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Abrir las fronteras para los migrantes, ¿es factible?

A pesar de las reticencias que suscita la idea de liberalizar la entrada de personas (no así la de los capitales), hay motivos, datos y estudios que consideran que podría ser conveniente

manifestación calabria
Manifestación contra las políticas de inmigración del gobierno de Italia tras el naufragio que ha acabado con la vida de decenas de inmigrantes (16 niños entre ellos), el pasado 1 de marzo en Roma.Cecilia Fabiano (LaPresse; )
Jaime Rubio Hancock

Empecemos con una pregunta tan maniquea y demagógica que, si se presentara a las elecciones, conseguiría al menos 40 escaños: ¿por qué Ferrovial puede irse a Países Bajos a pagar menos impuestos, pero hace unas semanas murieron en el Mediterráneo 65 personas que solo querían venir a Europa a trabajar? ¿Por qué lo tiene más fácil una empresa que una persona para irse a otro país?

Es verdad que las empresas (se supone) traen dinero y empleo, pero son muchos los economistas y filósofos que defienden que los inmigrantes también. De hecho, un buen puñado de ellos apuestan por una idea que ahora suena imposible: abrir las fronteras.

Es una propuesta que defienden por motivos éticos, ya que las fronteras cerradas suponen la exclusión y discriminación de las personas más desfavorecidas del planeta. Pero también por motivos económicos, ya que, en su opinión, la libertad de circu­lación de personas es beneficiosa para todo el mundo.

EL CLÁSICO TUITERO: “Ya estamos con el clásico izquierdismo biempensante. ¿Y dónde vas a meter a toda esa gente? ¿En tu casa?”

Entre dejarlos morir en el Mediterráneo y que uno adopte a todos los emigrantes que llegan a España debe de haber un punto medio. En cualquier caso, no es una idea nueva ni extremista: no se trata de eliminar las fronteras, sino de abrirlas, dejando opción a los países a establecer controles en caso necesario e incluso restricciones justificadas por motivos de seguridad o de salud.

La propuesta cuenta con partidarios como Ludwig von Mises, economista liberal clásico, que defendía la circulación sin trabas del capital y de las personas. Esta libertad trae más competencia, más productividad y, en consecuencia, más riqueza para todos. “Los liberales defendemos que cada persona tiene el derecho a vivir donde quiera”, escribía en Liberalismo (1927).

En un artículo de 1987, el filósofo canadiense Joseph Carens comparaba las restricciones a la movilidad con un “privilegio feudal”, es decir, “un estatus heredado que mejora en gran medida las posibilidades que tenemos”. No decidimos el país en el que nacemos, pero esta lotería determina en gran medida el acceso que tendremos a la sanidad, la educación o a un mercado de trabajo razonablemente favorable.

En esta línea ética se posiciona también Alex Sager, filósofo de la Universidad Estatal de Portland y autor de Against Borders (Contra las fronteras; sin edición en español). Al teléfono, señala que permitir la inmigración es una cuestión de libertad y de igualdad de oportunidades. También incide en la violencia en su opinión injustificada y desproporcionada que se da en las fronteras.

Las principales objeciones a esta idea se centran en que los Estados tienen derecho a decidir las normas de inmigración que consideren adecuadas. Y no solo desde posiciones conservadoras: por ejemplo, el filósofo estadounidense Michael Walzer, desde la izquierda, defiende que la inmigración puede poner en riesgo la identidad cultural de un país y que, además, puede hacer que sea más difícil proporcionar servicios a sus ciudadanos como la educación o la sanidad.

EL CLÁSICO TUITERO: “Eso, eso. Los inmigrantes son un gasto, al contrario que las empresas”

Unos cuantos estudios recientes sugieren que esto no es así. Según un trabajo del economista Michael Clemens, el PIB mundial puede crecer entre un 67% y un 147% si todos los países abren sus fronteras.

