Toledo: la canción, la ciudad y las cosas
Daniel García medita en su carta del director de este mes sobre las segundad oportunidades que el tiempo da a lo que un día consideramos feo
El tiempo hace que algunas cosas se vuelvan inofensivas, lo comentábamos un amigo y yo mientras paseábamos por su ciudad, Santander, mirando bloques de pisos de los años setenta que en su momento serían feos y modernos, luego feos y punto y ahora nos resultaban casi bonitos. Y lo pensaba hace pocos días, bajando por la Calle Ancha de Toledo hacia casa de mi abuela, precisamente por lo contrario.
Era de noche, los turistas se habían ido y el lugar quedaba como un muestrario de fealdad, por ahora, irredenta: cadenas de perfumería, cadenas de ropa barata, cadenas de tiendas que venden cojines de peluche con forma de emoji, heladerías con iluminación asesina y locales directamente cerrados. Se ha escrito mucho sobre este tipo de fealdad, que obviamente no es solo estética. Es la fealdad de la que habla Carlos Romero Rey en Capital de provincia y Andrés Rubio en España fea (ambos libros publicados el año pasado); la que ha vuelto a las noticias últimamente por el follón verde flúor que han montado en Madrid unas tiendas de colchones y a la que, en fin, no sabemos cómo tratará el tiempo porque, encima, es fruto de un perversoculto a la impermanencia, los LEDs y los letreros de cartón pluma.
Los años se portan mejor con la belleza. La catedral, sin ir más lejos; la placita que hay detrás de los Jesuitas o Toledo, la preciosa canción que Elvis Costello y Burt Bacharach compusieron para su disco Painted from Memory, hace ahora 25 años. Como muchos monumentos, al principio el álbum fue interpretado como una provocación. Resultaba escandaloso que un rockero cantara las canciones de, según cierta ortodoxia, el relamido rey de la música de ascensor. “Eso es una idiotez. ¡Hay tanto que aprender de Burt Bacharach!”, le dice Costello a César Sánchez en el texto que publicamos en este número de ICON y que, tristemente, hoy tiene especial valor: Bacharach, el músico que definió los años sesenta, y uno de los compositores de canciones más importantes del siglo XX, murió pocos días después de aquella conversación. César lo describe mejor que yo: “Sincopado, regio, irresistible. Era capaz de convertir sus perfectas soundtracks para un crucero en música inmortal”.
El tiempo también ha tratado increíblemente bien la música de Björk, nuestra mujer de portada este mes, y la tercera en ocupar ese lugar en nuestros casi diez años de historia. Pero claro, habría que ser un tronco de árbol para no encontrar su historial de canciones, sonidos e imágenes como mínimo alucinante. Su primer álbum, el también monumental Debut, se publicó en 1993, pero no hay un pelo de nostalgia en la estrella islandesa. Iñigo López Palacios fue a su encuentro a Reikiavik y, durante hora y media, hablaron de su último disco, Fossora, pero también sobre familia, libertad, fama, machismo y... sí, turismo. La estrella sostiene que el fenómeno ha hecho de su país un lugar más verde.
Escuchando Toledo caigo en la cuenta de que, a pesar de la melodía, en realidad es una canción sobre una infidelidad: el arrepentimiento y la certeza de que al día siguiente, cuando él llame y ella oiga su voz, se dará cuenta. El estribillo le quita peso al asunto: “¿Sueña alguien en Ohio con esa ciudadela española?”. Hay varias versiones de por qué Toledo, el de Ohio, se llama así, y mi favorita lo atribuye a un comerciante local: “Es fácil de pronunciar, es agradable al oído y no hay ninguna otra ciudad con ese nombre en el continente”, parece ser que dijo.
Durante los días que tomo notas para esta carta, sale la noticia de que el Ayuntamiento de Toledo, el de España, ha decidido poner coto a los pisos turísticos: muy loable, si no fuera porque es poco, tarde y mal para un casco antiguo donde ya solo viven 10.000 habitantes. El tiempo puede ser benévolo con la belleza pero la negligencia la castiga a martillazos.
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