Esther Duflo: “Las máquinas no enferman. Temo que esta crisis lleve a una mayor automatización”
Las investigaciones para reducir la pobreza de esta economista le valieron el Premio Nobel el año pasado. Sostiene que para evitar una recesión es necesario mantener empleos y sueldos tanto como podamos
“Recesión es cuando tu vecino pierde su empleo, depresión es cuando lo pierdes tú”.“Recesión es cuando tu vecino pierde su empleo, depresión es cuando lo pierdes tú”.El edificio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) donde tiene lugar la primera parte de esta entrevista aún parecía ajeno, aquel 12 de marzo, a la tormenta global desatada por la pandemia del coronavirus, que ha puesto la vida y la economía patas arriba. Los estudiantes campaban por los pasillos con aire despreocupado, aunque alguna mascarilla alertaba de que algo no iba bien. Al llegar al despacho de la profesora Esther Duflo (París, 1972), el saludo a un metro de distancia, convertido en una sonrisa y un encogimiento de hombros recíproco, acabó confirmando lo desapacible de ese momento. Los días siguientes todo empezó a desmoronarse e incluso aquel encuentro extraño parecía ya, de repente, imposible.
El mundo es hoy un lugar distinto. A principios de esta semana, la economista respondió a nuevas preguntas sobre esta crisis sanitaria y económica, de la que se empieza a conocer mejor la dimensión, pese a las incógnitas por resolver. El SARS-CoV-2 es un virus nuevo, del que aún sabe poco, y Duflo es una economista obsesiva de las pruebas, de los experimentos. Ganó el Premio Nobel de Economía de 2019 junto a Abhijit Banerjee y Michael Kremer por su enfoque de la lucha contra la pobreza, que trabaja sobre la base de la evidencia científica.
En 2003 creó junto a Banerjee —su pareja— un laboratorio, el J-PAL del MIT, que diseña estrategias con una metodología similar a las empleadas en los ensayos clínicos. En su último libro, Buena economía para tiempos difíciles (Taurus, 2020) ambos desmontan otro buen número de teorías preconcebidas sobre la economía y cómo ésta puede ayudar a resolver nuestros problemas. Duflo cita a Keynes, quien dijo: “Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”.
“En el momento en que la gente sienta que puede salir y confiar en su estabilidad financiera, repuntaremos”
PREGUNTA. La economía ha caído en picado por la pandemia, ¿por qué apenas nadie espera una reactivación también drástica?
RESPUESTA. Hay dos aspectos. Uno es durante cuánto tiempo el problema subyacente, el virus, estará con nosotros y requerirá que cambiemos el modo en que producimos, consumimos o interactuamos en modos fundamentales. Ese ajuste llevará un tiempo. Hasta que tengamos una vacuna o fármaco que funcione bastante bien no podemos esperar una recuperación completa. Soy optimista con la idea de que se pueda conseguir la vacuna en el plazo de 18 meses, al haber tanto esfuerzo y dinero detrás. Una vez la tengamos, hay motivos para ser optimistas. La gran diferencia entre esta crisis y la de 2008 o la Depresión de 1929 es que el colapso no se ha debido a una crisis del sistema bancario. Esto se parece más a un desastre natural o a una guerra, y la experiencia de las guerras es que los países se recuperan bastante rápido. Lo vimos con Alemania en la II Guerra Mundial o en Vietnam tras la guerra. Una vez la gente sienta que puede salir y que puede confiar en su estabilidad financiera, repuntaremos.
