“Porno arquitectónico”: cuando lo más obsceno en una película es un palacio
‘Saltburn’ es el último ejemplo de lo que las redes sociales llaman ‘house porn’. Es decir, cuando lo realmente pecaminoso en una película presuntamente transgresora no son las escenas de sexo sino una casa con 85 habitaciones y jardín con laberinto
Pruebe a introducir el hashtag #houseporn en su red social de referencia. Lo que obtendrá no es pornografía, o no lo que convencionalmente se entiende por tal, sino una sucesión de imágenes de casas de distintas épocas y estilos, que comparten el elemento común de estimular tanto la vista como la codicia del espectador. Un principio similar se ha seguido en la reciente película Saltburn, de Emerald Fennell, que ha dado mucho que hablar por sus desnudos y escenas de sexo calculadamente bizarras, pero también por la propiedad inmobiliaria que le da título, y que en realidad es la mansión de Drayton House, en el condado británico de Northampstonshire.
Lo realmente pornográfico del filme es el modo en que está filmada la casa, cómo la cámara se recrea en sus opulentos interiores y en la belleza escenográfica de su fachada. Esta opción de puesta en escena no es del todo arbitraria, ya que para el protagonista (interpretado por Barry Keoghan), un farsante carcomido por un intenso resentimiento social, la casa es el auténtico objeto de deseo, y el sexo tan solo una de las herramientas que utiliza para obtenerlo. Pero Saltburn no es la única película que ha seguido esta estrategia. De hecho, en algunas ocasiones, el erotismo de la historia se ha visto eclipsado por el que suscitan sus decorados. Hay filmes artísticamente irrelevantes de los que lo único que cabe recordar son sus bellísimas localizaciones, pero también algunas obras maestras donde las casas se utilizan con acierto para marcar el tono y reflejar la psicología de los personajes. Estos son algunos casos destacados.
L’inhumaine (1924), de Marcel L’Herbier
Que una cantante de ópera (Georgette Leblanc) protagonizara una película muda, o que su argumento fuera el de un melodrama con elementos de ciencia-ficción, no era lo más excéntrico de esta joya poco conocida, apoteosis del art déco. Las casas en las que se sitúa la acción reproducen unos diseños cubistas del joven arquitecto Robert Mallet-Stevens, que se convertiría en uno de los grandes del Movimiento Moderno. El público se quedó boquiabierto, aunque también se dividió entre quienes odiaban la película y quienes la defendían como obra de vanguardia. El pintor Fernand Léger y los futuros directores Claude Autant-Lara y Alfredo Cavalcanti también colaboraron en la alucinante dirección artística. No se podía ser más moderno en 1924.
La regla del juego (1939), de Jean Renoir
Obra maestra del cine francés, tras una acogida discreta en su momento, lleva décadas figurando insistentemente en todas las listas de las mejores películas de la historia. Renoir pintó un corrosivo retrato de la alta burguesía en la que los decorados debían reflejar con fidelidad toda la opulencia de esta clase social. Destacan el lujoso apartamento de la atractiva marquesa Christine de la Chesnaye (Nora Gregor) y el château en el que se desarrolla toda la segunda mitad, con sus enormes extensiones de suelo de damero. “Es el film de los films”, dijo de ella François Truffaut.
Mi tío (1958), de Jacques Tati
Tati decidió ambientar su tercera película como director en una casa futurista con mucho vidrio, muebles de diseño, tecnología proto-domótica e insospechados mecanismos que daban ocasión a los gags visuales más desopilantes. También jugó al contraste con los viejos edificios del barrio parisino en el que el protagonista, Monsieur Hulot, se desenvolvía mejor que en la frialdad del high-tech. Que en su día fuera por ello tildada de reaccionaria no empaña sus méritos.
Che? (1972), de Roman Polanski
Recién salido del exitazo de La semilla del diablo y el fracaso de Macbeth, Polanski decidió acometer una adaptación moderna y picante de Alicia en el país de las maravillas. Que el resultado sea una de sus peores películas, y que por momentos parezca realizada únicamente con el fin de exhibir el cuerpo de la actriz norteamericana Sydne Rome es algo que pocos podrían discutir. Como también es cierto que la casa en la que está rodada, una villa en la costa de Amalfi, constituye un festival para la vista. La propiedad, como las obras de arte que en ella aparecen, pertenecía al productor de la cinta, Carlo Ponti, esposo de Sophia Loren.
Confidencias (1974) y El Gatopardo (1963), de Luchino Visconti
Pocas veces se ha recreado con tanta exactitud y capacidad evocadora un universo como lo hizo Visconti en El Gatopardo. La larga secuencia del baile en un palacio siciliano durante el Risorgimento se filmó en el auténtico Palazzo Valguarnera-Gangi de Palermo, maravilla del barroco tardío. Una década más tarde, Visconti volvió a contar con el mismo protagonista, Burt Lancaster, que interpretaba en Confidencias un personaje inspirado en el escritor y crítico de arte Mario Praz. Praz es el autor de La casa de la vida, ensayo que es en sí mismo el Antiguo Testamento del #houseporn. Plano tras plano, los abigarrados interiores del viejo palazzo de Roma en el que vive el solitario profesor de la película contienen tanta información que el ojo humano es incapaz de registrarla toda. La gran sorpresa llega cuando se nos muestra la impresionante terraza con vistas a las cúpulas romanas, que el oscuro personaje interpretado por Silvana Mangano codicia comprensiblemente.
