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Trabajar cansa
Columna
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Vox y la pulsión de Mortadelo

Los heterónimos de Pessoa me recuerdan, salvando distancias siderales, a los de Vox, pero si hubiera titulado ‘Los heterónimos de Vox’, esto no lo hubiera leído nadie

El líder de Vox, Santiago Abascal, en una concentración motera el pasado 14 de enero en Valladolid.
El líder de Vox, Santiago Abascal, en una concentración motera el pasado 14 de enero en Valladolid.NACHO GALLEGO (EFE)
Íñigo Domínguez

Con ese título, quizá les sorprenda que empiece hablando de Fernando Pessoa. No sé si puede haber algo más alejado de Vox, un poeta bueno, no malo, y tan inseguro de todo, nada rotundo. El 8 de marzo de 1914, Pessoa rumiaba inventarse otro alter ego suyo, un pastor metafísico y elemental que se pasaba el día en el campo dándoles vueltas a las cosas. De repente se puso a escribir de pie treinta y pico poemas del tirón, transformado en el pastor Alberto Caeiro. “Fue el día triunfal de mi vida y nunca volveré a tener otro igual”, contó luego. Son poemas cristalinos, de pura normalidad. “Un día excesivamente nítido, día en que daban ganas de haber trabajado mucho para no trabajar nada…”, comienza uno. En fin, les parecerá que ya estoy fatal, pero todo esto me llevó a la campaña electoral de Castilla y León.

Los heterónimos de Pessoa me recuerdan, salvando distancias siderales, a los de Vox, pero si hubiera puesto de título Los heterónimos de Vox, esto no lo hubiera leído nadie. Es decir, aún menos gente de lo habitual. La ultraderecha padece una pulsión de Mortadelo, una pasión por el disfraz, y ahí van de señoritos camperos en los mítines, que parece que acaban de aparcar el Patrol. No veo la hora de que lleguen las elecciones vascas para que aparezcan de aizkolaris, o de falleros en las valencianas. Les comparan con Peaky Blinders, que ni idea de qué es, pero siempre que me pasa eso ya sé que debe de ser una serie. A mí me parecen más de Uno de los nuestros, por la frase en sí: vestidos de ganaderos de salón, o como creen en las ciudades de provincias que se visten los de verdad, están diciendo que ellos son la gente de orden de toda la vida que hará que las cosas sigan como siempre.

Crecí en Castilla y León y la conozco un poco. Los que se vestían así eran los pijos o los que querían aparentar ser como ellos, y algunos tenían tierras y vacas, pero los otros eran paniaguados que identificaban esa imagen con los amos del cotarro. Los ganaderos solían ser gente más normal. Esto es una especie de caricatura, que en Madrid, no sé por qué, llega a degenerar en tirolés. En realidad, la idea es sublimar el estereotipo del señor de derechas, y es una lucha con el PP, porque es verdad que a estos ya cuesta distinguirlos de los socialistas, todos de empleado con corbata que se relaja el domingo y se permite ir en vaqueros.

Pero es que también se disfrazan de moteros. Abascal y Olona se presentaron en pepinos con ruedas en la concentración de los Pingüinos en Valladolid. Olona llevaba un gorro ruso con el escudo imperial de los zares, porque si bien ven invasiones de inmigrantes por todas partes, la de Ucrania parece que les alarma algo menos. Putin, ese defensor de la libertad, les cae simpático. Esta pulsión sería un caso clínico de disgregación de la personalidad si no fuera puro morro, porque se disfrazan de todo a la vez. En León proclaman que eso no es Valladolid y al mismo tiempo piden la anexión de Cantabria, siendo además uno de los partidos más anticonstitucionales, pues pretenden abolir las comunidades autónomas. Con todo este lío, es un bálsamo para el espíritu regresar corriendo a leer a Alberto Caeiro, que confiesa ser “El mismo siempre, gracias al cielo y a la tierra / y a mis ojos y oídos atentos / y a mi clara sencillez de alma”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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