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“La conciliación en España depende mucho de la inmigración”

Raquel Martínez Buján, decana en la facultad de Sociología de la Universidad de A Coruña, reclama que se dé más valor a los cuidados y que se refuercen los sistemas públicos

Raquel Martínez Buján, decana de Sociología de la Universidad de A Coruña, este miércoles en su casa.
Raquel Martínez Buján, decana de Sociología de la Universidad de A Coruña, este miércoles en su casa.OSCAR CORRAL
María Sosa Troya

Raquel Martínez Buján (A Coruña, 44 años) es decana en la facultad de Sociología de la Universidad de A Coruña y está especializada en la relación entre los flujos migratorios de mujeres y las necesidades de cuidados en los hogares de España. Pone de manifiesto el “escaso valor” que se les ha otorgado a los cuidados. “Ha tenido que venir una pandemia para que se valorizasen estas actividades. Y esa es la gran contradicción de nuestra organización económica: lo esencial para la vida es lo peor remunerado por el régimen económico”.

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Pregunta. ¿Cómo ha influido la covid en la forma en que se ejercen los cuidados?

Respuesta. La familia sigue siendo la principal proveedora de cuidados y la pandemia lo ha puesto de manifiesto, sobre todo en el confinamiento. Ha demostrado que nos necesitamos unos a otros para sostenernos, que las instituciones públicas no van a ser capaces de llegar a todos estos espacios, y que es necesario tejer redes con las comunidades locales, que están muy poco presentes en la organización de los cuidados. Hay experiencias exitosas contra la soledad no deseada en los últimos años, por ejemplo, en Madrid y Barcelona.

P. ¿Qué peso tiene la contratación en los cuidados?

R. En las últimas dos décadas, con la incorporación cada vez más elevada de mujeres al mercado del trabajo y con la escasa conversión de los valores masculinos hacia los cuidados y tareas domésticas, se ha incrementado el número de personas que contratan a cuidadoras. Empieza a ser un peso muy importante. Las encuestas estiman que del 10% al 15% de cuidados de mayores están mercantilizados. Son empleadas de hogar.

P. ¿Por qué esta mercantilización es una expresión del gran peso que se da a las familias en nuestra sociedad?

R. Porque en España no se contratan cuidados profesionales, sino servicio doméstico. Y eso es muy característico respecto a otros países europeos. Es la vía por la cual las familias encuentran soluciones tanto a la conciliación como a necesidades de cuidados. No existe un mercado fuerte de contratar a cuidadoras profesionales, en realidad lo que se demanda es que alguien cuide como lo haría la familia, es decir, que sea cariñosa, paciente, que ofrezca cuidados enfocados al afecto.

P. ¿Qué sucede en otros países?

R. En otros países, como los nórdicos, el servicio doméstico no existe. El sistema de au pairs es lo más parecido. De hecho, puede entenderse el servicio doméstico como una actividad poco ética, muy basada en la servidumbre. En España tenemos aún un concepto cultural del servicio doméstico como elemento de estatus. En países como Francia o Alemania hay mujeres migrantes trabajando, pero como profesionales de los servicios sociales. En los países del sur, sobre todo España e Italia, el fenómeno de las mujeres migrantes como cuidadoras se ha convertido en elemento esencial para organizar los cuidados en las familias, sobre todo si son de clase media.

P. ¿Hasta qué punto la conciliación depende de la inmigración?

R. La conciliación depende mucho de la inmigración. La conciliación es un asunto complejo, y se ha visto en gran medida a partir de la covid-19 porque el capital y la vida son dos ámbitos que operan bajo tiempos y lógicas muy diferentes. Poder compaginar trabajo y cuidados requiere un esfuerzo de políticas públicas muy elevado. Y en España no existe. Es una de las asignaturas pendientes.

P. ¿De cuántas personas hablamos como cuidadoras en el hogar?

R. Según la Encuesta de Población Activa, en 2019 hubo cerca de 200.000 personas ocupadas en cuidados en domicilios. Y 428.000 empleadas de hogar. Son más de 600.000 personas que hacen tareas en los hogares. Aunque es muy difícil estimar este mercado laboral, debido a la economía sumergida. Pero es un sector en auge.

P. ¿La forma en que se articulan los cuidados en España induce a que se potencie la economía sumergida?

R. No está permitido contratar a un cuidador a través de la ley de dependencia. Con la ayuda que reciben por cuidados en el hogar, muchas familias contratan de manera sumergida a una tercera persona. Son necesarias algunas reformas en el modelo, y esto implica cambios en la ley para reconocer la cuidadora a domicilio, que es la principal vía de externalización de cuidados de los hogares en España. Es una figura reconocida en otros países de Europa y desde la que se genera un importante crecimiento del empleo.

P. ¿Cuál es el perfil de la persona migrante que cuida en el hogar?

R. En las dos últimas décadas han llegado a España alrededor de dos millones y medio de mujeres migrantes, con un porcentaje muy elevado de mujeres de América Latina. En torno al 90% de ellas se han iniciado en su trayectoria laboral cuidando a una persona mayor. Es un flujo migratorio muy feminizado, por la propia demanda que existe. También se han incorporado a la actividad de cuidados mujeres de Europa del Este.

P. ¿En qué condiciones trabajan?

R. No existen datos sobre las horas de trabajo, pero sí sabemos, por estudios cualitativos, que predominan los bajos salarios y unas jornadas laborales muy intensas. Las condiciones son bastante precarias. No tienen derecho a prestación por desempleo y existe el despido por desistimiento: si la familia empleadora no está conforme con el trabajo puede despedirla cuando considere oportuno.

P. ¿Prevé que la crisis de la covid afecte al sector?

R. Los trabajos de cuidado y el sistema de atención a la dependencia resisten muy bien a todas las crisis sistémicas basadas en economía de las finanzas porque son esenciales para la vida, por lo tanto, no se agota la necesidad de estas trabajadoras. En la de 2008 se destruyeron muchos empleos en casi todas las actividades, pero familias y centros residenciales seguían necesitando cuidadoras. Las empleadas de hogar descendieron un poco, pero fue un porcentaje pequeño. Con la pandemia creo que vamos a ver de nuevo cómo se pueden convertir en un vector de empleo.

P. ¿Qué tendría que hacer España para dar valor a los cuidados, tanto en el trabajo retribuido como el que se hace de forma gratuita?

R. Lo primero, cambiar el foco de atención, de tal manera que aceptemos que el orden económico no es el que dicten los mercados, sino las necesidades de cuidados y nuestra propia supervivencia; desde las tareas domésticas hasta la propia agricultura. Eso significaría cambiar los cánones sobre los cuales se organizan las sociedades. El segundo punto podría pasar por reforzar los sistemas públicos, relacionados con el ámbito de la sanidad y la ley de dependencia, lo cual incluiría nuevas políticas públicas en materia de conciliación, pero también de apoyo a las necesidades de los hogares.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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