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Gideon Rachman: “Son los jóvenes los que más fe han perdido en la democracia”

El prestigioso columnista del ‘Financial Times’, cuyos análisis se leen en gobiernos de todo el mundo, dice que a más polarización, más peligro de autoritarismos

Rafa de Miguel
Gideon Rachman
El periodista Gideon Rachman en Londres el pasado 10 de octubre.Ione Saizar

Gideon Rachman (Reino Unido, 1963) recibe a EL PAÍS en su acogedora casa del barrio londinense de Ealing, donde los libros se acumulan por las esquinas y un gato persa gris remolonea por nuestras piernas durante la entrevista. La noche anterior Rachman llegó a su casa a las dos de la madrugada de su enésima visita a Turquía. Desde 2006, es el columnista jefe de Asuntos Internacionales del diario Financial Times, y tiene el privilegio de recorrer el mundo para observar las corrientes políticas y económicas de cada momento. Trump, Xi Jinping, Orbán, Bolsonaro, Johnson, Modi… y, sobre todo, Putin. Vivimos la era del hombre fuerte, asegura Rachman, y lo ha expresado de un modo completo exhaustivo en su libro La era de los líderes autoritarios. Cómo el culto a la personalidad amenaza la democracia (editorial Crítica). Rachman, que trabajó antes en el semanario The Economist y ha estado al frente de corresponsalías como la de Bruselas, Washington o Bangkok, pertenece a esa estirpre de corresponsales diplomáticos, como Thomas Friedman, cuyos análisis se leen en gobiernos de todo el mundo y pueden cambiar estrategias políticas.

PREGUNTA. ¿En qué consiste el liderazgo autoritario, la era de los hombres fuertes?

RESPUESTA. Es una forma muy personalizada de liderazgo, en la que el culto a la personalidad es muy importante. Es la idea de que el Gobierno debería consistir en el poder de un solo individuo, nada de instituciones o partidos políticos. Y es un fenómeno que surge en democracias y en autocracias. Por eso, aunque sorprenda a algunos, incluyo en el libro a Putin y a Xi Jinping, junto a Trump o Bolsonaro.

P. O Boris Johnson.

R. Sí, también. Todos ellos tienen un estilo mesiánico de liderazgo. Alimentan la idea de que hay una crisis nacional, que requiere de un hombre fuerte que dé una patada al sistema, que se salte las reglas.

P. El sueño de un pasado mejor.

R. Todos echan mano de lo que yo llamo un nacionalismo estático. Utilizan versiones distintas del Make America Great Again (logremos que Estados Unidos vuelva a ser grande) de Trump. Xi Jinping habla del rejuvenecimiento del pueblo chino. Modi quiere reparar todo el daño que se ha causado a la India, no solo por parte del Imperio Británico. Incluso por el Imperio Mongol. Orbán habla en Hungría de un resurgimiento nacional.

P. Pero, sobre todo, la convicción de que existe una conexión especial entre ellos y el pueblo.

R. Sí, porque el fenómeno de los hombres fuertes, de los líderes autoritarios, siempre ha estado muy asociado en nuestra era con el populismo. Todos afirman que tienen una conexión directa con el pueblo. Su argumento compartido es que el sistema ha sido secuestrado por unas élites que velan por sus propios intereses. Son élites, según ellos, que no tienen el menor interés por su país, y que comparten más afinidades con los extranjeros.

“La UE debe prepararse para ser un sustituto de Estados Unidos. Me gusta la idea de autonomía estratégica de Macron”

P. Asegura que cada era tiene su ciclo. Treinta años gloriosos de crecimiento, después de la Segunda Guerra Mundial, otros 30 de neoliberalismo y caída del comunismo. Y ahora, la era del hombre fuerte.

R. A partir de la crisis financiera de 2008, comenzó a extenderse la percepción de que las democracias no habían sabido hacerlo bien. En los 10 o 15 años posteriores, hemos ido siendo conscientes de las patologías de nuestro sistema: inestabilidad financiera, desigualdad creciente, sistemas de salud y de pensiones cada vez menos sostenibles. Y la sensación general de que el sistema está en manos de unas élites. En el libro hablo de Steve Bannon [estratega político estadounidense asociado con Trump y con gran parte de la derecha populista europea]. Bannon es un mal tipo, pero fue bastante agudo a la hora de señalar que la crisis financiera provocaría populismo de derechas y de izquierdas. Los dos comparten su desprecio por el sistema, y se dirigen a todos aquellos que no están contentos con ese sistema, precisamente con el argumento de que ha sido capturado por unas élites. En España tienes a Vox y a Podemos, dos modos diferentes de decir que la receta liberal centrista ha fracasado y hay que ensayar algo distinto.

P. En el ámbito de la izquierda, son muchos los que rechazan esa equiparación.

R. Bueno, imagino que los lectores españoles sabrán más de Podemos que yo, pero no creo que el populismo de izquierdas sea siempre autoritario. No lo era Bernie Sanders, por ejemplo, en contraposición a Donald Trump. No sé cómo habría sido, de haber gobernado, pero no mostraba trazas autoritarias. Pero piense en AMLO [Andrés Manuel López Obrador, presidente de México]. Cada vez está más claro que presenta rasgos autoritarios. Propicia un culto a la personalidad. Ataca a las instituciones independientes que pueden frenar su proyecto. También la izquierda puede acusar al poder judicial de estar sesgado en su contra, y afirmar que el sistema le impide hacer lo que considera necesario para el pueblo.