Gritos y susurros (1972) y Fanny y Alexander (1982), de Ingmar Bergman
Según explicó Bergman, las paredes rojas entre las que convivían las hermanas de Gritos y susurros representaban un útero materno. Todo allí ocurría en un espacio indefinido entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte, lo realista y lo abstracto. Después, en Fanny y Alexander, el mismo director, con la ayuda de la escenógrafa Anna Asp, contraponía el cálido interior burgués de la casa familiar en la que se celebraba una de las Navidades más memorables del cine con la gélida austeridad de la casa del padrastro.
Interiores (1978), de Woody Allen
Los interiores del título hacen referencia tanto a las torturadas psiques de las protagonistas (tres hermanas y su madre) como a la actividad profesional de esta última, una decoradora con especial querencia por los tonos grises y cremas, a juego con su limitada capacidad para mostrar afecto. Todo esto también puede entenderse como una metáfora de la dirección cinematográfica, guiño autorreferencial por parte de Woody Allen. Su sofisticación marca el punto más elevado del interés del director neoyorquino por el interiorismo, que también puede apreciarse en los apartamentos de Hannah y sus hermanas, Alice o Maridos y mujeres, entre muchas otras. Cuando se traslada a París, caso de la reciente Un golpe de suerte, el nivel no decae.
9 semanas y media (1986), de Adrian Lyne
Con su estética publicitaria y su masoquismo descafeinado, el que quizá sea el drama erótico más famoso de los ochenta hoy destaca sobre todo por la valiente interpretación de Kim Basigner y por el ático de Manhattan del personaje de Mickey Rourke donde transcurre gran parte de la acción. Se trata de una cuidada representación del universo yuppie en boga en aquel momento: con paredes de vidrio, acentos monocromáticos y mobiliario firmado por Breuer, Meier o Mackintosh. No demasiado acogedor, pero decididamente sexy.
Retorno a Brideshead, serie de televisión (1981) de Charles Sturridge y Michael Lindsay-Hogg y película (2008), de Julian Jarrold
Ambas adaptaciones de la novela de Evelyn Waugh sobre una familia de aristócratas británicos católicos y sus cuitas con la fe y la gracia divina se rodaron en la misma propiedad, Castle Howard. Se trata de dos típicos ejemplos de academicismo británico, con intérpretes de primera categoría (Jeremy Irons, Laurence Olivier y John Gielgud estaban en la serie, y Emma Thompson o Matthew Goode en el filme) y perfecta ambientación, pero con puestas en escena algo desmayadas. La homosexualidad (o la sexualidad a secas) reprimida por las exigencias sociales y religiosas se convierte en el plato fuerte del menú. No parece aventurado afirmar que Saltburn ha tomado prestados unos cuantos elementos de su trama y personajes. Por lo demás, Brideshead (es decir, el castillo de Howard) ha pasado a la historia como la mansión británica por antonomasia.
Las amistades peligrosas (1988), de Stephen Frears
Otra adaptación de un clásico literario, esta vez de la novela epistolar escrita en el siglo XVIII por Choderlos de Laclos (a su vez adaptada para el teatro por Christopher Hampton), ambientada pocos años antes de la Revolución Francesa, cuando los nobles del país no parecían albergar más preocupaciones que las eróticas. El escueto argumento de conquistas y venganzas sexuales se desarrolla en una variedad de chateaux y hôtels particuliers neoclásicos y rococó donde el parqué del suelo cruje deliciosamente, como tintinean los cristales de las lámparas de araña al ser alzadas por los criados.
Regreso a Howards End (1992) y Lo que queda del día (1993), de James Ivory
James Ivory rodó dos de sus mejores trabajos en la primera mitad de los noventa, adaptando a E.M. Forster (Regreso a Howards End) y a Kazuo Ishiguro (Lo que queda del día), y con repartos capitaneados por Emma Thompson y Anthony Hopkins. Una vez más, los conceptos cine de época y qualité se alían para ofrecer suntuosos escenarios con sello 100% británico. En el primer caso, la casona campestre que da nombre al título vuelve a ser el centro de una maraña de intrigas, engaños y deseos insatisfechos. En el segundo, la mansión señorial en la que trabajan como criados los protagonistas es al mismo tiempo una forma de vida y una cárcel que les frustra toda aspiración de felicidad.
Io sono l’amore (2009) y Call Me by Your Name (2017), de Luca Guadagnino
Luca Guadagino es un adicto al houseporn, hasta el punto de que hay quien lo ha tildado de “decorativo”. Toda su filmografía revela un evidente aprecio por la arquitectura de interiores, y ha realizado incluso sus pinitos profesionales en esa área. Quizá las dos películas suyas en las que esto resulta más evidente sean Io sono l’amore, rodada en el monumento art déco milanés de Villa Necchi Campiglio, y Call Me by Your Name, que se desarrolla en Villa Albergoni, una casa de campo del siglo XVI en la provincia de Cremona. Frente a este verdadero porno duro escenográfico, las supuestas pasiones que en teoría ocupan el centro de ambas obras resultan algo apagadas.
La doncella (2016), de Park Chan-wook
Hay que advertir que, en este caso, todo estaba a la misma altura: la lubricidad carnal no desmerece de la decorativa en este thriller atiborrado de giros argumentales. La historia está ambientada en la Corea ocupada por Japón antes de la II Guerra Mundial, en una residencia palacial que mezcla los estilos japonés e inglés. En realidad, se trata de una casa diseñada a principios del siglo XX por el influyente arquitecto británico Josiah Conder y ubicada en Japón. Sin embargo, la mayor parte de los interiores se construyeron en estudio: resulta especialmente difícil de olvidar la inmensa biblioteca en la que la protagonista escenifica sus sesiones de literatura erótica.
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