P. ¿Cuándo diría que una recesión se convierte en depresión? ¿Cómo evitar pasar de una a otra?
R. Según el diccionario Merriam-Webster, hay una cita, posiblemente apócrifa, atribuida a Truman que dice: “Recesión es cuando tu vecino pierde su empleo, depresión es cuando lo pierdes tú”. En otras palabras, una depresión es una recesión más severa, que ha ido creciendo como una bola de nieve. Para evitarla es esencial apoyar los ingresos de las personas y, más importante incluso, hacerles ver que los tendrán para seguir adelante. Los países ricos han gastado mucho dinero en estimular la economía —un 10% del PIB, en el caso de Estados Unidos—, pero el riesgo es que parte de ese dinero vaya al rescate de los accionistas de empresas rescatadas, como las compañías aéreas. Eso no va a hacer nada por ayudar a una economía ante una crisis de demanda, lo que necesitamos es mantener los empleos y los sueldos tanto como podamos. Es lo que ha hecho Dinamarca y creo que se reactivará desde una posición muy buena. Esto muestra la fuerza de su contrato social.
P. ¿Habrá cambios estructurales o, al menos, muy duraderos? ¿Un nuevo orden en la economía?
R. Hay mucha discusión sobre el comercio en EE UU y Europa. En nuestro libro somos muy críticos con el impacto del comercio en las vidas de las personas, pero aún no entiendo por qué la gente cree que es responsable de esta crisis. Claramente, nos movemos más que antes y, si nadie fuera a ninguna parte, la pandemia no sería global, pero esto tiene que ver con la gente, no con los productos. También hay quien cree que si las cadenas de suministro fueran más locales no habríamos sufrido la falta de algunos bienes (como respiradores o mascarillas), muchos de los cuales se producen en China. Pero eso es olvidar que, tras un cierre inicial de exportaciones, China ha aumentado la producción y suministra a todo el mundo. Imaginémoslo al revés: si cada país dependiera de sus propias fábricas, ¿qué pasaría si tu propio país enferma y has roto las cadenas de suministro internacionales? El problema no ha sido el comercio, sino que los países intentaban ahorrar y no estaban preparados para esto. Lo que creo que van a aprender las empresas es lo peligroso de depender de un solo proveedor de un solo país, así que diversificarán. Y eso puede significar una gran oportunidad para países en desarrollo, que tienen pocas oportunidades de competir con China. Con un poco de ayuda, podrían acceder a los mercados internacionales, suministrar muchos productos y mostrar lo que pueden hacer. Les ayudaría a integrarse en la economía internacional, con el apoyo adecuado. Puede ser una gran oportunidad de crecimiento para ellos.
P. ¿Y cómo cree que puede cambiar el mundo del trabajo?
R. Lo que preocupa es que en esta crisis los ejecutivos de empresas se puedan acomodar en su deseo de ir hacia una máxima automatización. Antes de la crisis, las compañías ya apostaban muchas veces por ella incluso cuando las máquinas no eran necesariamente superiores al ser humano. Pero reciben un trato fiscal más favorable, no se organizan ni hacen huelgas. Esto ha llevado a mucha sustitución de empleados por máquinas, y estos puestos perdidos no se han compensado con otros. Temo que, con la posibilidad de que las personas enfermen —especialmente si las apelotonas en malas condiciones— los directivos y accionistas apostarán por la automatización de un modo negativo para los trabajadores. Quizá sea una tendencia que no podamos parar, pero al menos podemos ayudar a los trabajadores a ajustarse al cambio y encontrar otros empleos.
P. ¿Qué efecto espera en la lucha contra la pobreza?
R. Los pobres en países en desarrollo son algunos de los más vulnerables en esta crisis, incluso aunque el virus no sea, afortunadamente, tan mortal como se temía al principio. Pero se encuentran a menudo en el umbral de la hambruna y pueden caer fácilmente en la trampa de una pobreza de la que será muy difícil salir. Esto podría deshacer décadas de progreso. En el libro defendemos una ‘renta ultra básica universal’. Muchos países están preparados para ello. Por ejemplo, Togo puso en marcha en cuestión de días un plan que cubre a 500.000 de sus ocho millones de habitantes, pero necesitan dinero para extenderlo y continuarlo y no encuentran todo el que necesitan, de momento. Esto es algo en lo que el mundo rico puede ayudar, pero ahora está muy centrado en sus propios problemas. Espero que consigan apañarse para coordinar ayuda.
