Una desaparición o un envenenamiento: las historias más desconocidas del ‘club de los 27′ son las más duras
Mucho se ha escrito, rodado y cantado sobre las estrellas musicales que fallecieron a los 27, de Janis Joplin a Kurt Cobain, pero ese número maldito se ha llevado la vida de otros artistas menos reconocidos, igual de valorables y de vidas aún más azarosas
A modo de prólogo, eche un vistazo a esta lista de seis mártires de la música popular: Tim Buckley, Shannon Hoon, The Big Bopper, Steve Gaines, ...
A modo de prólogo, eche un vistazo a esta lista de seis mártires de la música popular: Tim Buckley, Shannon Hoon, The Big Bopper, Steve Gaines, Harry Womack y Avicii. Hablamos por orden, de uno de los grandes cantautores de la generación Woodstock, del líder de la otra banda grunge que pudo reinar, de la esperanza blanca del rockabilly, del último en incorporarse a los desventurados Lynyrd Skynyrd, de un ilustre pionero del soul y de uno de los gurús de la electrónica de baile más reciente. Tienen en común que los seis murieron a los 28 años, con al menos media vida por delante y casi todo por hacer.
Ahora, a por los 27. Compare la lista anterior con esta otra, la de los que se quedaron en la cuneta de la vida con un año menos: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Brian Jones, Kurt Cobain y Amy Winehouse. Seguro que el desperdicio de juventud y talento les resulta mucho más llamativo. Es algo así como la lista oficial. Todos los integrantes de este segundo sexteto están firmemente instalados en la muy alta aristocracia del rock. El único que tal vez necesite presentaciones a estas alturas es Jones, el primer guitarrista de los Stones, fallecido en julio de 1969. Ellos integran el llamado club de los 27, del que se viene hablando desde que fallecieron los cuatro primeros en un intervalo de apenas 20 meses, entre 1969 y 1971. Hay quien incluye también en el combo fúnebre al primitivista neoyorquino Jean-Michel Basquiat, lo más parecido a una estrella del rock que ha dado el arte contemporáneo.
La muerte os sienta tan bien
La periodista estadounidense Erin Kelly considera que “los de Jim, Jimi, Janis y compañía son nombres de mucho peso, sin duda”. En su opinión, “que muriesen todos a la misma edad no puede ser más que una trágica coincidencia, pero una especialmente remarcable”, así que no resulta sorprendente que haya dado pábulo a “teorías peregrinas y esotéricas, como la de la existencia de una supuesta conexión astral entre ellos que explicaría su destino”.
Todos fallecieron, además, en circunstancias entre peculiares y grotescas. Jimi, ahogado en su propio vómito. Jim, de un infarto tras una brusca recaída en el alcohol y los narcóticos. Janis, de una sobredosis de heroína en una tarde noche de poco plan. Brian, tras sufrir un confuso accidente en la piscina de su mansión de Hartfield, en la campiña británica. Kurt, en uno de los suicidios más mediáticos de la historia. Y Amy, por intoxicación etílica aguda. Pese a todo, Kelly se resiste a llegar a conclusiones alucinatorias: “Después de todo, si una persona sin graves enfermedades congénitas muere a edad tan temprana, lo más probable es que sea por alguna causa truculenta. Los jóvenes no fallecen en sus camas de forma natural”.
En las últimas semanas un documental de Netflix, El Club de los 27 (27: Gone to Soon, dirigido por Simon Napier-Bell) recuperaba popularidad en la plataforma. En él se abordan las biografías de los seis integrantes canónicos del mítico club, con especial énfasis en sus muertes y en cómo esta leyenda negra ha acabado mereciendo un capítulo propio, y uno muy destacado, en la gran mitología del rock.
Napier-Bell, manager en su día de Sinead O’Connor y George Michael, intenta resistirse en su crónica al sensacionalismo de trazo grueso sin conseguirlo del todo. En su opinión, esta epidemia de decesos prematuros habría que atribuirla al estilo de vida rockero (estresante, desquiciado y narcótico) y a la hipersensibilidad y fragilidad emocional de algunos de sus practicantes más talentosos. En todos ellos cree identificar una cierta pulsión autodestructiva, además de una adhesión, al menos inconsciente, a la ética del vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver que viene formando parte de las subculturas juveniles desde James Dean.
Morir a tiempo
Pasar a formar parte de este exclusivo club se ha convertido, en cualquier caso, en sinónimo de gloria póstuma. De Shannon Hoon se dijo incluso, en una morbosa necrológica, que “llegó dos meses tarde a su cita con la muerte”. En opinión de su biógrafo, Greg Prato, “el cantante de Blind Melon, responsable de himnos generacionales como No Rain, sería mucho más recordado hoy en día si hubiese muerto de sobredosis en agosto en lugar de en octubre de 1995, apenas cuatro semanas después de cumplir los 28″. De morir a los 27, “hubiese sido objeto de “una muy merecida entronización post mortem que le hubiese situado en la estela de Kurt Cobain, y que no se produjo por un simple capricho del calendario”. Prato concluye, no sin cierto sarcasmo, que “Shannon fue un verso suelto al que le faltó el don de la oportunidad incluso a la hora de morir”.
En contra de lo que Napier-Bell parece sugerir en su documental, no existe una correlación, ni siquiera aproximada, entre la excelencia artística y la tendencia a morir a los 27. Basta con consultar la lista de los 50 mejores álbumes de la historia de la revista Rolling Stone para constatar que gran parte de los autores de esas obras maestras (Paul Simon, Keith Richards, David Byrne, Bob Dylan, Dr. Dre, Patti Smith, Brian Wilson Paul McCartney, Carole King, Joni Mitchell, Bruce Springsteen, Stevie Wonder) no solo no han muerto, sino que disfrutan de sus pensiones y cuidan de sus nietos.
