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La desigualdad deja marcas: se ve en el genoma de las poblaciones antiguas

Los nuevos estudios genéticos demuestran que la discriminación se proyecta a lo largo de la historia. Lo explica el español Carles Lalueza-Fox, uno de los científicos líderes de Europa en paleogenética, en su nuevo libro, del que ‘Ideas’ ofrece un adelanto

Rapto de las sabinas, escultura de Juan de Bolonia, en la Plaza de la Señoría en Florencia, Italia.
Rapto de las sabinas, escultura de Juan de Bolonia, en la Plaza de la Señoría en Florencia, Italia.Luis Castaneda Inc. (Getty Images)

Cuando era niño, mi casa estaba llena de libros de historia que mi padre había comprado, aunque, desgraciadamente, nunca tuvo tiempo de leerlos. Incluso la calle en la que vivíamos, en el barrio Gótico de Barcelona, estaba empapada de historia, ya que la mayoría de sus edificios datan de la Edad Media. La historia antigua era un tema de conquistadores, citas dramáticas, batallas sangrientas y muertes. Pero nunca se mencionaba a la gente anónima, el pueblo llano que constituye el grueso de la población. Aunque a la hora de especializarme me decanté por la biología evolutiva, la historia siempre me ha interesado. (Se podría decir, por supuesto, que esas dos disciplinas, junto con la astronomía, tienen un elemento en común: la dimensión temporal).

Tras años trabajando en la genética de los neandertales, comprendí que las novedosas tecnologías de secuenciación del ADN podrían ayudarnos a explorar el pasado humano reciente, adoptando un nuevo enfoque multidisciplinar que integrase la genética, la arqueología, la antropología e incluso la lingüística. En 2014, dirigí la primera secuenciación del genoma de un cazador-recolector europeo a partir del ADN extraído de un esqueleto de ocho mil años de antigüedad, y al año siguiente la del genoma de uno de los primeros agricultores mediterráneos.

Durante los años siguientes, continué con esta investigación trabajando en proyectos gracias a los cuales pude examinar diferentes horizontes arqueológicos, en colaboración, principalmente, con David Reich, investigador de Harvard y pionero en este campo. En los últimos años empezamos a incorporar información procedente de fuentes históricas que, en ocasiones, desafiaban lo que conocíamos hasta entonces. Una conclusión común de todos estos estudios es que la migración, y no solo la propagación de las ideas, fue un fenómeno muy frecuente en el pasado y que, de hecho, las poblaciones humanas modernas se fueron formando mediante capas sucesivas de diferentes ancestros genómicos asociados a estas migraciones.

Un día, en una conversación casual sobre mi trabajo, mi mujer me dijo que yo solía mirar el pasado desde una perspectiva masculina y que la historia de la humanidad (de hecho, un largo camino salpicado de sufrimiento y discriminación, que no ha acabado para muchos) también incluía a las mujeres, nada menos que la mitad de la población mundial. Y tenía razón; aunque las mujeres han sido ignoradas considerablemente en los libros antiguos de historia, ellas han dado a luz a cada nueva generación de la humanidad. Piense, por un momento, cuán diferente sería una leyenda como la del rapto de las sabinas (y, según los estándares modernos, la posterior violación) por Rómulo y sus compañeros en la Roma de los primeros tiempos, representada abundantemente en el arte de una forma bastante heroica, si se contara desde la perspectiva femenina en lugar de la habitual masculina.

Me di cuenta de que, de forma directa o indirecta, los nuevos estudios genéticos estaban destapando las numerosas capas de desigualdad existentes en las sociedades pasadas, desde los potenciales sesgos de género que descubrimos en estas migraciones hasta las estructuras sociales implementadas para mantener dichas desigualdades, a la vez que nos ayudaban a encontrar pruebas en los cementerios que relacionaban la riqueza y el estatus social con el sexo, el parentesco y la ancestralidad. Los hombres poderosos del pasado pudieron tener más descendencia (de diferentes mujeres) que sus contemporáneos, cuyos pocos hijos tenían, además, menos probabilidades de sobrevivir.

La dentadura con dientes de esclavos de George Washington

Gracias a algunos estudios recientes destinados a analizar la composición genética de los esclavos africanos, y a otros que estudiaron el genoma de poblaciones modernas mezcladas (especialmente las de las Américas), fue posible reconstruir los diferentes patrones reproductivos. Una vez más, si cambiamos nuestro punto de vista, ciertas anécdotas del pasado, como la de que la dentadura postiza de George Washington fue hecha con dientes arrancados a esclavos negros, nos resultan más chocantes, y es lógico que hayan generado una gran variedad de reacciones.

Hay que recalcar que todos esos patrones de desigualdad dejaron marcas genéticas que podemos detectar en los genomas de las poblaciones humanas antiguas y modernas. Siempre que analizo algún nuevo estudio genético descubro nuevas pruebas de desigualdad y discriminación en diferentes épocas. Y son muchísimos los que sufrieron las consecuencias.

De esas observaciones surgió un buen número de ideas desconcertantes. Para mencionar solo unas pocas: aquellos que se beneficiaron de la desigualdad en el pasado, gracias a lo cual tuvieron más descendencia, tienen más probabilidad de ser nuestros antepasados genéticos, y si los hombres ricos se podían aparear con diferentes mujeres, y este era un patrón común, está claro que las mujeres contribuyeron más que los hombres a la diversidad genética humana moderna.

El filósofo Walter Benjamin tenía razón cuando dijo: “Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres”. Sin embargo, gracias a los datos genéticos, ahora es posible conseguirlo. Lo primero que hay que decir es que la historia (la historia de los actos heroicos, las guerras y las conquistas) ha sido, de hecho, una historia de desigualdad que modeló los genomas de la humanidad. Dicho esto, la desigualdad no es tan solo una curiosidad del pasado. Predije que la desigualdad influiría de forma diferencial en la mortalidad causada por la actual pandemia de covid-19 y, unas semanas después, mi corazonada se confirmó. La desigualdad está integrada en nuestros genomas, pero también proyecta una larga sombra sobre el futuro de la sociedad. Tendremos que decidir, más pronto que tarde, cómo queremos afrontarlo.

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