Liberad a Alaa Abd El Fattah
El apresamiento del bloguero confirma que los militares arrastran los pies en la transición egipcia
La primavera árabe no escampa: las buenas y malas noticias, los avances y retrocesos, las euforias y las depresiones se amontonan a un ritmo trepidante. Es lo propio de los fenómenos revolucionarios, verdaderamente históricos. Aún no hemos digerido el violento final del tirano libio Gadafi ni el triunfo de los islamistas en las primeras elecciones democráticas tunecinas, y ya el agravamiento de la situación en Siria, responsabilidad absoluta del numantinismo de los Asad, dirige nuestras miradas hacia Damasco. La represión de las protestas se cobra allí a diario decenas de muertos, emerge en la frontera entre Líbano y Siria un primer foco de resistencia militar y la Liga Árabe, en una decisión insólita y positiva, sanciona al régimen de los Asad. Siria parece encaminarse hacia una guerra civil y Occidente debe comenzar a pensar en apoyar -con una zona de exclusión aérea, por ejemplo- a los militares rebeldes, básicamente suníes, que van a seguir alzándose contra la despótica camarilla alauí en el poder. Podría contar en esa misión con el apoyo de Turquía y no pocos países árabes.
El otro gran frente actual de la primavera árabe se sitúa en el valle del Nilo, donde se alternan nubes y claros, más de las primeras que de los segundos. El encarcelamiento de Alaa Abd El Fattah es un síntoma muy preocupante de que los militares que depusieron a Mubarak y detentan el poder no están demasiado convencidos de que los egipcios deban disfrutar de democracia plena por la que lucharon en Tahrir.
Descrito generalmente como bloguero y activista por las libertades y los derechos humanos, Alaa Abd El Fattah es un programador informático que desempeñó un papel muy activo en las protestas de Tahrir. Suya fue la idea y el alumbramiento de las series #TweetNadwa convertidas desde entonces en un importante instrumento de comunicación de los jóvenes combatientes egipcios. Desde entonces, no ha bajado los brazos y eso es lo que ha terminado pagando con su encarcelamiento.
A comienzos de octubre, recuérdese, unas muy justas protestas de los coptos por el acoso a que los someten los salafistas y la escasa protección que les brinda la junta militar terminaron con una brutal represión que causó muchos muertos. Alaa Abd El Fattah se puso a buscar a su amigo el activista copto Mina Daniel y lo encontró muerto en el hospital copto. Indignado, encabezó un movimiento para que los familiares de las víctimas de aquella matanza reclamaran autopsias –se les daba oficialmente como muertos “por causas naturales”- y exigieran la pertinente investigación y depuración de responsabilidades. Se le ocurrió, además, escribir sobre eso en el diario Shrouk. En menos que se tarda en contarlo fue acusado por la fiscalía militar y encarcelado. Aún sigue entre rejas pese a la huelga de hambre para reclamar su liberación emprendida por amigos y familiares.
Egipto celebrará elecciones legislativas este otoño. La campaña ya ha comenzado y los Hermanos Musulmanes promueven sus candidaturas aprovechando su popularidad entre esos muchos pobres a los que ayudan con ambulatorios, medicinas, escuelas y pensiones. Como en el caso tunecino, los partidos liberales y de izquierda compiten en total desunión. Los militares, que llevan seis décadas en el poder, tres de ellas bajo la dirección de Mubarak, no terminan de aclarar cuáles serán los poderes del Parlamento surgido de los comicios. Y se reservan el derecho a controlar al 80% el proceso constituyente que se abrirá a partir de entonces.
Desde el pasado febrero, los tribunales militares han actuado contra más de 10.000 civiles egipcios, en su mayoría combatientes por la democracia. Ahora le ha tocado el turno a Alaa Abd El Fattah, cuyos cargos no pueden ser más delirantes: agresión física a las Fuerzas Armadas. En este panorama ensombrecido, el sol lo aportan los muchos egipcios que no están dispuestos a que su revolución sea secuestrada.
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