El declive de “cuyo”
La lengua descuidada abunda en los discursos y en el periodismo, y hace pensar en la falta de una preparación sólida
Los españoles escolarizados conocen cómo empieza El Quijote: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Y ahí aparece un adjetivo relativo posesivo, “cuyo”, que da brillo a toda la frase.
Las construcciones con “cuyo” suenan elegantes, y gracias a ello entendemos que las utilizan personas leídas, capaces de expresarse de forma armoniosa y precisa.
Sin embargo, día a día se puede apreciar el preocupante declinar de ese término en el lenguaje público; más todavía quizás en el privado.
Así, oímos a menudo en los medios de comunicación oraciones com...
Los españoles escolarizados conocen cómo empieza El Quijote: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Y ahí aparece un adjetivo relativo posesivo, “cuyo”, que da brillo a toda la frase.
Las construcciones con “cuyo” suenan elegantes, y gracias a ello entendemos que las utilizan personas leídas, capaces de expresarse de forma armoniosa y precisa.
Sin embargo, día a día se puede apreciar el preocupante declinar de ese término en el lenguaje público; más todavía quizás en el privado.
Así, oímos a menudo en los medios de comunicación oraciones como “personas que su único pecado es huir de la muerte” (una contertulia de la Cadena SER el martes 28 a las 9.15); “Lola Flores, de la que se cumplen cien años de su nacimiento…” (este mismo periódico, el 21 de enero pasado), o “alumnos que sus familias se ven a veces en situaciones de tanta tirantez” (Isabel Díaz Ayuso, el 24 de enero al recibir el diploma como alumna ilustre de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense).
Obviamente, esas oraciones habrían transmitido mejor estilo con las alternativas “personas cuyo único pecado es huir de la muerte”, “Lola Flores, de cuyo nacimiento se cumplen cien años”, o “alumnos cuyas familias se ven a veces en situaciones de tanta tirantez”.
La herramienta Ngram de Google da 340 casos de “cuyo” por millón de palabras en documentos de 1806; y 360 en los de 1846. Pero pasan a solamente 100 en el año 2000, el último del que hallo datos en este corpus lingüístico en español formado por obras y documentos publicados desde 1500. Tan acentuado se muestra el descenso, que “cuyo” llega hoy a un empate técnico con su usual alternativa: “que su” (palabras ambas no siempre contiguas, pero de presencia habitual a la hora de sustituir a la expresión más cultivada). La caída de “cuyo” en esa gráfica histórica dibuja la pendiente de una pista de esquí que viene a juntarse con la llanura representada por la línea de “que su”, en cuyo tramo final se aprecia incluso un ligero repunte.
Tal construcción con “que” y “su” ha llevado a algunos gramáticos a hablar del defecto del quesuismo. La Nueva Gramática de las academias (2010) recoge como mal ejemplo esta oración (en el apartado 44.90): “Tenía una novia que a su padre le gustaba pescar”. Y añade que tal construcción “se asocia de modo característico con la lengua descuidada, por lo que se recomienda evitarla”. Es la forma académica habitual para censurar algo sin regañar a nadie.
Pero he ahí la cuestión: la lengua descuidada abunda en los discursos y en el periodismo, lo que suele provocar entre oyentes y lectores cultos la sensación de que quienes se dirigen a ellos o bien no cuentan con una preparación sólida o bien, teniéndola, carecen de interés en que se note.
Por el contrario, las personas que usan “cuyo” en ambientes donde se espera cierta formalidad y buen estilo transmitirán a sus interlocutores o a su público la impresión de que han dedicado tiempo a la lectura y a su propia formación intelectual.
La riqueza de vocabulario, la precisión léxica y la pulcritud al formular las propias ideas ayudan a la argumentación y hacen mejor el mundo. El Quijote no sería El Quijote si Cervantes lo hubiera empezado escribiendo “En un lugar de La Mancha del que no me quiero acordar de su nombre”.
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Fe de errores.
En una primera versión de este artículo se indicaba que la presencia del vocablo “cuyo” por millón de palabras en 1806, 1846 y 2000 era respectivamente de 0,34 casos, 0,36 y 0,01. Los datos correctos son 340, 360 y 100.