P. Los líderes autoritarios erosionan la democracia, pero es la población, a veces, la que no lo percibe. O no lo detiene.

R. Porque todo esto tiene algo de abstracto. Los líderes autoritarios prosperan siempre en sociedades con polarización extrema. Siempre tendrán un grupo de partidarios que los animarán en sus ataques a las instituciones. Tome el caso del Reino Unido, cuando Johnson decidió suspender el Parlamento para sacar adelante el Brexit. Sus seguidores eran los primeros en afirmar que el Parlamento era una institución inútil, y que debía hacerse algo para impedir que siguiera bloqueando el Brexit. En sociedades como la estadounidense o la británica, la gente suele ser muy complaciente. No se le ocurre sospechar, hasta que ya es muy tarde, que la democracia puede desviarse. Nos gusta pensar que gozamos de instituciones muy sólidas.

“No creo que sea una casualidad que la era de las redes haya coincidido con la de los líderes autoritarios”

P. Y no vemos el autoritarismo, aunque lo tengamos delante.

R. Ya sé que el capítulo que le dedico a Johnson fue muy polémico. Mucha gente lo tachó de ridículo, y aseguró que el Reino Unido no se parecía en nada a esos otros países. Puedo ver que, en comparación con Trump, Xi Jinping, Orbán o Modi, su caso tiene un punto marginal, pero sigo pensando que existen argumentos para incluirlo en el libro.

P. Resulta llamativo, señala en su libro, que los líderes autoritarios han abrazado a Carl Schmitt, el jurista y teórico alemán que contribuyó a levantar la arquitectura nazi.

R. Cuando yo estudiaba Filosofía Política, no entraba dentro de la agenda curricular, estaba condenado por sus ideas. Pero hoy, en la actualidad, las universidades occidentales han vuelto a estudiar su pensamiento. En China es especialmente apreciado, y muchos de los intelectuales que intentan justificar la centralización del poder en el Partido Comunista Chino, o la supresión de las libertades políticas en Hong Kong, acuden a Schmitt. Creía que la política consiste en dividir el mundo en amigos y enemigos, creía en la política de la autoridad, y despreciaba profundamente la democracia liberal, que consideraba una hipocresía y un montón de mentiras.

P. ¿Hemos perdido la fe en la democracia liberal?

R. Si uno observa las encuestas por todo el mundo, son los jóvenes los que más fe han perdido en la democracia liberal. El mes pasado, publicaron una en el Reino Unido en la que solo un 19% de los menores de 24 años creía que la democracia funcionaba. Los jóvenes, no solo de Occidente, sino de todo el mundo, están frustrados con el sistema. No pueden permitirse la compra de una vivienda. Salen de la Universidad con títulos y grados relevantes y no pueden lograr el trabajo que desean. El sistema no les da el sentido de oportunidad y de progreso que debiera darles. Y luego resulta, por supuesto, que vivimos en la era de las redes sociales. A usted y a mí nos encantaría que la gente solo leyera EL PAÍS y el Financial Times, y que se enteraran de un modo correcto de la realidad [risas], pero lo cierto es que no es así. Y las redes refuerzan los prejuicios, encierran en burbujas, no se comprueban los datos. No creo que sea una casualidad que la era de las redes haya coincidido con la de los líderes autoritarios.

“El Reino Unido no entendió que hay que renunciar a parte de tu marca nacional para contribuir a un proyecto común”

P. ¿Hay modo de reaccionar?

R. Paradójicamente, creo que el mejor modo de lograr que la gente desee de nuevo la vuelta de la democracia liberal es pasar por un periodo de gobiernos autoritarios. No bromeo. No hay más que ver lo que está pasando en Irán. Es muy fácil idealizar las opciones alternativas o renunciar a la democracia, hasta que de verdad compruebas en qué consiste lo contrario.

P. ¿Cómo recuperar la confianza de los ciudadanos en el Estado de derecho, la democracia representativa?

R. No tengo una respuesta concreta para eso. Por eso quizá no me dedico a la política. Pero sí creo que a veces recibes una llamada de atención que te hace despertar. En ese sentido, creo que Putin ha sido esa llamada de atención. Hemos visto mucha unidad frente a él en Occidente. Retiene algo de simpatía entre la extrema izquierda o entre la derecha de Trump, y quizá veamos más de eso a medida que se agudice la crisis energética, pero creo que la respuesta ha sido, en general, de bastante unidad.