No es tan extraño: entre el 60% y el 70% de las diferencias en sueldo en el mundo se deben, sobre todo, a dónde vivimos, como explica Bryan Caplan, economista de la Universidad George Mason, en su libro Open Borders: The Science and Ethics of Immigration (Fronteras abiertas: la ciencia y la ética de la inmigración). Estas diferencias son aún mayores cuanto más pobre sea el país de origen. Cuando una persona sale de Nigeria o de Haití para ir a Estados Unidos, sus ingresos, de media, se multiplican por 10.

La libertad de movimientos beneficiaría también a los ciudadanos que se quedan en sus países, porque los emigrados envían parte de sus ganancias a sus familias. Además, estas personas a menudo regresan, trayendo consigo conocimiento y experiencia. Como deberíamos saber en España, que durante gran parte del siglo XX fue país de emigrantes.

EL CLÁSICO TUITERO: “Ya, pero este crecimiento global sería a costa de los países desarrollados”

Hay datos que ponen en cuestión estos temores. Por ejemplo, y según un estudio de la organización GiveWell, la inmigración o no afectaría o sería parcialmente beneficiosa para los países que la reciben.

En conversación por Zoom, Caplan es aún más optimista y añade que “cualquier incremento de la producción es beneficioso para la economía en su conjunto”, incluyendo el mercado laboral, y pone el ejemplo de internet, que no solo benefició a los fabricantes de routers y ordenadores. Aunque admite que puede haber personas que se vean afectadas, mantener las fronteras cerradas sería comparable a renunciar a la electricidad porque perjudica a los fabricantes de velas. Lo mismo opina sobre otros temores, incluyendo la preocupación por la delincuencia, que considera exagerados: los beneficios superan con creces los riesgos.

“Lo óptimo sería hacerlo de forma concertada por uno de los grandes bloques. Y la UE es uno de ellos”.
J. Carlos Velasco, filósofo

EL CLÁSICO TUITERO: “Y si es tan beneficioso, ¿por qué no están todos los países abriendo ya sus fronteras? Hacer estudios es muy fácil, pero a la hora de la verdad…”

Hay muchos motivos, incluyendo el obvio: no todo el mundo está de acuerdo con estos estudios, o priman otras cuestiones frente a la ética o la economía. Además, abrir las fronteras no es, de momento, una medida popular que ayude a ganar elecciones.

Sara Riva, antropóloga del CSIC, apunta a la importancia de cambiar un discurso público que se centra en el control, el orden y la seguridad, a veces haciendo compatibles mensajes contradictorios, como que “los inmigrantes son muy vagos, pero al mismo tiempo te vienen a robar el trabajo”. Alex Sager añade que los discursos sobre la inmigración a menudo maquillan ideas racistas que explican, por ejemplo, la diferencia de trato que se dio a los refugiados sirios en comparación con los ucranios.

También es difícil abrir las fronteras de forma unilateral. Como apunta por correo electrónico el filósofo Juan Carlos Velasco, autor de El azar de las fronteras, “lo óptimo, obviamente, es que se hiciera de manera concertada al menos por parte de uno de los grandes bloques socioeconómicos del planeta, y la Unión Europea es uno de ellos”.

EL CLÁSICO TUITERO: “Esto es solo una provocación, ¿no? Es imposible hacer algo así”

Caplan explica en su libro que la objeción más razonable es el principio de precaución: por muy bien que estuvieran fundamentados todos estos estudios, siempre cabe la posibilidad de que un cambio radical termine con un resultado desastroso. En este sentido, Velasco recuerda que las opciones no son solo mantener el sistema actual o abrirlo del todo, sino que hay alternativas, como “flexibilizar las formas de migración regular”.

A pesar de todo, Caplan es optimista: “Si pudiera, apretaría el botón para abrir las fronteras ahora mismo. Los riesgos son pequeños y merece la pena enfrentarse a ellos”. El economista pone el ejemplo de la Unión Europea, que a los europeos de 1945 les habría parecido una idea loquísima y mucho menos probable que una tercera guerra mundial.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.

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