Abajo los ricos: cómo el sufrimiento de las clases altas se ha convertido en el gran filón de series y películas
Este invierno concentra el estreno de un buen puñado de sátiras sobre superricos, sus problemas y el impacto que tienen sobre los menos favorecidos. Pero, ¿realmente los critican?
Un chisposo grupo de millonarios, cada uno de su padre y de su madre, se junta en un barco rumbo a una experiencia exclusiva que, les han prometido, cambiará sus vidas. Y así es, pero no como esperaban. El barco arriba en una isla privada donde los viajeros se ven confrontados, de forma más violenta cada vez, con las consecuencias de la indecente acumulación de fortunas como las suyas. No todos volverán a casa con vida.
Este es el argumento no de una ni dos, sino de tres películas que aspiran a ser la gran sátira del invierno: El menú (ya en Disney+ tras su paso por cines en diciembre de 2022), Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion (lo mismo pero en Netflix) y El triángulo de la tristeza (Palma de Oro en Cannes, tres nominaciones a los Oscar, estreno 17 de febrero). También lo es de la primera temporada de The White Lotus, la serie revelación de 2021 (y, sin cambiar muchas palabras, el de la segunda, la cual ha sido si acaso más sonada que la primera). Cuando algo se repite tres veces, pasa de casualidad a tendencia. Cuando sucede cinco es un signo de los tiempos que corren. El sufrimiento de los ricos se ha convertido en un asunto de interés global.
El bum tiene unas raíces audiovisuales claras: Succession (HBO Max), que cuenta las bajezas de una familia de milmillonarios cómicamente ambiciosa y traicionera, es la gran serie de referencia prácticamente desde su estreno en 2018. Por otro lado, Parásitos (2019) no fue la primera cinta de Bong Joon-ho en tratar los estragos de la desigualdad social pero sí en recibir la Palma de Oro y el Oscar a mejor película.
Fuera de la ficción, las raíces tampoco presentan mayor misterio. En EE UU, el 1% más rico ha pasado, en dos décadas, de acopiar el 8% de la riqueza nacional al 20%, algo parecido a Gran Bretaña, Australia, Canadá, partes de Europa y Japón. La pandemia, que separa Succession de El triángulo de la tristeza, ha agudizado el problema: entre finales de 2019 y 2021, mientras el resto de la población se empobrecía, ese 1% estadounidense incrementó su dominación de la riqueza un 1,3%. Según Bloomberg, 131 milmillonarios duplicaron su valor en aquellos años. Al hombre más rico del mundo, Bernard Arnault, se le achacaban unos 60.000 millones en 2020 y 159.000 en diciembre de 2022. La crisis de 2008, que pagaron las clases menos acomodadas con sus casas y ahorros, provocó un auge de historias de zombis (The Walking Dead, REC): el reflejo de vernos rodeados de desposeídos de golpe. La era de la desigualdad nos ha dado el dolor de los milmillonarios.
“A todos nos encanta ver sufrir a los ricos. Es una cuestión de resentimiento proletario”, opina Cristóbal Garrido, guionista (Promoción fantasma, Reyes de la noche) que tiene pendiente de estreno la película El favor, de Juana Macías, la cual traerá el fenómeno a España (donde la renta del 10% más rico multiplica por 11,8 la del 10% más pobre: antes de la pandemia lo hacía por cinco). El sentimiento tiene para él un componente universal y, por tanto, susceptible de convertir en filón: “También los realities con famosos que sufren son los que más audiencia y conversación dan”. Mike White, creador de The White Lotus, es tan fan de la versión estadounidense de Supervivientes que ha participado en ella varias veces.
Pero si todos estos proyectos comparten temática al dedillo, también se les puede afear (y se ha hecho) el darse de bruces con los mismos muros. Entre ellos está el retrato, casi a brochazos, que se ofrece de las clases altas, tan cercano a la realidad como un zombi a un desahuciado: gente cómicamente desconectada del mundo real; necios, inocentones o simplemente horteras, egoístas terminales por culpa de sus circunstancias. Tener dinero puede ser, en buena medida, el principal rasgo de su personalidad: más incluso de lo que se exige en una sátira.