P. ¿Le ha sorprendido la reacción de Occidente ante su ofensiva?

R. Creo que ha sido sorprendente de un modo positivo, mientras no acabe en una guerra nuclear. Ahora estoy revisando las nuevas ediciones del libro, y entiendo que un aspecto en el que debería haber incidido más es el del recurso habitual de los líderes autoritarios a la violencia. Hablamos del ataque a la democracia, a sus instituciones, a la verdad…, y todo eso está ahí. Pero la retórica de la violencia es parte fundamental. Y en ocasiones se convierte en violencia de verdad, y eso sí que es fascismo real, ¿no? Esa creencia de que la guerra es algo glorioso, y la prueba definitiva de un liderazgo. La versión de la política del hombre fuerte, del nacionalismo nostálgico, que aparece en Putin se concentra en lo que ha supuesto la guerra de Ucrania.

P. ¿Prevé cuál será el final de esta crisis?

R. Estamos en mitad de la historia. No sabemos cómo concluirá. Pero, de manera potencial, ya nos dice mucho sobre el modo en que el péndulo se ha movido desde el éxito y los valores de la democracia liberal al sistema de los líderes autoritarios. Putin ha tenido en Occidente un amplio club de fans: Trump, Salvini, Duterte, Mohamed Bin Salmán… Para ellos, simbolizaba el rechazo del hombre fuerte a la democracia liberal. Si hubiera ganado la guerra con la facilidad con la que se esperó en un principio que la ganara, toda esa narrativa que acusa de corruptas y débiles a las democracias liberales habría ganado fuerza. Xi Jinping se habría visto más tentado de invadir Taiwán, la era del hombre fuerte, del líder autoritario, habría subido a otro nivel.

P. Oigo a analistas decir que el siguiente cisne negro [el acontecimiento que nadie espera] puede ser la invasión de Taiwán por parte de China.

R. Yo también creo que es posible. Hablo con personas en Washington que siguen mucho más de cerca que yo esta situación, y creen que la conclusión que Xi Jinping ha sacado de la crisis de Ucrania no es que sería un error invadir Taiwán. La lección que ha extraído es que la estrategia de Rusia ha sido una chapuza. Y que, a partir de ahí, debes aprender a invadir un país. Y que lo que debes hacer es entrar con toda tu potencia militar de modo inmediato y capturar o asesinar a los líderes desde el primer día. Esa idea no la han abandonando en absoluto.

P. Todos los líderes autoritarios han jugado con la nostalgia. También en el Reino Unido.

R. También tengo muchos amigos que han defendido el Brexit, y que descartan esa nostalgia imperial y pretenden convencerme de que todo el proyecto está relacionado con una reconquista de la libertad. Pero a mí me resulta bastante obvia esa nostalgia. Piensan: fuimos un imperio magnífico, y ahora solo somos parte de un club de 28 países. Incluso Luxemburgo puede vetar nuestras decisiones. Lo que no entienden es que la UE está llena de antiguos imperios decepcionados, pero la mayoría ha sido capaz de reconciliarse con su pasado. España perdió un imperio. Y Portugal. Y Holanda. Y Austria. El problema del Reino Unido es que nunca fue humillado, con lo que no llegó a entender que debes renunciar a cierta parte de tu marca nacional para contribuir a ese proyecto común.

P. ¿Está preparada la UE para jugar un papel más relevante?

R. Creo que debe comenzar a prepararse para ser un sustituto. Me resulta atractiva, por ejemplo, la idea de la autonomía estratégica que propone el presidente Macron. Porque está claro que, si Trump regresa, tenemos un problema. Una de las cosas más llamativas de esta crisis es el modo tan tradicional en que se ha desarrollado. De nuevo, EE UU ha asumido el liderazgo. No ha habido una respuesta europea coherente. Los rusos ven a los estado­unidenses como sus verdaderos interlocutores. Y son los estadounidenses quienes están proporcionando la mayor parte del material militar. Si ya en los noventa, con la crisis serbo-bosnia, Europa se planteó mayor autonomía, 30 años después seguimos igual. Quizá necesitemos una gran crisis internacional para que finalmente respondamos de modo coordinado.

P. La era de los líderes autoritarios tiene mucho que ver con la superación del conflicto izquierda-derecha por el de nacionalismo-globalización.

R. Durante mucho tiempo, seguirá siendo nacionalismo frente a globalización. Las divisiones entre izquierda y derecha reflejan estructuras económicas de otra era, cuando había una gran clase proletaria y otra empresarial. Incluso era algo que se reflejaba internacionalmente, con esa fractura entre el mundo comunista y el capitalista. Hoy nos movemos cada vez más hacia la política de identidad, porque vivimos en sociedades más diversas, donde la clase ya no es lo que más polariza. Es más bien la raza, la inmigración, las actitudes hacia cuestiones sociales como el aborto o los derechos de los gais. Putin no ha dejado de repetir que el problema de Occidente no es que lo dirijan capitalistas, sino que esté dirigido por gais. La sociedad china es lo menos diverso que existe. Echa un vistazo al Congreso del Partido Comunista Chino, lleno de hombres mayores. O a su represión en el Tíbet, o contra la minoría uigur. Xi Jinping ha ordenado que eliminen de la televisión a los presentadores que consideraba afeminados. Tucker Carlson, uno de los periodistas de la cadena estado­unidense Fox que más ha defendido a Trump, admira a Putin, lo ve como un conservador con valores cristianos tradicionales. La política identitaria es el gran motor de estos contrastes.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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