P. Usted empezó estudiando Historia. ¿Por qué se pasó a la economía?
R. Creí que sería más útil. Me interesaba cambiar el mundo o ayudar al diseño de políticas. La historia no parece un camino muy rápido para lograrlo.
P. ¿Aún cree que puede cambiar el mundo con la economía?
R. Lo estoy intentando, en mi trabajo he tenido la oportunidad de cambiar el mundo, o , al menos, cambiar vidas. Causar impacto en muchas personas gracias a unas políticas mejores para los problemas que tienen.
P. Sabe que los historiadores se van a ofender ahora porque dice que no cambian el mundo…
R. Bueno, desempeñan un papel muy importante en moldear la narrativa, y eso también cambia el mundo, pero no es lo bastante directo, yo quería un atajo.
P. La lucha contra la pobreza había experimentado grandes progresos en las últimas décadas. Independientemente de esta crisis, ¿cree que existe un techo, un límite a partir del cual seguir mejorando requiera sacrificios que el mundo rico no esté dispuesto a asumir?
R. No lo creo. Para empezar, los pobres tienen tan poco dinero que no hace falta gran cosa para que sean más ricos, cualquier mejora de la economía global les puede sacar de la pobreza. Era concebible alcanzar el objetivo de eliminar la extrema pobreza en 2030 (la fecha fijada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible), cosa que ahora, con la pandemia y la recesión global, puede que no ocurra. Pero, incluso si lo conseguimos, ampliaremos la meta, con lo que, de algún modo, la lucha contra la pobreza nunca desaparecerá. Una vez logras que nadie viva con menos de un dólar, debes pensar en que nadie debería hacerlo con menos de dos y, más adelante, con menos de cinco. Nuestra definición de pobreza va evolucionando de forma muy natural.
“Si le das una vaca a una familia pobre, no serán más vagos; el regalo les da bienestar y los hace más productivos”
P. El enfoque de su trabajo, el método del ensayo clínico aplicado a la economía, ha permitido derribar algunas ideas preconcebidas, razonamientos que pueden parecer lógicos pero no son reales en la práctica.
R. Sí, por ejemplo, existe esta idea de que si das ayudas a una familia, haces que trabajen menos. Un proyecto de seguimiento estuvo analizándolo y no es así. Si, por ejemplo, das una vaca a una familia pobre, para empezar trabajan más cuidando de esa vaca. Y si además les das la oportunidad de, por ejemplo, producir bolsos, van a ser capaces de hacerlos mejor, más elaborados y con menos errores. El regalo no solo no les hace más vagos, sino que les da un bienestar y una seguridad que les hace más productivos.
P. Algunas ideas son más tozudas que los datos.
R. Paso a paso. Un solo experimento no cambia la mentalidad de nadie, pero la acumulación de pruebas va haciendo mella. Mire el caso de los microcréditos, a la gente le encantaba la idea. La primera evaluación que demostró que no eran tan estupendos no fue tomada muy en serio, pero una vez se vieron ocho o nueve pruebas con el mismo resultado, se logró un cambio. No se trata de cerrar todas las operaciones de microcréditos, sino de hacerlas más eficientes.
P. En su libro menciona la historia de una pastelería que se niega a vender pasteles nupciales para parejas del mismo sexo [se inspira en un caso real, ocurrido en 2012 en Denver] y pierde muchos clientes que rechazan su homofobia, pero, al mismo tiempo, es muy popular en otros colectivos. ¿Qué quiere explicar con ese episodio?
R. La teoría diría que no nos debemos preocupar por situaciones de este tipo porque alguien que discrimina así no sobrevivirá en el mercado, pero no es cierto, porque las parejas gais pueden dejar de comprar, pero la derecha cristiana, o quien sea, puede compensarlo. Quiero decir que no se puede contar con que el mercado por sí mismo lo solucione todo. Si hay consumidores que quieren discriminar a alguien, siempre habrá un negocio que pueda aprovecharse de eso y amplificar esta discriminación.
