La victoria de Pedro Sánchez
Quedan pocos días, pero aún hay tiempo para que el presidente explique que el futuro, además de inevitable, puede ser ilusionante
“Es que yo voy a ganar. Creo que voy a ganar, vamos a ganar. Estoy convencido de que vamos a ganar”, asegura Pedro Sánchez a Àngels Barceló en su primera entrevista después de perder el bronco combate —un debate hubiera implicado un diálogo que no tuvo lugar— contra Núñez Feijóo. “Entonces, ¿no tiene un plan B?”, insiste Barceló. “Mi plan A, mi plan B y mi plan C es ganar las elecciones”. Y lo dice con la misma convicción con que Rafa Nadal pelea un punto imposible en uno de esos partidos que cualquiera en su sano juicio daría por perdido. Ninguna encuesta le da la razón y, sin embargo, él no deja lugar a dudas: “Estoy convencido de que vamos a ganar”. No es estrategia, es que de verdad lo cree. La cuestión es si puede aún tener razón a estas alturas.
Una cosa que me gusta mucho de Pedro Sánchez es que para él la derrota es lo que se olvida, y el presente, lo único que te espera. No necesita encuestas ni apoyos, solo esperar a que la gravedad cumpla su ley. Porque el gran descubrimiento político de Sánchez es el de una evidencia física que afecta a nuestro país. “España no puede retroceder”, ha sentenciado el presidente en la entrevista. “Debe avanzar, y estos acuerdos del Partido Popular con Vox son un retroceso, una involución que nos está llevando 10, 30, 40 o 50 años atrás en elementos fundamentales para la calidad democrática, la convivencia y la cohesión de nuestro país”. En este sentido, si España no puede retroceder, la izquierda solo puede ganar. Y lo demás no importa.
“¿Usted subestimó a Feijóo?”, pregunta Àngels Barceló. “Es que uno prepara los debates y luego te encuentras con un tono bronco que es completamente distinto al que uno esperaba”.
“¿Le obliga el resultado del debate a resetear la campaña?”. “Es que la campaña es la misma”.
“¿Pero esto no lo debería haber hecho los cuatro años de legislatura?”. “Yo he estado gobernando, no he tenido cuatro años fáciles”.
“A lo mejor, si uno se dedica a gobernar, acaba viviendo en una burbuja que no es buena (…) ¿En su entorno todo el mundo le dice la verdad?”. “Bueno, yo trato de que así sea”.
“¿Se arrepiente de no haberlo hecho antes (conceder entrevistas a todos los medios de comunicación)?”. “Es que cada momento tiene su afán”.
“Ahora mismo, presidente, ninguna encuesta da un resultado suficientemente rotundo para el progreso”. “Pero hace cuatro semanas no estábamos como estamos hoy. Hay un avance del bloque progresista”.
“¿Por qué no están ustedes los primeros en las encuestas? ¿Cuál es el problema?”. Sánchez insiste una y otra vez en que toca elegir entre “avanzar o meternos en un túnel del tiempo tenebroso”.
La cuestión es que vivimos tiempos muy confusos, cargados de incertidumbres y malestares. Y eso provoca que cada vez más gente desee volver a un pasado donde las cosas estén claras, donde todo sea como antes. Tal vez con menos libertades, pero también con menos decepciones. Sin embargo, el presidente tiene razón: las sociedades y los seres vivos nunca retroceden. El tiempo es de hecho irreversible. Lo que Sánchez parece olvidar es que por esa misma razón la nostalgia es un sentimiento inevitable. Y sabemos que para dialogar con ese dolor no bastan las leyes físicas, se precisa poesía. Quedan pocos días, pero aún hay tiempo para explicar que el futuro, además de inevitable, puede ser ilusionante. Que cualquier tiempo pasado fue peor. Porque cualquier tiempo pasado ya pasó.
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