Paul Pfeiffer, artista: “Vi en Justin Bieber el potencial icónico del Niño Jesús, la inocencia de un niño y la corrupción asociada a un rey”
El museo Guggenheim Bilbao acaba de inaugurar del muestra del artista hawaiano ‘Paul Pfeiffer. Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad’ y podrá visitarse hasta el 16 de marzo de 2025
De niño, Paul Pfeiffer (Honolulú, Estados Unidos, 58 años) veía entre bastidores cómo trabajaban sus padres, músicos en una iglesia protestante de Filipinas, y eso marcó su práctica como artista. “Me fascinaba asistir a los ensayos del coro para el rito semanal, así que crecí rodeado de todos esos mecanismos de producción”, rememora. Quizá por eso, la exposición que se ha inaugurado este viernes en el museo Guggenheim Bilbao, Paul Pfeiffer. Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad (hasta el 16 de marzo de 2025), tras su paso por el MOCA de Los Ángeles, parece adoptar la forma de un intrincado backstage que conduce hacia la apoteosis final. Es un recorrido desde los vídeos en pequeño formato de sus inicios hasta unas grandes videoinstalaciones con imágenes y sonido abrumadores, que promueven una reflexión sobre la identidad y las dinámicas del poder. “A mis padres no les preocupaba tanto la teología como las prácticas sensoriales”, explica en mitad del proceso de montaje, a una semana de la inauguración. “Yo también busco reproducir esa experiencia inmersiva, pero al mismo tiempo dirijo la atención hacia el modo en que la cultura pop fabrica nuestras emociones”.
Entre los diez y los quince años, el hawaiano vivió con su familia en Filipinas, como parte de una congregación protestante en un país mayoritariamente católico: “Yo iba a visitar las iglesias católicas, porque el catolicismo tiene muchas más imágenes que el protestantismo, y me sentía atraído por la dimensión visual de esas imágenes, que a veces eran muy extremas. No fue hasta mucho más tarde, de vuelta a Filipinas en 1994 con una beca Fulbright-Hays de investigación, cuando entendí de verdad aquel contexto”. En particular, cita el fenómeno del Santo Niño, una escultura de madera del niño Jesús que Magallanes llevó en 1521 a la isla filipina de Cebú y que cada enero veneran millones de devotos en un ritual religioso masivo: “En cierto sentido es una especie de festival drag, porque hay un cambio de códigos que mantiene la estructura tradicional de géneros al mismo tiempo que la subvierte. La propia imagen del Niño es muy andrógina, y lo visten como si fuera una muñeca”. Tampoco le sorprende el apunte del entrevistador de que algo similar sucede en manifestaciones religiosas populares de nuestro país como la Semana Santa sevillana, algo que ya señalaba el reciente documental ¡Dolores guapa!, de Jesús Pascual. “Tengo la impresión de que gran parte del público de estos espectáculos religiosos es en realidad de género fluido”, valora Pfeiffer.
Ese mismo juego de opuestos aparece en unas esculturas de madera que reproducen el cuerpo de Justin Bieber, tatuajes incluidos, que Pfeiffer realizó en 2017, después de ver una actuación del ídolo pop en Manila, como parte de su gira Purpose. “Justin Bieber actuó ante 55.000 personas en un escenario que en realidad era una megaiglesia de la Iglesia ni Cristo, una reformulación del cristianismo creada a principios del siglo XX en Filipinas y adoptada por las clases más populares. En aquel momento vi en Bieber ese mismo potencial icónico del Santo Niño, la misma mezcla de inocencia propia de un niño y de corrupción asociada a un rey”.
Ante el cuerpo fragmentado de Bieber en esas esculturas es imposible no pensar también en la crucifixión de Cristo, otra imagen recurrente en su trabajo, que se sugiere en los jugadores de baloncesto del vídeo Fragmento de una crucifixión (según Francis Bacon) y la serie de fotografías The Four Horsemen of the Apocalypse o en la videoinstalación Live From Neverland. En esta última, Pfeiffer interviene un vídeo real de 1993, donde Michael Jackson pronunciaba un discurso exculpatorio para la televisión cuando fue acusado de abusos sexuales, introduciendo en la banda sonora esas mismas palabras cantadas por un coro de adolescentes. Y el espectador se debate entre contemplar a Jackson como un criminal o como un chivo expiatorio dispuesto para el sacrificio. “Podría interpretarse que muestro un grupo de jóvenes acusadores contra Jackson, pero también que señalo el modo en que él utilizó los medios de comunicación, los mismos que trataban de criminalizarle, para proclamar su inocencia”, revela el artista. “Hay una mutua constitución del discurso entre Jackson y el coro, y también un tono shakespeariano o de tragedia griega”.
