Brian Jones: caso abierto
La policía británica ha decidido volver a abrir el caso de la muerte de Brian Jones, el que fuera guitarrista de los Rolling Stones, a la vista de la numerosa información desconocida (más de 600 documentos) que ha suministrado el periodista Scott Jones tras años de investigación. Fue el 3 de julio de 1969 cuando se encontró el cuerpo del músico en el fondo de la piscina que tenía en su casa de Hartfield, en East Sussex. Tenía 27 años. El juez de instrucción concluyó entonces que se trataba de una muerte accidental. El traspié definitivo tras una larga carrera de excesos con las drogas y el alcohol.
Brian Jones había terminado hacía poco con los Stones. En Beggars's Banquet, el último disco en el que participó, sólo se acercó al estudio a grabar los riffs de guitarra de alguno de los cortes. Estaba bastante perdido, muy pasado, medio enfadado con todos. Apareció, eso sí, en la foto del interior del álbum que mostraba a los miembros del grupo como mendigos que se desparramaban por las mesas tras haber ingerido las viandas de un suculento banquete.
Un poco a la manera de los pobres de Viridiana, la película de Luis Buñuel: los que de pronto tienen acceso a los manjares reservados terminan casi siempre descontrolando y generando el mayor de los desmadres. Los excesos de esa juventud, que había irrumpido en las calles y en los escaparates y en la moda y en la música como la gran protagonista de la década de los sesenta, tenían también su lado oscuro. Brian Jones, ahogado en su piscina tras una noche de juerga, era la imagen que resumía ese lado amenazante.
Entre los documentos aportados al caso hay un análisis post mórtem que revela que en el cuerpo de Brian Jones no había sustancia tóxica alguna. Sólo los restos de tres pintas de cerveza. La hipótesis que recupera fuerza es la que sostiene que lo mató Frank Thorogood, un tipo que le hacía chapuzas en casa y al que el guitarrista de los Rolling Stones le debía una pasta: que quiso darle un susto, y se le fue la mano. El caso abierto volverá a agitar viejos fantasmas y quién sabe si, al final, el que aparecía hasta hoy como el indiscutible emblema de la perdición no era más que un joven desbordado por el exceso de éxito.
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