P. No existe una receta única para todos los países en desarrollo. ¿Por qué no se puede copiar el modelo chino?
R. China es un caso completamente único, con su conjunto de circunstancias únicas, y ni siquiera está claro cuál sería su receta. ¿Qué hay que hacer, empezar una revolución cultural y matar a 50 millones de personas durante una hambruna? Claramente, no queremos seguir el ejemplo de China porque habría que saltarse el periodo de Mao y empezar a partir de ahí. Así que si le dices a un país ‘haz como China’, no está muy claro lo que significa. Incluso aunque aislases un solo aspecto que ha funcionado en China, no hay pruebas de que funcionase en otro. Y creo que los economistas han llegado a la conclusión de que no saben cómo influir en el crecimiento de economías enteras... Lo que decimos en el libro es que crecimiento no implica bienestar. Si lo que te preocupa es la pobreza, no es el crecimiento lo que más te interesa, sino los ingresos de los pobres, su educación, y en eso deberíamos centrarnos.
P. Parte de sus análisis, centrados en las políticas, recuerdan al famoso libro Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, sobre los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. No son los recursos naturales, no es la geografía, son las políticas, vienen a concluir… ¿Coincide?
R. Sí, James A. Robinson es mi colega y mi amigo. Ellos son historiadores y su idea es más de largo plazo, cómo la historia afecta a las instituciones políticas y estas al resto… Nuestro trabajo se basa más en decir: de acuerdo, con los condicionantes históricos que has heredado, ¿hay algo que puedas hacer? Los países tienen limitaciones políticas, pero dentro de ellas, es mucho lo que pueden hacer.
P. También se suele decir que, en realidad, la acción de los Gobiernos no es tan crucial para los ciclos económicos.
P. No son cruciales para el crecimiento. Este tiende a seguir sus propias dinámicas, hay muchos factores (el mercado, etcétera). Es poco lo que un Gobierno puede hacer para prevenir un crash de la Bolsa si esta va hacia el crash. Y el crecimiento no es tan controlable por las políticas, ni en los países ricos ni en los países pobres, lo que sí depende de las políticas es el bienestar.
“Los niños no nos dejan hablar mucho de trabajo”
Esther Duflo y Abhijit Banerjee son pareja de trabajo y de vida. Cuenta la economista francesa que solían hablar de trabajo en casa, pero en cuanto sus hijos, Noemie y Milan, de ocho y seis años, empezaron a pedir voz en la mesa, aquello se acabó. “Quieren participar en la conversación, así que hablamos de trabajo hasta el punto que ellos pueden intervenir. Si no, nos mandan callar, no les interesa. Así que no hay muchos cotilleos de trabajo”.
Este último libro, y algunos otros, los han escrito a cuatro manos. Primero, discuten lo que debería haber en cada capítulo. Luego, ella redacta un primer borrador, él lo revisa, Duflo hace lo propio sobre esa segunda versión, y al final Banerjee revisa el lenguaje y cada herramienta. “Por eso el tono es uniforme”, explica ella. “La ventaja de ser pareja es que la confianza es total. En las revisiones no usamos control de cambios, cuando le paso el texto, puede hacer lo que quiera, no reviso lo que ha tocado”.
En uno y otro ámbito de su vida, dice Duflo, se complementan. “Él es quien cocina y se ocupa de la comida y yo me encargo de que los niños estén donde tienen que estar en cada momento… ese tipo de cosas”, describe. Ya trabajaban juntos antes de ser pareja. Mientras Banerjee viene del campo teórico, y para cada proyecto tiene “una visión excelente” sobre las preguntas que deben hacerse y sobre los diseños empíricos, Duflo se centra “más en la práctica y en los detalles”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.