Para él es importante mantener cierto grado de ambigüedad. Por eso aporta lecturas complejas a un repertorio visual muy codificado, propio de la religión y los grandes fenómenos musicales o deportivos. “La imaginería cristiana y las imágenes deportivas tienen una familiaridad casi universal”, afirma. “Estás expuesto a ellas aunque no seas ni religioso ni un fan del deporte, como es mi caso. Son un contenedor que yo lleno de otros significados potenciales, como la performance de raza o género, y los códigos de masculinidad en el contexto de la escena pública”. Estos temas no aparecen directamente enunciados en las obras, sino que busca que sea el público quien desentrañe sus intenciones. Sin embargo, Pfeiffer considera que todo arte es político, incluso aunque el propio artista no lo pretenda.
Él mismo tiene un pasado como activista que data de los años noventa, cuando empezó a vivir en Nueva York –ciudad en la que aún reside– y se enroló en el grupo de acción directa ACT UP, que lucha por la visibilización de la pandemia del sida y sus víctimas. “En aquel momento resultaba difícil no involucrarse en el activismo, porque era parte de la escena y la cultura del East Village neoyorquino”, recuerda. “Toda nuestra generación estaba inmersa en una guerra cultural, como ya había ocurrido en los años sesenta. Y lo mismo está sucediendo ahora. Estamos experimentando un ciclo que nos lleva a lo ya visto en los sesenta y los noventa. La diferencia es el grado de mediatización, que amplifica la importancia de los productores de imágenes, y en general de la gente del campo cultural, como artistas, músicos y escritores. Porque ahora la política nos llega de forma sensorial. Ya no se construye sobre el lenguaje verbal. Son las imágenes y la música lo que está en el centro de esta nueva guerra cultural”.
Paul Pfeiffer ya tuvo una exposición individual en nuestro país a través de la galería Carlier / Gebauer, que en 2021 mostró en Madrid una instalación multimedia que incluía una escultura del torso de Justin Bieber. Por otro lado, no es fortuito que para producir sus esculturas haya contado con la colaboración de artesanos sevillanos, recogiendo una tradición que también llegó hasta la antigua colonia española de Filipinas: “En mis investigaciones descubrí que muchos de los comitentes de las imágenes religiosas de Filipinas eran políticos, y que los más poderosos las encargaban en Sevilla. Así que en cierto sentido son imágenes de poder, y ese poder no es solo cosa del pasado, sino que pervive hoy”. Por supuesto, los procesos de descolonización, muy presentes en los discursos artísticos contemporáneos, también están en su agenda. Aunque, de nuevo, no se manifiesten expresamente: “Las cosas están cambiando, y las instituciones empiezan a reconocer que hay que corregir la historia. También hay cambios a un nivel más informal, en el modo en que hablamos o nos vestimos, o cómo nos comunicamos entre nosotros. Como artista, lo que me interesa es jugar con la plasticidad de las imágenes encontradas, porque creo que contienen el ADN de la historia, y pueden contribuir a un tipo de poesía que, en mi opinión, está reescribiendo nuestras mentes y nuestra percepción de la realidad”.
Pese al refinamiento formal de su trabajo, que combina esas imágenes encontradas con procedimientos artesanales y sofisticadas tecnologías visuales, también da cuenta de la atención que están generando las culturas de los pueblos nativos y los saberes ancestrales en los discursos del arte contemporáneo. “Cada vez hay más artistas que están explorando lo premoderno, con discursos cercanos a la antropología o la etnografía, y volviendo al estudio de las culturas no occidentales que han sido infravaloradas y relacionadas sobre todo con el pasado. Creo que ahora hay un contexto muy rico en el que explorar la cultura global desde el presente que nos puede llevar a lugares muy interesantes”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.