Los afectos más oscuros
Pablo Iglesias fue desde el principio el contrincante perfecto de izquierdas para calentar a gente de derechas
Ante el adiós de Pablo Iglesias es útil revisar una de sus primeras apariciones en la tele, el 25 de abril de 2013, el día de Rodea el Congreso. Hace ocho años, pero cuatro legislaturas. Le invitó El gato al agua, en Intereconomía. Luego ya le empezaron a llamar de todas partes, era el contrincante perfecto de izquierdas para calentar a gente de derechas, lo podía poner en su tarjeta de visita. Hasta entonces solo tenías gente sosa del PSOE. En aquel debate, casi seminal, estaban sus futuros antagonistas: Federico Jiménez Losantos, la derecha mediática, y Alejo Vidal-Quadras, primer presidente de Vox nueve meses más tarde, quizá ahí empezó la gestación. Es fascinante observarles a los dos, cómo descubren con alarma a ese sujeto que les planta cara. Vieron que iba en serio, les dio miedo de verdad. Exactamente lo que ha dicho Iglesias al marcharse, tras una mayoría de derechas en Madrid, ya ni siquiera de centro-derecha: “Me he convertido en un chivo expiatorio que moviliza los afectos más oscuros”.
No creo que ni por un minuto el más alocado columnista de derechas se haya creído de verdad que querían montar aquí una república bolivariana, como si estuviéramos con Tintín y los Alegres Turlurones. Pero les excitó la sola idea de temerlo, y desde luego excitaba a sus votantes. Me he preguntado muchas veces por qué le odian tanto. Él no ayuda, claro, ni los suyos, que te llaman fascista a la mínima, pero vamos a dejarlo, ya hay muchos artículos que les ponen a parir. Yo creo que era por las pintas. No podía ser que uno como él viniera a mandar, no estaba previsto, no tenía derecho. Un zarrapastroso, un perroflauta, el Coletas. Aquí solo está bien visto el macarrismo con corbata, y encima Jiménez Losantos vio que podía ser más macarra que él. Hay que recordar la época: Iglesias habló de los desahucios, de los jóvenes que emigraban. Y luego de puertas giratorias, del mamoneo en el poder judicial y TVE, del drama de la vivienda. Todo eso era verdad, y lo sigue siendo. Que le iban a hacer la vida imposible, las cloacas, también, todos lo sabíamos.
Por otro lado, en Podemos tenían una de esas empanadas latinoamericanas funestas, y una izquierda de todos, todas y todes que da una pereza que te mueres. En la tertulia denunció: “Al señor Urdangarin, al señor Bárcenas o al señor Rato no los veremos con unas esposas”. Bien, ejem, pues lo hemos visto. El sistema un poco sí que funcionaba. Tampoco la Constitución luego estaba tan mal. Supongo que por el camino han aprendido algo. O esto que dijo: “Felipe González ha dicho que el hijo de un político no tiene por qué aguantar que haya una protesta alrededor de su casa, y es terrible, pero ¿qué pasa, que los hijos de los políticos valen más que los hijos de los ciudadanos que están desahuciando injustamente? (…) El 80% de los ciudadanos dice que los escraches son legítimos”. Luego le ha tocado aguantar una auténtica locura en su casa. No calcularon que los chulos de derechas al final podían ser más macarras que ellos.
Ahora bien, meterse en ese berenjenal de la política, desde fuera, era una aventura impensable entonces, y la liaron, y animaron el cotarro, y muchos se lo agradecemos. Ya ni me acuerdo si les he votado, pero ahora que se va he pensado que debí haberlo hecho, como esas librerías que cierran y te da pena aunque no ibas nunca. También me pasó con Rajoy, quién lo pillara ahora. Aquel programa acabó con un anuncio: “Si tiene previsto salir de viaje este puente, no lo haga sin su avisador de radares para que no le frían a multas”. Comunismo o libertad, ya estaba todo ahí.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.