Entre los que sí fallecieron, Leonard Cohen lo hizo a los 82 años, Lou Reed a los 71, David Bowie a los 69, Miles Davis a los 65, Joe Strummer y Michael Jackson a los 50, Marvin Gaye a los 44, John Lennon a los 40 o Bob Marley a los 36. No hay nada ni remotamente parecido a una pauta. Las grandes estrellas de la constelación rock tienden a morirse cuando se mueren, ni antes ni después. Y las sobredosis, accidentes, suicidios y homicidios no figuran entre las causas de fallecimiento más frecuentes. Mas aún, un estudio publicado en The Conversation en 2010 apunta a que el porcentaje de músicos de éxito que causaron baja definitiva a los 54 años (2,1%) supera netamente a los que lo hicieron a los 27 (1,3%).
Distinguir patrones, pergeñar leyendas
Pese a todo, como apuntaba el crítico e historiador de la música popular Charles R. Cross, “los seres humanos somos criaturas narrativas y necesitamos patrones que nos ayuden a interpretar mejor el mundo, y tal vez por eso nos resulta tan difícil resistirnos al influjo de ciertas cifras o sacar conclusiones de determinados casualidades”. Cross reconoce que “morirse a los 27 resulta tan trascendente, tan lamentable o tan trivial como hacerlo a los 28, los 41 o les 63, y seguro que la cantidad total de músicos que fallece a esa edad no es del todo relevante a nivel estadístico”.
Sin embargo, él no renuncia a “encontrarle relevancia, al menos en términos culturales, a que Jones, Hendrix, Joplin y Morrison se fuese del planeta todos a la misma edad en un lapso de menos de dos años. Fue un trauma generacional, y es imposible no sacar conclusiones al respecto”. Añadir a Cobain y a Winehouse a la ecuación devalúa, desde su punto de visita la pureza y la elocuencia del símbolo.
Es más, si de lo que se trata es de elaborar un censo más o menos exhaustivo de los grandes músicos de los siglos XX y XXI que han muerto a los 27, Cross destaca que “hay muchos más candidatos que podrían añadirse a la lista”, y algunos de ellos completarían a la perfección el retrato de la gran criba que se produjo en el rock entre finales de los sesenta y los primeros setenta, la época en que los excesos de la vida en la carretera empezaron a pasar factura.
Varios medios de comunicación han elaborado listas de ese Club de los 27 alternativos, que tal vez no pueda competir con los 27 originales, pero tal vez sí con el bastante menos lustroso Club de los 28. El primero de ello, el eslabón perdido en esta crónica de obsolescencias prematuras, sería Robert Johnson. Si en realidad existe algún tipo de maldición asociada al vigesimoséptimo año de vida de cantantes y músicos, resulta tentador echarle la culpa de ello a Johnson, el bluesman de Hazelhurst, Misisipi, al que se atribuye un pacto con el diablo en un cruce de caminos en el Profundo Sur. De aquella alianza mefistofélica brotaría, según la leyenda, el árbol del rock’n roll, estilo del que Johnson es considerado pionero. El músico itinerante murió, al parecer, envenenado por el marido de una mujer a la que habría intentado seducir en Greenwood, no muy lejos de su ciudad natal, el 16 de agosto de 1938, con 27 años y 100 días.
Casi la misma edad a la que desapareció Richey James Edwards, guitarra rítmica y letrista de la banda galesa Manic Street Preachers, que fue visto por última vez en las inmediaciones de la ciudad de Newport y acabaría siendo dado por muerto, tras varios (falsos) avistamientos en lugares como Goa o Ibiza. Alan Wilson, cantante y compositor de Canned Heat, fue uno de los fallecidos por sobredosis. Leslie Harvey, de la banda de Glasgow Stone the Crows, murió electrocutado durante las pruebas de sonido en un concierto en Swansea.
Chris Bell, músico, cantante y compositor de la mítica banda de power pop Big Star, murió al volante de su automóvil, en un accidente atribuible al cansancio y la falta de sueño, en diciembre de 1978, justo cuando se esforzaba por recuperar su interesante pero un tanto errática carrera musical en solitario. Mia Zapata, del estupendo combo de punk de Seattle The Gits, fue asesinada en 1993 cuando volvía a casa tras un concierto, algo parecido a lo que le ocurrió en 1995 al rapero neoyorquino Stretch, una de las últimas víctimas de las llamadas guerras del hip hop.
¿Más? D. Boon, de los contundentes, viscerales y subversivos Minutemen, se dejó la vida en otro absurdo accidente de tráfico. Pete Ham, teclista de Badfinger, se ahorcó en una madrugada depresiva y alcohólica de abril de 1975. A Ron McKernan, miembro fundador de Grateful Dead, se lo llevó una hemorragia gastrointestinal causada por una enfermedad autoinmune. Y a Fredo Santana, eterna promesa del hip hop de Chicago, se lo llevó un ataque epiléptico. Como ven, una larga lista a la que podrían unirse artistas menos notorios.
En España tenemos también nuestra cuota de muerte intempestiva asociada a la cifra fatídica. En la madrugada del 2 de agosto de 1976, Evangelina Sobredo Galanes, más conocida como Cecilia, sufrió un accidente de tráfico mortal en las inmediaciones de la localidad zamorana de Colinas de Transmonte. Volvían de un concierto en la sala Nova Olimpia de Vigo cuando el coche que conducía su organista, José Luis González, se estampó contra un carro tirado por bueyes. La intérprete de Un ramito de violetas, por entonces en la cima de su carrera, falleció al instante. Tenía, por supuesto, 27 años.
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