Garrido admite que esta falta de realismo y de complejidad en los personajes se debe, en parte, a lo difícil que resultaría que un guionista conociera personas afluentes de verdad. “Los ricos a los que tenemos acceso son los que se exhiben: Georgina o los de First Class [ambos Netflix]. La gente asquerosamente rica vive en otro mundo”, explica. “Uno tan cerrado que por mucho que salgas a documentarte, vas tener que completar lo que ves con lo que intuyes y lo que necesitas para la historia. Y lo que sabes que va a gustar”.
Otra complicación algo más perversa: “Como espectador, quieres que se rían de los ricos. Pero por otro lado, quieres pertenecer a su clase. El reto es que te puedas identificar con ellos y puedas criticarlos”, aduce Carlos Montero, cocreador de la gran serie española sobre el privilegio, Élite. Con él concuerda Christopher Bollen, autor de Un crimen muy bello (RBA, 2020) y otras novelas negras que tocan la clase alta: “Es inevitable, al ver estas películas, quedarte embobado con la ropa de marca, el arte contemporáneo, los megayates y las mansiones a lo alto de un acantilado... Todo lo que se ve antes de que saquen la guillotina. Estos títulos aumentan nuestro babeo cultural por el dinero y el privilegio, aunque aseguran estar en su contra”, cuenta. “Es la trampa 22 de [El Gran] Gatsby. Nos enamoramos de este mundo inaccesible mientras se nos cuenta lo pernicioso y egoísta que es”.
Hay un viejo vacío legal narrativo que, en estas nuevas obras, se usa para lograr la carambola de criticar al rico y ensalzarlo a la vez: la muerte, tan esencial en Élite y las novelas de Bollen como en buena parte del histórico del género (ahí han estado siempre Colombo o el Poirot de Agatha Christie...). Matar a alguien que ostenta demasiado su privilegio ha servido siempre de pretexto para visitar su mundo. “Hay un componente moral de castigar al que se lo pasa bien”, apunta Carlos Montero. “Es pura venganza”, añade Bollen. “Los ricos se salen con la suya tanto en esta vida, que esta nueva remesa de películas, novelas y series que aunan asesinato y fortunas sastisface un deseo muy básico”, añade Bollen.
Pero en esta remesa –The White Lotus especialmente–, el asesinato se convierte una parte esencial del planteamiento. Es la solución más rápida a la ambigüedad moral de satirizar con admiración. Primero porque la muerte y el dinero parecen unidos temáticamente: “Siempre damos por hecho que en el germen de toda fortuna hay un crimen, de ahí el vínculo de estos entornos con el género de misterio”, razona Bollen. Pero, sobre todo, porque mientras algún millonario pague por los excesos del sistema, los demás pueden aprender la lección sin caer en el papel de villanos. Sí, son responsables de los males del mundo, pero solo circunstancialmente. Simplemente se han visto favorecidos por un sistema arcaico y pérfido del cual ellos solo son cómplices de refilón.
Así, estos relatos de riqueza quedan curiosamente enmarcados. Como retratos de la clase que succiona la riqueza mundial, no ofrecen el detalle que sí han aportado obras de autores criados entre superricos reales. Edith Warthon, por ejemplo: la tres veces candidata al Nobel y primera mujer en ganar el Pulitzer perteneció a las élites neoyorquinas que luego mostró al detalle en clásicos como Las costumbres nacionales (1913) y La edad de la inocencia (1920).
Como sátiras de la riqueza, tampoco parecen tener mucho del colmillo de un Sr. Burns de Los Simpson, por poner la parodia más famosa de la historia. Este, por cierto, estaba inspirado en John D. Rockefeller y otros magnates del siglo XIX. Esa palabra, hoy casi en desuso, connotaba entonces cierta temible inhumanidad. Se nota que los ricos ahora son más ricos, porque ni dejamos de hablar de ellos ni acabamos de demonizarlos como antes.
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