocieron en el Congreso cuando ella era secretaria de otro diputado. A veces participa de algún acto gubernamental de perfil social o acompaña a su marido, pero siempre en un segundo plano. Rara vez habla en público. Se la vio con mascarilla antes de que fuera obligatorio, nada que ver con él, siempre reticente. Y como él y varios ministros, acaba de pasar el coronavirus sin consecuencias graves.
Una amenaza explícita de Bolsonaro a un periodista se volvió esta semana contra él como un boomerang aunque a quien colocó bajo los focos fue a su esposa. Resulta que el domingo pasado un reportero preguntó al presidente brasileño por unas transferencias sospechosas de un amigo de la familia investigado por corrupción y este le respondió con una frase impropia de un jefe de Estado pero que no desentona en su historial de exabruptos: “Tengo ganas de partirte la cara a puñetazos”. En las horas siguientes un millón de tuiteros le bombardearon con la pregunta que le puso de los nervios y dejó sin responder: “Presidente @JairBolsonaro, ¿por qué su esposa Michelle recibió 89.000 reales de Fabricio Queiroz?”. Ese dinero (16.000 dólares, 13.000 euros) fue ingresado en las cuentas de la primera dama según ha descubierto la policía. La pregunta sigue sin respuesta. Michelle tampoco ha abierto la boca.
Es un caso enrevesado, cosa que en Brasil no es raro. La policía sospecha que el primogénito del presidente, el senador Flavio Bolsonaro, gestionaba con Queiroz, su hombre para todo, un sistema para quedarse fraudulentamente con parte de los salarios de asesores de su gabinete. Y es por ahí por donde aparece la conexión con la segunda esposa de Bolsonaro padre, la madre de Renan, el único hijo varón que no está en política. A sus 22 años, estudia Derecho. Aunque se separaron hace más de una década, Cristina del Valle —que no usa el apellido de su ex— colocó a nueve de sus parientes como empleados en la oficinas parlamentarias de Flavio y de su hermano Carlos, familiares a los que ahora investiga la policía por entregar al jefe parte de sus salarios en una práctica que en Brasil tiene hasta nombre, rachadinha.
Bolsonaro padre ha logrado mantener buenas relaciones con sus exesposas. Las dos han salido a defenderle cuando la ocasión lo ha requerido y pidieron el voto para él. Tampoco debería sorprender tanto si se mira a los Bolsonaro más como una marca o como una empresa.
El presidente fue militar antes de emprender una larga e insignificante carrera de diputado mientras iba metiendo a su prole en política. La jugada funcionó. Tiene a cada uno colocado en una Cámara. Flavio, de 39 años, es senador, el flanco débil de una familia que hizo de la lucha contra la corrupción su gran bandera política. Carlos, de 37 años, es concejal. Y Eduardo, de 36, diputado federal. Su padre los defiende con uñas y dientes.
Dicen de Bolsonaro que tiene más instinto que inteligencia. El caso es que tras año y medio en el poder, con una trayectoria repleta de escándalos varios, investigado por el Supremo, etcétera, su popularidad es más alta que nunca. Escrúpulos desde luego no le sobran. Cuando se separó de Rogeria —la primera mujer, una década de matrimonio— Bolsonaro hizo que Carlos, entonces con solo 17 años, se presentara contra ella en las elecciones municipales para que no fuera reelegida. El chaval sacó tres veces más votos que su madre y se quedó con el escaño, que aún ostenta; va por su cuarto mandato. Ahora ella aspira a reconquistar aquel escaño en Río de Janeiro en las municipales de noviembre. Sus planes de ir de número dos del alcalde, un pastor evangélico, se enfrían, pero quién sabe, quedan tres meses aún.
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