Domus Damero, el monumento a la luz de Jesús Donaire en Majadahonda
El arquitecto ciudadrealeño ha construido una casa en la que apuesta por la simplicidad esquelética de Mies van der Rohe
En ocasiones, la geometría y la naturaleza encuentran formas de llevarse bien. En la casa que Jesús Donaire ha construido en Majadahonda (Madrid) para una familia con dos niños, la fachada alterna muros y espacios abiertos que evocan la imagen de un tablero de ajedrez. Por eso se llama Domus Damero. Pero, al mismo tiempo, en el interior de ese volumen abstracto, el tiempo no se vive con rigor cartesiano, sino con aliento humano. Por la mañana, a la hora del desayuno, el sol da en la cocina. Al atardecer, la luz entra por la ventana situada en el plano superior, y cae sobre el salón gracias a la doble altura de esta zona. El indómito genio al que cantaba el poeta Arthur Rimbaud en sus Iluminaciones (“Él es el afecto y el presente, porque abrió su casa al invierno espumoso y al rumor del verano”) viviría a sus anchas aquí.
“Es una casa muy radical, abres la puerta y ves toda la planta”, explica el arquitecto (Ciudad Real, 48 años) en su estudio madrileño, mientras ilustra sus ideas con una de las maquetas de cartón blanco que le ayudaron a concebirla. En la maqueta y en la casa real –se concluyó el año pasado–, desde cualquier punto, la mirada del habitante llega sin obstáculos hasta el otro extremo de la planta, y de ahí al jardín. Si se abren los ventanales de los cuatro ángulos, estos se convierten en porches que subrayan la ambición de este profesional acostumbrado a explicar y a explicarse; no en vano es profesor de arquitectura de la Politécnica de Madrid y del Politécnico de Milán.
“Siempre había tenido ganas de trabajar con la idea de la esquina”, afirma. “Me gusta la idea de hacer una arquitectura en la que idealmente no haya que diseñar ventanas, que son necesarias e imprescindibles, pero también siguiendo esa estela de Mies van der Rohe que decía que él diseñaba huesos y piel, pero no ventanas”.
En su obra más conocida hasta la fecha, la casa Entre Tapiales de Malagón (Ciudad Real), esta transparencia se plasmaba en un gran porche que remitía tanto al movimiento moderno como a esa forma de hedonismo tan ibérica consistente en pasar tiempo al fresco. En su nuevo proyecto, sin embargo, la forma irregular de la finca no dejaba espacio para más. “El volumen era mucho más compacto y no había sitio para porches, así que tuvimos que trabajar con los huecos, con las esquinas que se rompen”, apunta.
El material principal es un hormigón blanco de matices dorados obtenidos, cuenta, gracias a la selección de la tierra utilizada en la mezcla. Fue una solución, explica, para armonizar la necesidad constructiva con el deseo de los propietarios, que querían algo más cercano a las cálidas piedras de la arquitectura italiana que a las superficies grises del brutalismo industrial. “Me interesaba hacer una casa compacta con hormigón, que hablara de la dimensión más táctil de la arquitectura”, desarrolla.
Asegura que la intención de mostrar el esqueleto, la estructura de la casa, es resultado del magisterio de Alberto Campo-Baeza, con quien comparte labor docente desde hace una década. “El aprendizaje más importante de Campo-Baeza es entender que la estructura ayuda a organizar el espacio”, explica. Ahí reside otra virtud de este proyecto cuya simplicidad –apenas los muros de hormigón y cuatro pilares centrales– es también una declaración de intenciones por parte de un arquitecto que ha aprendido junto a gigantes como David Chipperfield y que trabaja mucho pero no se prodiga en exceso.
Más muestras de sutileza: el pavimento exterior e interior usan la misma piedra de Campaspero sometida a distintos procesos para resultar más rugosa o compacta. De ahí se derivan una ética y una estética opuestas a esas tendencias del lujo residencial que pasan por crear estructuras estandarizadas revestidas de materiales costosos y sofisticados. Aquí no hay trampa ni trampantojo: incluso los paneles solares de la cubierta están dispuestos horizontalmente, para rendir al máximo en verano, la época de mayor gasto energético debido al aire acondicionado. A fin de cuentas, ser un buen arquitecto significa pensar en todo.
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