“Debes romper las reglas, pero también obedecer”: ¿qué es el talento y para qué sirve en el trabajo?
En un mundo que evangeliza cada vez más el trabajo duro como determinante del triunfo esa cualidad innata y huidiza llamada talento se ha convertido en algo tan buscado como controvertido: nadie sabe aún qué es exactamente
Don Birnam, protagonista de Días sin huella, de Billy Wilder, es un escritor alcohólico que, para seguir bebiendo, traiciona a quienes le ayudan y se humilla a sí mismo. Al menos, eso indican todas las sinopsis, pero ¿es Don, que tiene 33 años y todavía no ha publicado nada (apenas terminó algunos relatos en su juventud para después aplazar una y otra vez la escritura de la novela con la que fantasea) realmente escritor? A su alrededor, todo el mundo lo piensa. Su hermano, su novia, incluso el espectador. Él es el único que duda. Birnam bebe porque es un escritor incapaz de escribir, y no es capaz de escribir porque bebe. Finalmente, el presunto escritor logra alejarse del alcohol y firma una obra maestra que enseguida compra una editorial importante. Así que Días sin huella es una cinta sobre la adicción, pero también sobre cómo el talento termina por imponerse.
Si a todos nos parece verosímil que un personaje tan desastroso se salve gracias al talento es porque el talento es una cualidad a la que atribuimos propiedades casi mágicas. En primer lugar, ha recibido muchos nombres. Por ejemplo, para cada género musical tiene su propia etiqueta y donde los flamencos dicen duende, los músicos de jazz usan swing, los de funk, groove, y los raperos, flow. En todos los casos, se trata de una sensibilidad especial que va más allá de la técnica, que no se aprende, no se compra. “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”, sentenció García Lorca en 1933, durante su conferencia Teoría y juego del duende, en la que también aclaró que ese don no es exclusivo de los cantaores y puede aparecer en cualquier artista (menciona a Goya, a Santa Teresa o a Rimbaud).
Como demuestran miles de ejemplos a lo largo de los siglos, la discusión sobre el talento siempre ha formado parte del núcleo de la estética (la rama de la filosofía que se ocupa de la belleza) y siempre ha estado viva, pero ha sido recientemente cuando la palabra se ha hecho ubicua: nunca se había usado tanto y para nombrar situaciones tan distintas aunque emparentadas. La cuestión del talento ha sido ampliada y renovada: hoy está en el centro de la literatura sobre gestión empresarial (o gestión de talentos), de los programas de las escuelas de negocios o de todo aquello que los sociólogos llaman “el discurso gerencial”. Las agencias que representan a celebridades o influencers los llaman talents. Un concurso donde un anónimo va a hacer algo en lo que se considera bueno es un talent show. Hasta una persona tan alejada, en principio, del arte y sus turbulencias como Esperanza Aguirre siempre presumió de que al dejar la política trabajaría como cazatalentos para una empresa privada.
Territorio sin ley
Buena parte del trabajo de la prensa y de la crítica cultural consiste en localizar el talento artístico y ofrecérselo, diseccionado, al público. Es una labor complicada porque “todavía arrastramos muchas supersticiones sobre el talento y el estilo”, como indica el teórico y crítico literario Vicente Luis Mora. Mora recuerda que dirigió un proyecto de investigación sobre la imaginación creadora, encuestando a 50 autores sobre sus procesos creativos. “Me resultó curioso que bastantes descreyesen de cualquier tipo de inspiración o musa”, explica, “cuando para mí es algo evidente, pero quizá indica que hay dos tipos de artistas, unos que esperan el texto, como dice Pierre Michon, y otros que van activamente a buscarlo. Hay documentados cientos de casos de arrebatos creadores, pero la inspiración también te encuentra a veces trabajando. La investigación me hizo precavido respecto a la existencia de leyes generales”.
Si bien muchos aspectos del proceso creativo continúan siendo un misterio, el psicólogo Howard Gardner ha intentado buscarle un sentido. Creador de la Teoría de las inteligencias múltiples, no es casual que en su libro La inteligencia reformulada se ocupe dentro del mismo capítulo de “la inteligencia [en singular] de los creadores y los líderes”. Gardner defiende que, si bien tanto inteligencia como creatividad suponen “resolver problemas y crear productos”, la creatividad “incluye la capacidad adicional de plantear nuevas cuestiones”. Eso sí, siempre dentro de una disciplina concreta porque “no se es creativo en general”. En cuanto a la relación entre creadores y líderes, sostiene que son “sorprendentemente similares” porque “ambos buscan influir en los pensamientos y conductas de otras personas y emplean la persuasión. La diferencia reside en la inmediatez de esa influencia”.
A su vez, “la relación entre talento y creatividad es directa”, según explica Hortensia Soler, profesora e investigadora en las facultades de Educación y de Comunicación de la Universidad de Murcia. “La dimensión talento está compuesta por varias subdimensiones, entre las que destacan de manera especial la creatividad o la capacidad de liderazgo”. Soler, que sí que se atreve a ofrecer una definición de talento (“capacidad para entender y ejecutar determinadas tareas por encima de la media en un campo de actividad determinado”), abunda en la idea de que siempre se circunscribe a una determinada práctica. Y, ante la eterna pregunta sobre si es algo innato o puede aprenderse, la experta lanza un mensaje esperanzador: “si bien es cierto que nacemos con ciertas predisposiciones genéticas, también está analizado e investigado que, si se ponen en funcionamiento una serie de procesos cognitivos del cerebro, el talento y la creatividad son entrenables”.
El caso Dalí
Hace años, el gerente de una multinacional del mueble escandinavo despidió a una empleada mediante la frase “Dalí era un genio, pero Dalí nunca trabajaría en esta empresa”. Dalí, probablemente, hubiera colaborado con cualquiera que le hubiese pagado lo suficiente. Con toda su inexactitud, esta anécdota resume una de las principales paradojas sobre el talento en el mundo empresarial: el talento tiene que ver con la transgresión, con “la guerra contra el cliché”, según una expresión de Martin Amis; y las empresas, al menos hasta hace poco, eran organizaciones fuertemente jerarquizadas y con su producción organizada por técnicos según modelos que dejaban poco espacio a la improvisación.
“Esta es la gran dificultad”, comenta Carlos J. Fernández, sociólogo y autor de libros como Poder y sacrificio o Capitalismo y personalidad, “pero forma parte de la gestión contemporánea empresarial, que recurre a menudo a situaciones de doble vínculo, órdenes contradictorias que generan ambigüedad y estrés, pero también disciplina. Tienes flexibilidad, pero trabajas todo el tiempo; hay diversidad, pero debes parecer perfecto; puedes irte a casa, pero deberías quedarte; debes romper las reglas, pero debes también obedecer. Quien debe gestionar estas ambivalencias y contradicciones es el trabajador, la empresa simplemente espera recoger el resultado”.
Si bien la tensión entre disciplina y creatividad puede llegar a afectar negativamente a los gestores más obsesionados con el talento, en textos como los de Fernández es posible encontrar una objeción mucho más profunda a la “cultura del talento”: ya que este es un concepto amplio y difícil de precisar, funciona como un comodín que sirve para casi todo, también para reforzar situaciones injustas, concretamente, la desigualdad. “Indudablemente, el talento está siendo utilizado para justificar la desigualdad”, confirma el teórico. “Se presenta como una suerte de sustancia natural susceptible de ser producida en cualquier momento y lugar, o como un don de creatividad e imaginación que surge en personas muy especiales y que no tendría que ver con el trabajo duro o el aprendizaje, sino con unas características únicas del individuo. Es algo ambiguo, inaprensible; y, sin embargo, algunos desde posiciones de poder dicen que hay que cuidarlo y pagarlo. Y, por cierto, en muchos casos se lo atribuyen a sí mismos”.
Fernández achaca todo este abuso interesado del término talento a, por un lado, la necesidad de legitimar constantemente “el clásico egoísmo liberal, ahora transformado bajo el manto del genio y la innovación”; por otro, a la inestabilidad que ha caracterizado los últimos ciclos económicos. “El mundo empresarial contemporáneo se enfrenta a un escenario cargado de incertidumbre: se debe tener éxito en un contexto confuso, impredecible, marcado por una saturación de información y un desarrollo tecnológico muy veloz. No solamente empresas, sino sectores aparecen y desaparecen a gran velocidad, sin importar la inversión, las cualificaciones de los empleados, la gestión... Se confía en el talento como aquello que va a permitir sortear los problemas como en el pasado lo hizo la suerte o la bendición divina”, concluye.
Así que, como recuerda Soler, desarrollar el talento en el mundo de la educación y después en el del trabajo puede significar muchas cosas positivas, como “conocer qué procesos cognitivos se han de poner en funcionamiento para poder ejecutar tareas de manera eficaz o qué actividades son más adecuadas para cada perfil personal”; pero, como alerta Fernández, al abrirse tanto, el término también se ha convertido en una pieza fundamental para la justificación de muchas prácticas contraproducentes tanto para las empresas como para la sociedad.
En cualquier caso, si el interés por el talento decayera en algún momento, se diluirían buena parte de los significados que hoy la palabra arrastra y ésta volvería a referirse, tan solo, a esa fuerza que anima a los artistas y a la que Goethe, hablando del compositor Paganini, se refirió así: “poder misterioso que todos sienten pero que ningún filósofo explica”. No es poca cosa, aunque, de momento, el talento es mucho más y salta de las páginas de Cultura a las de Economía o Sociedad; es decir, de la crónica de un concierto al análisis de una fusión entre multinacionales.
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